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    Crítica | Matar al mensajero

    Matar al mensajero (Kill the Messenger, 2014)

    Un cronista desahuciado

    crítica a Matar al mensajero (Kill the Messenger, 2014), dirigida por Michael Cuesta. | ★★★★ |

    El periodista Cal McCaffrey firmó durante largo tiempo en la cabecera más importante a la sombra del Capitolio y con permiso del emblemático Washington Post. Sus jefes podían apreciar —y odiar en iguales dosis— el estilo arduo de un hombre que husmeaba en el lodazal informativo, siempre en busca de noticias con que justificar el sueldo, un buen gabán y esa melenita grunge a lo Paco Marhuenda, detector de rojillos y tertuliano sin ley los sábados a la noche. Y es que uno sólo necesita papel y boli (y un buen abrigo) para salir a buscar historias, sin ínfulas académicas, pues la pedagogía convierte a las fieras en gatitos y no está la cosa para (mal)gastar dinero en manuales. De ahí que nos guste tanto McCaffrey: él conoce el oficio aunque jamás se atrevería a dárselas de tipo influyente. Porque es periodista, ni más ni menos. Y su influencia está limitada por la realidad y otros actuantes no ya secundarios, sino invisibles y a la espera de poder devorar al más incauto de todos. Un periodista, quizá. O un empresario. O un político que pasaba por allí. Gusta McCaffrey de informar al contribuyente y lo lleva consigo igual que el bandolero su botín. Tanto da si el enemigo es la historia, si ese poder en la sombra que bautiza la película podría llegar a infiltrarse en casa como Freddy en tus sueños, o si al fin y al cabo la realidad ciertamente supera a la ficción y se despacha a conspiraciones con muchos tentáculos.

    En resumen: McCaffrey mira y su mirada es un láser cuyo puntero atraviesa la basura más costrosa. El cine ha sacado partido desde tiempo inmemorial a esta subespecie casi exótica que es el periodista puro, o sea alejado de la redacción y del más o menos estúpido jefe. Con cintura de cinderella man y portentoso cerebro, McCaffrey (Russell Crowe) también aprensaba sutilmente la osadía y la mezquindad de Charles Tatum, aquel corresponsal beodo que dispuso un circo frente a un hombre que, medio enterrado en una cuenca minera, luchaba por su vida mientras a tan solo unos metros se despachaban souvenirs y teletipos con él como actor protagonista, en El gran carnaval. Y cómo olvidar al cronista-dandi Hiddy Johnson y su carroñero editor Walter Burns en Primera plana, y, más aún —por razones obvias—, al Lowell Bergman de El dilema, cuya tesis desnuda magistralmente la relación bastarda que a menudo fagocita el poder económico en detrimento de ese periodismo hoy subordinado, anecdótico y contador no de historias sino de caracteres y clics. Y así, sin pararse a dar más explicaciones, llegamos al Gary Webb de Matar al mensajero.

    Matar al mensajero (Kill the Messenger, 2014)

    El director Michael Cuesta desempolva aquí un vestigio cinematográfico de primer orden: ese periodista que, con un cierto nervio en sangre y gracias a su afán de trascender la desinformación, se interna en la jungla regida por instituciones sin control efectivo. A un lado la CIA y del otro, sus guerras financiadas habitualmente con drogas que más tarde aterrizan en barrios pobres de California. A mediados de los 90, Gary Webb recibió un soplo acerca de un samaritano en litigios por tráfico de drogas. La novia del gánster en cuestión, una latina zalamera de escote generoso y macarrónico acento inglés con ribetes porteños, informó al redactor de que la CIA había costeado guerras —no sólo en Nicaragua— mediante la venta de chula, varios cientos de kilos durante varios lustros en los que familias enteras de negros fueron condenadas a la marginalidad. Al éxtasis momentáneo en el umbral, con el sol cayendo a plomo. A la inhalación del crack con precios irrisorios y efecto seguramente zombi. Por aquel entonces Webb trabajaba en el San Jose Mercury News, un periódico local minusvalorado. La investigación lo llevó al sur del continente y a la ruina psicológica. Aun reconocido en numerosas ocasiones por sus artículos, Webb nunca llegó a levantar cabeza tras el infierno en que se convirtió su existencia, ahora reproducida en pantalla grande.

    Matar al mensajero (Kill the Messenger, 2014)

    Jeremy Renner interpreta a un padre de familia que, casi de improviso, se vislumbra contra todos y en mitad del huracán de acusaciones que podrían verterse sobre él. Llegado este punto conviene decir que Matar al mensajero es también una vindicación del héroe linchado e historia basada en hechos reales que como tal se construye ante nosotros: con intriga y mohín analítico. La información se dispone, no sin eficiencia, en micropíldoras que bien pueden saber a rudimentario thriller de aseada manufactura hollywoodiense. Así y todo, la sólida interpretación compuesta por Jeremy Renner —siempre eficaz junto a catalizadores como Rosemarie DeWitt y el aquí ubicuo Michael Sheen, entre algún otro pope escénico— unidas al impecable guión adaptado de Peter Landesman consagran esta película a un estadio en el que, por milésima vez, la auténtica mentira se esconde tras la media verdad del espectáculo cinematográfico. Los matices adquieren una importancia capital, por supuesto, e incluso el lobo más sutil y solitario renquea a la hora de enfrentarse al establishment. Nada rechina, todo sucede con buen pulso y mucha tensión a ratos no resulta, casi nunca baladí. Incluido el metraje, casero y/o documental, adjunto a un crimen tan palmario como reconocido por sus eternos autores. Historias para fondistas del espionaje gubernamental, de la no-ficción hecha celuloide. Sólo eso. Un tío curioso con Moleskine. | |

    Juan José Ontiveros
    Redacción Madrid


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2014. Kill the Messenger. Director: Michael Cuesta. Guión: Peter Landesman (Libros: Nick Schou, Gary Webb). Fotografía: Sean Bobbitt. Música: Nathan Johnson. Reparto: Jeremy Renner, Mary Elizabeth Winstead, Ray Liotta, Michael Sheen, Barry Pepper, Andy Garcia, Rosemarie DeWitt, Richard Schiff, Tim Blake Nelson, Oliver Platt, Paz Vega, Michael Kenneth Williams, Gil Bellows. Productoras: Focus Features / Bluegrass Films / The Combine. Distribuidora: DeAPlaneta.


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