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    Crítica | El miedo (La por)

    La por (El miedo)

    El fantasma del verdugo

    crítica de El miedo | La por, Jordi Cadena, 2013

    Uno de los primeros detalles reseñables de El miedo es lo bien elegido que está su título. Efectivamente, toda la película gira entorno al miedo; no al imaginario, o al que pueda producir algo que no se comprende, sino al miedo cotidiano, el que produce saber que se convive con el enemigo. A diferencia de otras películas españolas que han tocado el siempre espinoso tema de los malos tratos, como Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003) o Sólo mía (Javier Balaguer, 2001), la película de Jordi Cadena lidia con los momentos intermedios, con el estado de absoluto terror y paranoia que provoca la convivencia con un maltratador. Con cómo su mera presencia es capaz de helar la sangre en las venas de quienes saben de qué es capaz. También a diferencia de las cintas citadas, aquí el peso del protagonismo no recae sobre la pareja maltratada, sino sobre los hijos. Más concretamente el hijo adolescente, Manel (Igor Szpakowski, conocido por ser uno de los protagonistas de la serie Pulseras rojas). Aparentemente un chico normal, buen estudiante, educado y agradable, cuya vida sin embargo se resquebraja, víctima y testigo silencioso del brutal clima de violencia física y psicológica creado por su padre (Ramon Madaula).

    Ausente durante buena parte de la película, el maltratador es prácticamente un fantasma, alguien de quien se habla en voz baja, como si mencionarle pudiese conjurar su figura maligna. Y también como un fantasma, deja sentir su presencia en cada rincón, en cada minuto de la vida de los que le sufren. La sola posibilidad de tener que compartir con él un sólo segundo de más resulta aterradora, como demuestra el final de esa larguísima secuencia inicial, sin diálogo alguno, en el que el espanto de tres personas convertidas casi en estatuas ante la mera presencia de alguien dice mucho más que la visión de una espalda amoratada. En esos diez minutos iniciales, Cadena establece, sin palabras, a víctimas, verdugo y todo lo que hay entre ellos. Durante la mayor parte de la historia, acompañamos a Manel en su día a día, en su relación con su hermana pequeña (Alícia Falcó), con sus compañeros, con su novieta, con algunos de sus profesores. No hay un sólo momento del día en que sus acciones no estén envenenadas por la presencia de su padre; en el caso de Manel, el miedo que siente también incluye el pensar que la maldad puede heredarse igual que se hereda un lunar, que la víctima puede no ser tan diferente a su verdugo. Hay que reconocer aquí la enorme labor del joven Igor Szpakowski, que se carga la película a sus espaldas hasta el último segundo, convirtiéndose en el auténtico corazón de la película. Sin sus miradas, sus palabras y su fragilidad, El miedo habría resultado una película mucho más fría, más impersonal; con él, sin embargo, el espectador no sólo empatiza, sino que es capaz de sentir toda la angustia, la tensión emocional y el dolor de la situación. El momento en que lamenta no haberle dado un beso a su madre desde hace tiempo, a pesar de lo mucho que la quiere, es uno de los más estremecedores vistos en mucho tiempo, especialmente protagonizados por un actor tan joven.

    Otro de los méritos de la película es su forma de tratar, o mejor dicho de evitar, la violencia física. De ella sólo vemos sus consecuencias, ya sea en forma de moratón o del llanto de una niña pequeña. Cadena nunca muestra un golpe, e incluso los gritos se distinguen a duras penas, amortiguados entre unos auriculares con música a todo volumen y una almohada. Precisamente porque no llegamos a verla, esa violencia resulta todavía más terrorífica: no hay nada que dé más miedo que lo que no podemos ver, nada que nos asuste más que elucubrar el cómo y por qué alguien puede tener un efecto tan devastador sobre aquellos a los que atormenta. Película incómoda, opresiva, ominosa, es también una cinta enormemente valiente. Valiente por elegir salirse de los tópicos (sí, la víctima principal de los golpes es la mujer, pero lo que vemos no es eso que se ha dado en llamar “violencia de género”, sino violencia doméstica en el sentido más amplio de la expresión), valiente por elegir una resolución distinta a la de Bollaín o Balaguer, tal vez más efectista pero no por ello menos certera. Valiente por hacer sentir al espectador el terror y, sobre todo, la tensión casi insoportable que supone convivir con un maltratador. Por haber retratado, por una vez, la violencia doméstica en toda su monstruosa dimensión, en un país donde el maltrato y el recuento de sus víctimas se han convertido en un macabro espectáculo de masas. ★★★★

    Judith Romero
    redacción Londres | enviada especial al BFI London Film Festival.

    España, 2013, La por. Director: Jordi Cadena. Guión: Jordi Cadena y Núria Villazán (Basada en la novela “M.”, de Lolita Bosch). Productora: Glaam Mitjana Invest / Oberón Cinematográfica / Televisió de Catalunya (TV3). Presentación: Festival de Londres BFI 2013. Fotografía: Sergi Gallardo. Montaje: David Gallart. Intérpretes: Igor Szpakowski, Roser Camí, Alícia Falcó, Ramon Madaula.

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