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    Crítica | Cincuenta sombras de Grey

    Cincuenta sombras de Grey

    Un lugar no tan sombrío

    crítica a Cincuenta sombras de Grey (Fifty Shades of Grey, Sam Taylor-Johnson, 2015)

    Más de cien millones de copias vendidas hasta la fecha es el dato más revelador que atestigua el fenómeno en que se ha convertido la obra de E.L. James. La historia de un multimillonario torturado con gustos sexuales sadomasoquistas, y de una joven y romántica universitaria a la que contra todo pronóstico logra seducir, se desarrolla en una trilogía que ha sido puesta como ejemplo de feliz mercadotecnia y difusión viral, encontrando a un público multitudinario y mayoritariamente femenino ansioso por tener entre sus manos este tipo de relatos. Es de celebrar que la lectura, independientemente de su calidad, goce en ocasiones de tan entusiasmado seguimiento, y en este caso además el éxito se ha querido interpretar como signo de progreso y transgresión. Más allá de su citado y moderno sistema de propagación, su contenido oscuramente erótico representaría cierta superación de los tabúes y la censura. Sin embargo, no hay que olvidar que historias similares ya eran leídas y muy comentadas por nuestros antepasados. Este nuevo ejemplo no vendría a ser más que un reflejo de los folletines que han causado furor desde hace siglos, logrando incluso ciertas publicaciones más clandestinas una transmisión fiel tanto en las clases aristocráticas como en el pueblo llano. De hecho podría afirmarse que este subgénero era de las pocas actividades de ocio que compartían todos los estamentos, aún cuando rara vez se admitiese esta concordia. En definitiva, la legión de fans que arrastran los libros de E.L. James podría estar caminando tanto por la vía de la evolución como por el sendero de la involución.

    En cualquier caso, lo que supone un indudable avance es la gran taquilla que ha logrado en su primer fin de semana su adaptación al cine. Sólo en España ha sobrepasado los 7 millones de euros de recaudación, cosechando una cifra superior a los 200 millones de euros en todo el mundo. Esta cantidad de dinero constituye un alivio para las maltrechas arcas de la industria cinematográfica, y sobre todo una señal de que el público aún puede acudir en masa a la pantalla grande si se le ofrece un producto de su interés. De nuevo, pueden formularse comentarios más positivos que negativos a la vista de este dato. Algo que sí resulta con todo más decepcionante es que la gran mayoría de estos espectadores han acudido a ver Cincuenta sombras de Grey por la fama del libro, yendo al cine impulsados por este último y no tanto por la cinta individualmente considerada. Ello es además criticable porque, al analizar o incluso simplemente disfrutar de una película, conviene juzgarla por sus propios méritos y olvidar la fuente de la que puede haber sido adaptada, pues ello enturbia lo que pretenda transmitir aquella. En otras palabras, el cine debe funcionar en sus propios términos, sin depender de informaciones ajenas, aunque por supuesto éstas puedan aportar antes o después contenidos añadidos que doten de nuevas dimensiones a la narración. Pero incluso sorteando este obstáculo, aquí uno asiste a la proyección condicionado por el libro desde otro punto de vista: el de las expectativas. Y no por su elevado nivel, sino precisamente por ser bastante bajas.

    Cincuenta sombras de Grey

    Pues bien, desde sus primeros compases el metraje las contradice, arrancando con una hábil secuencia de montaje que adelanta elementos significativos de la trama y combina los mundos opuestos de los protagonistas Christian Grey y Anastasia Steele. El enlace entre ambas visiones se consolida además mediante una provechosa química entre sus actores, aún cuando éstos no eran las primeras opciones en el proceso de casting. Son respectivamente Jamie Dornan y Dakota Johnson, que, obvios tics aparte, entregan interpretaciones convincentes, especialmente esta última en el papel de la virginal pero aventurera estudiante. Y entre los personajes secundarios, mucho menos aprovechados eso sí, encontramos caras conocidas como las de Marcia Gay Harden o Jennifer Ehle, en la piel de la madre de uno y otra. El ambiente en que se mueven todos ellos es rodado de forma competente, renunciando a estilizaciones modernistas y apostando por una puesta en escena más sobria y clásica, lo cual por otra parte estaría en consonancia con la citada herencia milenaria del drama que se nos narra. Al margen de la propia arquitectura en que se enmarca, sólo el uso de canciones pop, como el Crazy In Love de Beyoncé, expresa un talante más juvenil, y sorprendentemente su elección y colocación no provocan sonrojo. No es casualidad que en el apartado técnico trabajen profesionales contrastados, desde la fotografía hasta el montaje, y es que no puede ser de otra manera en una producción de esta categoría en una industria perfectamente engrasada como la norteamericana.

    Sin embargo, esto nos adelanta la falta de personalidad de la película, algo preocupante teniendo en cuenta su materia prima. Más que una narración aséptica y tan recelosa de los riesgos, habría sido conveniente inspirarse en el estilo de un Brian de Palma ochentero, por ejemplo, para que el envoltorio reforzarse en vez de amortiguar el supuesto fervor pasional que viven estos personajes. Es más, su relación transcurre progresivamente hacia la monotonía, o al menos eso percibe el espectador, cuando por su naturaleza debería ser todo lo contrario. El metraje se alarga entre escenas algo repetitivas y carentes de sorpresa, dando la peligrosa sensación de que esta historia se podría haber contado en la mitad de tiempo. En otras palabras, se echan en falta más golpes de efecto en este sentido, sobre todo en ese cuarto tan pornográficamente iluminado y ambientado en el que Grey esconde sus secretos. En cambio, las inesperadas licencias poéticas que se toman Taylor-Johnson y su equipo, como ese plano tardío del sujeto en cuestión en el cuarto de Ana, proyectadas en la pared las sombras de la lluvia deslizándose por la ventana, son más efectistas que sugestivas. Todo ello revela una serie de contradicciones difícilmente superables, que a veces rozan la inverosimilitud, y que más que aportar emoción, la frenan o la mitigan. Pero lo que también nos confirma este hecho es que estamos ante una película inofensiva. Aunque a priori no parezca así y algunos se empeñen en afirmar lo contrario, lo cierto es que el resultado no le hace daño a nadie. | ★★ |

    Ignacio Navarro Mejía
    Redacción Madrid


    Ficha técnica
    Estados Unidos & Canadá, 2015. Productora: Focus Features / Michael De Luca Productions / Trigger Street Productions. Directora: Sam Taylor-Johnson. Guión: Kelly Marcel (basado en la novela de E.L. James). Fotografía: Seamus McGarvey. Música: Danny Elfman. Montaje: Anne V. Coates & Lisa Gunning. Reparto: Dakota Johnson, Jamie Dornan, Jennifer Ehle, Eloise Mumford, Marcia Gay Harden.


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