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    Crítica | Todas las mujeres

    Todas las mujeres

    Por la boca muere (y resucita) el pez

    crítica de Todas las mujeres | Mariano Barroso, 2013

    En el principio era el Verbo, y el Verbo era Picante. Y hubo que recurrir a la sal de frutas. Porque la Mentira tiene una digestión pesada, se indigesta ella sola. Decimos "ella", pero es "él". Pocas veces a lo largo de la historia infame (que es la Historia en sí) un hombre ha sabido interpretar con mayor exactitud la picaresca genuinamente española. Así, a pecho descubierto. Que, como saben, es más bien un pecho curtido. El tórax de Eduard Fernández. O su proyección en pantalla super size, ese español medio harto de su mediocre vida entre animales y de sus desventuras sobre cornamentas que profundizan mucho y mal. Con su mujer, que es la hija de su jefe, al fondo del escenario. Sin decir ni pío ni mu: para eso están las vacas de su papi y las aves de paso, que no pertenecen a nadie. Porque el verbo o la palabra mal pronunciada es impredecible, más aún si sale de un pecho acomplejado, patológicamente mentiroso, problemático y disfuncional como la guerra de sexos, que ni es guerra ni se reproduce voluptuosamente. Relaciones que se entrecruzan cuando Nacho —el veterinario que le roba cinco novillos a su suegro— decide embaucar a su joven ayudante para transportar ganado a Portugal, donde sus rapaces enlaces han de venderlo por el doble o el triple de su valor en España, un país que no existe más allá del horizonte próximo. O sea, la trayectoria que dibuja un denso salivazo en la carretera comarcal. Pena de vida, pena de madre. El truhán más verboso que se recuerda es también el protagonista del último filme de Mariano Barroso, Todas las mujeres. Que son las nuestras, y contra las adversidades.

    "¿Me quieres?". "Sí, sí... Claro que te quiero. Te quiero mucho. Luego te llamo. Nos vemos en Portugal, eh. Tranquila. Hay que mantener la calma. Dile a tu amigo que espere allí, que no se mueva". Transcripción no literal, pero fiel, de la conversación que acontece entre Nacho y su amante, una Michelle Jenner que reafirma aptitudes en el filo de la navaja; luego del primer encuentro fugaz (e interior, porque sólo hay una casa y diez metros en un arcén), y cuyo destino apenas se intuye fuera de campo, en la no-acción de su personaje ingenuamente rabioso y pletóricamente frágil. Para entonces ya sobran los abrigos y toca esperar la visita —en orden, una tras otra, respetando la intimidad y los argumentos incesantes del Narciso en cuestión— de esa mujeres que equivalen a una película y a una vida vívidas, inusuales pero reconocibles, inteligentes y ágiles, con diálogos que disparan ráfagas de golpes tan verdaderos como una gran mentira. Y eso, no descubro nada, duele. Y masajea los músculos del humor. Sin pretensiones ni ergonomía. Eduard Fernández se enfrenta a sus chicas en un vis a vis catártico y muy revelador: son seis pero podrían ser Una Indivisible Sin Piedad, anestesiadas mientras escuchan o más bien asumen los regates casi eufemísticos de su interlocutor, quien sólo busca evitar la confrontación con su suegro, un "mal bicho" que ha abusado de él durante años, sin vergüenza ni remordimiento alguno.

    Todas las mujeres, de Mariano Barroso

    Especialmente memorable es la secuencia paterno-filial, cuyo arco dramático arranca risas y enmudece por momentos con esa credibilidad que rezuman Eduard Fernández y Petra Martínez, actriz minusvalorada que imparte no ya magisterio sino dosis ingentes de emoción. Quizá sean esos ojos a punto del llanto, o esa lágrima que no cae, o la sabiduría del oficio, una elegancia impermeable a nuestra propia mirada indulgente. Sentimientos que obligan a empatizar con un tipo lleno de miserias —que no miserable—. El guión de Alejandro Fernández y Mariano Barroso (Éxtasis) es el triunfo de dos excelentes narradores, que cuentan mucho porque conocen el quid, sus cimas y sus valles en un decorado humilde, y la fisicidad del relato en conjunción con la palabra: ni un determinante de más, ni un silencio de menos hasta llegar al término último: unir en el vacío mundano de ese hombre que a duras penas resiste la sobriedad psicológica que vertebra parcialmente Nathalie Poza, quien en última instancia sobrelleva el tono agridulce del Edipo crepuscular o resucitado. Sin diván en el que tumbarse. Un rey falaz recurriendo al oráculo de la carne trémula. Una forma de ser, una personalidad, un arquetipo nulo. Solo en su mente recursiva. Aunque la basura haya anegado su (nuestra) existencia. Durante largos minutos fugaces, esas miradas convergen para transmitirlo todo con apostura, sencillez, habilidad, cariño, compasión, rabia, aspereza. Tocando hueso. Como Petra Martínez, María Morales, Marta Larralde y Lucía Quintana. Como Nathalie Poza, una de las mejores actrices que hay en este país. Siempre a la altura, con inagotables registros. En el plano-contraplano que sostiene la cámara de Barroso, en la media distancia levemente picada, aun en la (in)seguridad del (des)enfoque. Todas las mujeres rompe cierto sentimentalismo y sigue una férrea dieta hipercalórica de diálogos. Frases y confesiones que, refractarias a una actitud minimalista, se erigen en monumentos a la expresión verbal. Al Cine con nombre(s) propio(s). El contenido por su continente, y no al revés. ★★★★

    Juan José Ontiveros
    redacción Madrid

    España, 2013, Todas las mujeres. Director: Mariano Barroso. Guión: Alejandro Hernández y Mariano Barroso. Productora: TNT / Kasbah. Fotografía: Raquel Fernández. Reparto: Eduard Fernández, Michelle Jenner, Nathalie Poza, Petra Martínez, María Morales, Marta Larralde, Lucía Quintana. Presentación oficial: Festival de Málaga 2013.

    Todas las mujeres cartel
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