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    LOS MISERABLES | CRÍTICA

    Crítica de Los miserables, de Tom Hooper
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    Los miserables (Les Misérables, Tom Hooper, 2012)

    Febrero de 2011. Una historia sobre el rey tartamudo Jorge VI y sus circunstancias está en la lista de nominadas a Mejor Película. Su director, Tom Hooper, compite con fenómenos del calibre de los hermanos Coen y David Fincher. Es un invitado tímido en un escaparate de marcas suntuosas, estrellas consagradas y muchos dólares. Todo brilla con un refinamiento insólito, pero reconocible. Hooper, un tipo marcadamente londinense, cuyo rostro representa las formas del estereotipo inglés, se muestra sonriente, disfrutando de su momento en esa jungla de luminarias chic: el poder de seducción de la alfombra roja trasciende lo estrictamente publicitario. Hollywood vende sueños inalcanzables, artificio, mitos vivientes o caídos en desgracia por esa imparable maquinaria industrial. Pero ahí está Hooper, cuya nariz aquilina se pliega en rombo hacia su prominente mentón, contemplando el business del que más tarde saldría victorioso. Tan sólo ha dirigido un interesante largometraje titulado The Dammed United, donde Michael Sheen da vida al fugaz entrenador del Leeds de mitad de los 70: el polémico y un tanto borracho Brian Clough. Con apenas dos filmes, de manera modesta, quizá vagamente ambiciosa, el realizador se ha consagrado a ojos de la crítica. Sin duda, la excelente interpretación de Colin Firth –a quien le debían un Oscar por Un hombre soltero– como el disfuncional rey de Inglaterra dotó a la obra de un halo castrense que suele fascinar dentro de ese museo de antropología que forman los miembros de la Academia. Y, por supuesto, se impuso sin estridencias. Nadie –o casi nadie– se quejó; al fin y al cabo, las decisiones provenientes de arriba no están supeditadas a la euforia del espectador medio. Los intereses radican de otras artimañas menos transparentes, posiblemente ajenas al cine.

    Amanda Seyfried en Los miserables
    Amanda Seyfried en un fotograma de 'Los miserables', de Tom Hooper
    Rápidamente, las majors situaron el foco en Hooper, quien apenas unas semanas más tarde recibió una oferta muy apetecible: dirigir la adaptación cinematográfica de Los miserables, esa obra maestra de la literatura universal escrita por Víctor Hugo. Concretamente en su versión musical y teatralizada, con un libreto que se ha paseado por medio mundo durante varios decenios. Sabedor del filón que tenía ante sí, Hooper aceptó sin titubear, ya que se trataba de un proyecto que le había rondado desde hacía algún tiempo. Comenzaba, pues, el baile de nombres, de intérpretes que representarían la famosa novela en la pantalla grande. Hugh Jackman resultó ser un Jean Valjean perfecto, y su antagonista, ese poli tenaz y despreciable llamado Javert, recayó en la presencia de Russell Crowe. El argumento nos remonta a la Francia del siglo XIX, un escenario en perpetua tensa calma, que mira de reojo a los convictos como Valjean. Un hombre condenado por robar comida, que viola su libertad condicional y por ello será perseguido obsesivamente –hasta que la muerte se lo permita, como ordenan las uniones sagradas– por ese rampante servidor de la ley. En su huida, Valjean se convertirá en alcalde y conocerá a una mujer (Anne Hathaway) obligada a prostituirse, y cuya hija está siendo cuidada por dos indeseables rateros (Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter, la dosis caricaturesca que impone el musical y el plano guión de William Nicholson) que la tratan como si fuera una esclava.

    Tom Hooper dispone de un material apasionante: la sublime arquitectura de Víctor Hugo personificada en un grupo de personajes heridos. Lo mejor de la literatura, o sea amor, redención, muerte, el hombre enfrentado a su invisibilidad. Y, por si fuera poco, música. Sin embargo, deciden que sea el musical más redundante de la historia: dos horas y media insufribles en las que no paran de cantar ni un segundo. Cualquier dejo de asombro, un “oh”, un “vaya” sobreviene con gorgoritos. El trazo grueso del oscarizado director se quiebra irremediablemente. Padece un tic formal muy feo: el abuso de planos aberrantes (se llaman así, no es un adjetivo gratuito) que ni expresan ni describen ni justifican su inserción en un montaje asombrosamente mediocre. Ni siquiera me molesto en consultar el nombre del director de fotografía, pues la iluminación parece un sabotaje. Y, por tanto, los decorados cantan más que los propios harapientos. 

    Anne Hathaway en 'Los miserables', de Tom Hooper
    Anne Hathaway en 'Los miserables', de Tom Hooper

    Leo opiniones acerca de lo maravillosa que es esta nueva adaptación, de los admirables logros de un cineasta sobresaliente. He debido de ver otra película. Aun así (y dejando a un lado el tema de gustos y colores), nadie podrá negarme que el ejercicio tras la cámara no hace honor a la entrega de unos actorazos. Y Hooper tampoco se olvida de su querido gran angular, que usa en un plano pretencioso e incomprensible. Esta versión me aburre, deseo que acabe cuando sólo llevo media hora sentado en la butaca. Y no paro de moverme, consulto el reloj. Y me pregunto cómo hace Eddie Redmayne para emitir semejante vozarrón. Es Caruso resfriado. Hooper, en cambio, es un gran bluff. Y Los miserables es la prueba definitiva de ello.

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    2012, Gran Bretaña. Título original: Les Misérables. Director: Tom Hooper. Guión: William Nicholson (Novela: Víctor Hugo). Música: Claude–Michel Schönberg. Fotografía: Danny Cohen. Reparto: Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway, Helena Bonham Carter, Amanda Seyfried, Sacha Baron Cohen, Eddie Redmayne, Aaron Tveit, Samantha Barks. Productora: Universal Pictures / Working Title.

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