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    Cine Club | La mujer pirata (1951)

    La mujer pirata (1951)

    La mujer pirata

    Anne of the Indies, de Jacques Tourneur, 1951

    Solo el hecho de ver un barco pirata surcando mares lejanos con las velas henchidas por el viento me llena de una emoción especial. Así lo muestra el director francés Jacques Tourneur en su película La mujer pirata (Anne of the Indies, 1951) ya en su segundo plano. Si el tercero es la enseña de la calavera y las tibias cruzadas izándose sobre el palo mayor, es el cuerpo entero el que comienza a temblar de puro nervio ante la aventura que se promete a nuestros ojos. Es el Sheba Queen, el Reina de Saba, el navío de la capitana de bucaneros Anne Providence, que se apresta a un combate contra un barco inglés. Pronto escucharemos los gritos de la tripulación gritando: “¡A los cañoñes! ¡Listos para disparar!”; y enseguida: “Carguen los cañones! ¡Fuego!” Y la batalla se inicia feroz y sin cuartel, las andanadas de los cañones reventando los costados enfrentados de las dos naves, las astillas entremezclándose con el humo espeso provocado por las mortales salvas, el fuego que se eleva feroz sobre las aguas y los torvos piratas alzando su grito inconfundible: “¡Al abordaje!” Los ingleses apenas han tenido tiempo de enterarse qué ha pasado cuando su capitán rinde la bandera pidiendo clemencia por sus vidas, la cual jamás recibirán: serán pasados por la quilla y arrojados al mar atados para que su agonía sea letal. Han pasado poco más de tres minutos y todo ha terminado. Con una concisión prodigiosa Tourneur destila el género con una perfección tal que se nos antoja que hemos asistido a una lucha brutal sin que nos sea ahorrado ningún detalle. Maravillas del buen narrador que con pocas palabras o imágenes nos transporta por entero a su mundo, grandezas del género que hacen que el tópico por él creado cobre vida con una fuerza tan poderosa que no podemos resistirnos a su fascinación. Tourneur había trabajado casi siempre en el terreno de la serie B, donde hay que contar mucho con casi nada, y en esta ocasión tenía entre sus manos un film de mayor presupuesto y supo aprovecharlo realizando una de las películas de piratas más apasionantes, románticas y desesperadas de la historia del cine. Y como en él era habitual, regalándonos un final de una tristeza profunda en una época en la que los finales felices eran imposición. Un desenlace en el cual hasta la victoria, la del mismo pirata Barbanegra, en un combate naval resulta amarga.

    La mujer pirata (1951)

