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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica (II) | Perdida

    Perdida, de David Fincher

    Matrimonio para el cadalso

    crítica a Perdida (Gone Girl, 2014), dirigida por David Fincher. | ★★★★★ |

    John Lennon dijo en una ocasión que la vida es aquello que pasa mientras haces otros planes. O algo así, pero siempre en gerundio, que sazona mejor los pósters. Es una frase ésa muy profunda y que personalmente rechazo por sobreexplotada y mística, como casi todas las del beatle filósofo, cuya particular progresión lo llevaría con el tiempo a intercambiar las fiebres psicosomáticas del Submarino Amarillo por el They made us believe junto a Yoko 'Fideicomiso' Ono ("nos hicieron creer que el 'gran amor' sólo sucede una vez, generalmente antes de los 30 años (...) Nos hicieron creer en una fórmula llamada dos en uno"). Y, sin embargo, Lennon —un romántico verdaderamente brillante— también debió presagiar que la vida es lo que ocurre mientras buscas Arcadia y el cine ese impagable truco que ya ha sucedido mientras intentas sin fortuna analizarlo para que otros lo visionen, o no, después. Para auto-preguntarte: ¿qué hago yo con este material? ¿Son las flores marchitas que encuentras luego de años y años entre las páginas de algún libro viejo metáfora de aquella relación que fue a medias y duró un santiamén a veces feliz, a veces no? Más aún, ¿qué sabía Lennon sobre el amor? Mucho y nada si lo comparamos con Raphael, un Pigmalión que nunca vacila a la hora de cantarse a sí mismo aquello de Qué sabe nadie, sin concesiones, sin lanzar siquiera preguntas al oyente. Tan sólo una hipótesis retórica que viene de muy atrás: ¿por qué nos atraen tanto los amores turbios? ¿Es el matrimonio consecuencia directa de su fin, quizá un litigio para no aceptar lo inevitable? Qué sabe David Fincher (¿signos de interrogación?).

    De vuelta en casa, abro el libro y hojeo algunos capítulos sueltos, busco frases que me ayuden a entender lo que leí hace ya meses y recién vi y escuché en el cine. Como todo el mundo reconoce, no hay tragedia exenta de humor. Hay un momento en el filme en que todos nos reímos por no llorar, y esa contradicción se adivina infame, sórdida, brutal. Pues no hay humor exento de tragedia, como debería saber todo matrimonio. Y así doy con estas oraciones que lanzan dentelladas a la institución: "Cuando pienso en mi esposa siempre pienso en su cabeza", nos dice Nick Dunne. "Reconocería su cabeza en cualquier parte. Y lo que hay en su interior". Su mujer es Amy, ha desaparecido y poco funcionaba entre ellos antes de su enigmática disipación. "Como un niño, me imagino abriéndole el cráneo, desenrollando su cerebro y examinándolo cuidadosamente, intentando apresar e inmovilizar sus ocurrencias". Nick es hombre, marido, de ahí que quiera saber en qué está pensando Amy, su adorable Amy, la Asombrosa Amy de los cuentos que papá y mamá escriben tomando como referencia a su propia hija de iris infranqueables. Qué ruin sería la convivencia, la vida en general, sabiendo a todas horas qué piensa el otro, ya sea éste un hermano, una madre, un vecino en el ascensor... Incluso un perro, que sólo dice guau por vergüenza a derribar mitos. Qué se yo. Puestos a imaginar, ¿quién no ha fantaseado alguna vez con abrirle el cráneo a su cari, en términos antropológicos, con profesionalidad y por supuesto sin causarle daño alguno? Tan sólo abrir, mirar y cerrar quirúrgicamente cual Jack profundamente enamorado. Y suspirar después con un rencor absurdo, contenido, porque ya se conocen tan bien y ya lo anunció el psicópata: "La pasión es una llama que hay que avivar todos los días". Pero es tan tarde. Y la confianza, además, da un asco tremendo. Una vez traspasada esa línea, todo es monotonía y contar el mismo chiste desordenando escenas, intercambiando nombres y canción especial.

    Perdida, de David Fincher

    Más o menos así, aunque con dosis industriales de perversión. Y tragedia grotesca. No es cinismo sino literatura, thriller en pantalla XXL con la mejor firma posible —David Fincher— y el score más sugestivo jamás compuesto por Trent Reznor & Atticus Ross. Y sin embargo, aquí no caben astracanadas, más bien al contrario: la novelista y a la postre autora de este maravilloso guión sobre los vaivenes de un matrimonio (que no es uno cualquiera, no se lleven a engaño con eso de universalizar los subterfugios de la miseria humana) radicado primero en Nueva York y reconducido después hacia Misuri, se adhiere al axioma de ese Groucho Marx que una vez expuso: "El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución"; y "el matrimonio es la principal causa del divorcio". Lo hace Gillian Flynn con las armas del género criminal llamado a best-seller, cuya atmósfera remite sin peajes a cierto Hollywood clasicista, aunque insólito en su azul sensualidad, en lo que pudiera ser una reformulación pop y aún más mainstream de escritoras como Patricia Highsmith, Agatha Christie o su (casi) coetánea Patricia Cornwell. Estamos ante un nuevo triunfo de Fincher, que periódicamente (mal)acostumbra a liberar a la bestia del sueño americano, un sueño que se torna pesadilla, física y psicológica, y nos afianza en la miope creencia de que este cine depurado es sencillo. Porque se ve y se oye con el morbo del voyeur que observa en derredor, expectante, a sabiendas de que en realidad se halla en el filo de la navaja, y de que ésta es rubia sabihonda (Rosamund Pike) y es moreno con mohín de estibador ocioso (Ben Affleck). Un saco de músculos intentando cobrar vida frente al pelotón de linchamiento público. Él no existe si comparte escenario con ella, siempre erguida y relajada. Se evapora, sufre parálisis, tal vez esa sea la intención última de Fincher. Aun así, a Ben (el Batman de Zack Snyder) un amigo extemporáneo debería aconsejarle que se dedique a realizar o a producir o a escribir guiones, y nos libre por fin de su faceta actoral: hoy por hoy sus pectorales expresan más que su rostro. Es un tipo lúcido y con sentido del humor, sí, un excelente narrador de historias tras las cámaras, pero también mediocre para esta película que funciona como un reloj suizo, de principio a fin. Desde el minuto uno, cuando surgen los créditos y la grafía parpadea al compás del montaje, analítico e invertido a dos voces no sin breves destellos o flashbacks que te conducen por los resquicios más reconocibles de la conciencia marital, componiendo al fin una suerte de narcosis narrativa taimada que borra de un plumazo todo discurso accesorio.

    Perdida muestra tácitamente la praxis esquizoide de los mass media en tanto que construye un tiovivo de espejos deformadores frente a dos amantes que buscan, sin apenas éxito, justificación para seguir buscándose las cosquillas. Todo es angustia, galimatías en sobres, besos glaseados. Y oscuridad, y sátira. Más elegante enajenación, a lo Steven Soderbergh, que suspense mágico, estilo Christopher Nolan. "Me dijeron que el amor debería ser incondicional. Esa es la regla, todo el mundo lo dice. Pero si el amor no tiene fronteras ni límites ni condiciones, ¿por qué iba nadie a intentar hacer lo correcto?" Al habla Amy Elliott Dunne, esposa desaparecida en violentas circunstancias. Una excusa por la que sufrir mientras David Fincher invoca a los maestros y los sublima dejándolos atrás.

    "Permiso, señores, que se me hace tarde". | |

    Juan José Ontiveros
    Redacción Madrid


    Estados Unidos, 2014. Gone Girl. Director: David Fincher. Guión: Gillian Flynn. Fotografía: Jeff Cronenweth. Música: Trent Reznor, Atticus Ross. Reparto: Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris, Tyler Perry, Kim Dickens, Patrick Fugit, Carrie Coon, Missi Pyle, Kathleen Rose Perkins, Scoot McNairy, Sela Ward,Emily Ratajkowski, Lee Norris, Casey Wilson, Lyn Quinn, Lola Kirke, David Clennon. Productora: 20thCentury Fox, Regency.


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