    Hay que reconocer que para contarnos las aventuras y el fatal devenir de la capitana de piratas Anne Providence, Jacques Tourneur tuvo la suerte de contar con un excelente guion de Philip Dunne y Arthur Caesar, dos escritores experimentados y curtidos en todos los géneros. Dunne además había trabajado con una lista prodigiosa de directores hoy clásicos: John Ford, Henry Hathaway, Joseph L. Mankiewicz, Elia Kazan, Otto Preminger, Henry King, John Cromwell, John M. Stahl, Rowland V. Lee… Y ahora con el bueno de Jacques. La historia de cómo una dura capitana pirata (una Jean Peters asombrosa y deslumbrante) que hunde todos los barcos ingleses con los que se cruza ávida de venganza pues estos asesinaron a su hermano, que descubre su humanidad y su condición de mujer al enamorarse de un francés elegante y educado pero no exento de valor y coraje (el galán Louis Jourdan), y cómo descubre que ha sido engañada por este no es que sea el colmo de la originalidad. Pero ni falta que hace: asistimos a su desarrollo desarbolada la razón por la pasión desenfrenada que arrolla a los personajes, hombres y mujeres que viven y aman y se equivocan y enmiendan sus errores, o al menos lo intentan. Y como casi siempre en el cine de Tourneur, que aceptan con resignación su designio fatal, asumiendo las consecuencias de sus actos con una entereza que termina siendo heroica sin pretenderlo, solo porque su carácter los ha llevado a una encrucijada ante la cual solo pueden actuar en la forma en que lo hacen y no motivados por ideales elevados. La pasión los arrastra hacia el bien o el mal impidiendo que todo sea de un solo color. Así si detestamos al apuesto capitán francés Pierre François LaRochelle por traicionar de manera tan vil a la en el fondo inocente Anne, pronto estaremos de su lado cuando descubramos que sus actos vienen dados por el deseo de recuperar su barco, apresado y confiscado por los ingleses, y que actúa bajo las órdenes de unos oficiales henchidos de promesas vanas y palabra sin honor. Y por su bella esposa Molly (adoro a Debra Paget, ya sé que esto no tiene nada que ver con las posibles excelencias reales de la película, pero entiendo a la perfección que Pierre acometa sin dudar lo que le piden por estar con ella y volver a capitanear su navío, el Molly O’Brien). Algo parecido nos sucederá con Anne Providence, la mujer pirata. En la primera media hora del film asistiremos a su adolescente enamoramiento, a su arrebatada pasión por ese hermoso joven tan distinto a todos los hombres que ha conocido. Desde el momento en que Anne lo ve, apresado por su tripulación en el asalto al barco inglés del principio, la intensidad de sus miradas nos lo cuenta todo sin decirnos una sola palabra sobre la profundidad de su amor. La primera vez que se besan, estremecen las manos de Anne engarfiándose sobre la espalda de Pierre, como si ella ni tan siquiera supiera abrazar, hasta el momento en que vemos que se relajan, en que es arrastrada de una manera tan vehemente pero natural que sentimos que al fin su pasión deja de ser un grito para convertirse en amor. Cuando Pierre sea descubierto en su doble juego, las llamas de los celos y el dolor de saberse engañada la llevarán a cometer un acto de venganza sin igual: raptará a la bella esposa del francés para venderla en la isla de Maracaibo en el mercado de esclavos.

    La mujer pirata (1951)

    Es obligado destacar la extrema brillantez de los diálogos, en los cuales colaboró otro guionista bregado en el cine de aventuras, Cyril Hume, en especial cuando los personajes se enfrentan entre sí. Diálogos cuyas frases restallan como latigazos provocando heridas que sangran con toda la ira nacida del odio más desesperado: heridas que el amor más profundo no logra restañar, un odio que no cura y revivifica sino que pudre el alma como una ponzoña. La joven Molly le espeta a una furibunda Anne, cuando esta le confiesa que la venderá a un rico comerciante árabe que sí sabrá apreciar sus blancas carnes de vientre de pescado, una respuesta no menos salvaje: “¿Nacisteis en la escoria o es esa vuestra inclinación?” Dagas que rasgan el aire sin compasión ni descanso. Y no siempre por ser ingeniosas o despiadadas, sino por expresar de manera profunda con una sencillez mareante los sentimientos que arrebatan a nuestros protagonistas. Así sucede cuando Anne se enfrenta a Pierre al descubrir que este está casado y decirle, enloquecida por el dolor, que lo destruirá a él y a su amada. Pierre responde duramente pero al tiempo, y esto es lo genial de esta película cuidadosa con el detalle al máximo, demostrando entereza y compasión por los sentimientos de Anne, los cuales comprende pese a que adopten rasgos tan violentos, afirmando que solo amará a su esposa y que no volverá a mentir diciendo que ama a Anne aunque eso le salvara la vida. Y la respuesta de Anne es tan inocente, tan desarmante en su candidez después de las barbaridades que le hemos oído decir, esas con las que hará sufrir a la pareja de enamorados, que no podemos sino sentir la mayor compasión por ella, compasión y comprensión absoluta de sus motivaciones y actos imposibles de controlar porque es una adolescente que ha descubierto el amor y al serle robado actúa como tal. Pierre afirma que hará cualquier cosa por su esposa, y Anne, rota de rabia y dolor, le contestará: “Cualquier cosa por ella. Nada por mí.” Y pocas veces sentiremos de forma tan intensa qué es sufrir el rechazo de la persona amada. Tan sencillo de decir, tan difícil de expresar con intensidad. Y esto es lo que atesora en su corazón esta apasionada película.

    La mujer pirata (1951)

    Si la primera media hora, como hemos indicado, la historia se nos muestra luminosa acorde con los sentimientos de enamoramiento de Anne, a partir del conocimiento de la traición de Pierre la trama irá rindiéndose a la oscuridad y a la desesperación. Tonos increíbles para una película de aventuras, de piratas, invadida por un hálito trágico siempre sorprendente. Hay muchas más cosas en esta película, me atrevería a decir que inabarcable por todos los conceptos y temas que toca y plantea entre cada duelo a espada y cada trago de ron. El pirata Barbanegra, mentor de Anne, es una figura paternal, aquel a quien Anne más admira e imita en todo. Por amor a Pierre se enfrentará a él por primera vez en su vida. Vemos la evolución de Anne de adolescente mimada y favorita a joven repudiada por seguir su pasión y no escuchar a su “padre” Barbanegra (un imponente y divertido Thomas Gomez) que la insta a que no se deje seducir por la palabrería del francés. Pero no es la del pirata Barbanegra la única figura paterna: en realidad, esta se divide en tres. La segunda sería la del doctor Jameson (un Herbert Marshall magistral en su mirada repleta de comprensión y, bueno, también alcohol), el médico del barco pirata de Anne, cuya erudición resulta extraña entre la salvaje tripulación, cuyos actos de barbarie intenta olvidar permaneciendo en un estado de continua borrachera sin dejar en ningún momento de velar y aconsejar a Anne. Es maravilloso el momento en que, mirando un mapa, Anne le explica que no puede leerlo porque le lloran los ojos, lo cierto es que no sabe, y el doctor lo lee para ella. A él también se enfrentará y le dará la espalda en su loca pasión de venganza por Pierre. Y en tercer lugar, el segundo de a bordo, el brutal Red Dougal (un perfecto James Robertson Justice), un pirata asilvestrado y feroz pero siempre fiel a su capitana, velando con su fuerza incontenible por la seguridad de la joven. Y de nuevo por Pierre, Anne también se enfrentará a él. Tres padres que suplen aquel verdadero que Anne nunca conoció: cada uno ofreciendo una faceta distinta pero complementaria, por sí mismas insuficientes pero que si se hubieran dado todas en uno de ellos quizá hubiera sido el padre perfecto que Anne nunca tuvo la oportunidad de conocer. Y como manda la misma vida, Anne vivirá en pocos meses lo que supone una vida entera: de la adolescencia inocente a la toma de conciencia del dolor asumido como deseo incontenible de vengarse en quien se lo ha provocado. Y la madurez e iluminación finales, cuando al fin comprenda tanto sus sentimientos como los de los demás, cuando acepte cuál es su lugar en el mundo. Y si este ha de llevarla a la autodestrucción, así deberá ser. Nunca jamás veréis una película de piratas tan llena de desesperación como esta, con un final tan triste y al tiempo tan inevitable, de una belleza salvaje y sin domesticar, escondida allí donde muchos ni tan siquiera se molestan en mirar porque, vaya, no es más que una película de piratas. Y justo eso es: ni más ni menos. Una maravillosa y fascinante película de piratas. Otra obra maestra del gran Jacques Tourneur.

    José Luis Forte
    redacción Cáceres

    USA, 1951. Título original: Anne of the Indies. Director: Jacques Tourneur. Guion: Philip Dunne y Arthur Caesar, según una historia de Herbert Ravenel Sass; colaboración en los diálogos de Cyril Hume. Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation. Productor: George Jessel. Estreno: 18 de octubre de 1951. Fotografía: Harry Jackson. Música: Franz Waxman. Montaje: Robert Fritch. Dirección artística: Albert Hogsett y Lyle R. Wheeler. Efectos visuales: Fred Sersen. Intérpretes: Jean Peters, Louis Jourdan, Debra Paget, Herbert Marshall, Thomas Gomez, James Robertson Justice, Francis Pierlot, Sean McCloy. 

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