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  • Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Ruido

    || Críticas | ★★★☆☆ |
    Ruido
    Ingride Santos
    Artesanía y ruido


    Aarón Rodríguez Serrano
    Valencia |

    ficha técnica:
    España, 2025. Título original: «Ruido». Dirección y guion: Ingride Santos y Lluís Segura. Compañías: Sábado Películas, Playtime Movies, Filmin, La Corte. Festival de presentación: Festival de Málaga (Sección Oficial). Distribución en España: Filmin / VerCine. Fotografía: Beatriz Sastre. Montaje: Fernanda Gascón. Música: Cookin’ Soul. Reparto: Latifa Drame, Judith Álvarez Vargas, Asaari Bibang, Lobo Estepario. Duración: 83 minutos.

    Es importante comprender cómo una película configura, de una u otra manera, a su posible espectador. Lo digo porque Ruido únicamente puede ser leída en términos de lo que (felizmente) es: una película de caída y auge sobre la capacidad del arte para redimir a los sujetos y cerrar heridas. Una película que no corresponde a otra generación que a la que la ha visto nacer: los que se expresan, difunden, y aman en el código del Freestyle, los que han encontrado en el rap un hogar y los que ahora, más que nunca, se reivindican a partir de ese territorio. Cualquier lectura que no tenga en cuenta a los tardoadolescentes a los que Ruido quiere acompañar, y a los que trata con enorme respeto, es una lectura fallida.

    Se debe decir, claro, que la película no es en absoluto original. No lo pretende, ni creo que nadie en el proceso de producción sufriera especialmente por ello. Podría dar una lista interminable de referentes que pululan por sus fotogramas: desde la truncada batalla inicial de 8 millas (8 mile, Curtis Hanson, 2003) a los cambios de formato de Mommy (Xavier Dolan, 2014). A lo tonto o a lo listo, son veinte años de cine que formó y conformó a dos generaciones, y que aquí Ingride Santos ha colapsado en una película concreta, rugosa, directa, sin tonterías. La cinta dura 80 minutos y no necesita ni uno más, no pierde el tiempo, no se atraganta ni atraganta a nadie. Asciende en línea recta subiendo la escalera interminable de las estructuras de caída-y-auge, confiando en sus actrices y con una clara voluntad generacional. Los diálogos apenas resultan creíbles, pero tampoco parece un problema: apuntan al mito, a escenas ya vistas, a una épica de barriada y de supervivientes que, como un cuento de hadas con tatuajes y TikTok, llegase justo a tiempo.

    Lo bonito de este salto/precipicio generacional que estamos viviendo es que no necesitan a nadie que les valide. Los más maduros del lugar no tendríamos que afirmar ni que negar nada alrededor de Ruido, pero podemos permitirnos el lujo de celebrar su existencia como celebramos, no sé, el humor brillantísimo de Yibril o el cine misterioso y bellísimo de Jaume Claret Muxart, por trazar dos líneas distintas. Podemos admirar un trabajo bien hecho, un producto inteligente y bien arquitrabado, como el que presenta Ingride Santos, esta suerte de película-manifiesto llena de alteridades, cuerpos no normativos, composiciones controladas y lugares comunes. No es una cinta de autor, pero es una cinta de artesanía delicada que tiene, al menos, un par de escenas bellísimas: el baile/despedida con la música de Mali y, por supuesto, el enfrentamiento en planos cortos entre Latifa Drame y Asaari Bibang. Y por cierto, cabe añadir que Bibang realmente borda un papel descomunal, una de las interpretaciones más sólidas y controladas del año. Bibang se lanza a las espaldas la película y con ella todo lo que únicamente puede sugerirse en el gesto, en la mirada, en la respiración contenida, en una capacidad inmensa para resultar creíble y emocionante, arquetípica y única. Se gana el respeto en cada aparición en pantalla, obligándonos a contener la respiración con ella y a partir de ella, dándole al relato las pinceladas dramáticas precisas para que la película se llene de vida.

    La cinta tiene buenas intenciones, y hay que agradecerle que no se desplome en el abismo sin fondo de la pornografía emocional. Antes bien, arranca su fuerza de las posibilidades mismas del Freestyle y bordea la miseria precisamente gracias al uso de la palabra. No hace falta ser demasiado evidente porque la lectura de la película insiste en su transparencia: desde el primer minuto ya hay rimas machistas y racistas, desde el primer minuto se huele el miedo, desde el primer minuto las cartas están puestas encima de la mesa. Hay un homenaje precioso a Toteking —lo diré claramente: uno de los mejores escritores españoles de mi generación— que traza un puente vivencial como respuesta al miedo, que recupera también algo de la historia del rap en nuestro país y que acompaña como una suerte de ruido de fondo las vivencias de las protagonistas. Sin embargo, y esto es lo que más me duele, la película no puede zafarse del esquema clásico del cuento de Propp, no pude subvertirlo, de tal manera que sumerge una manifestación artística de plena actualidad en un código narrativo que, pese a su probada eficacia, es inevitablemente vetusto. Las conexiones entre Destinador, Aliado, Tarea, Deseo y el resto de actantes está tan subrayada que a la película le falta precisamente eso: libertad, calle, capacidad de romper cristales, riesgo. Como señalaba antes: pierde en originalidad todo lo que ha ganado en jugar sobre seguro.

    A partir de aquí, cabe preguntarse hacia dónde puede ir tanto la carrera de Ingride Santos —que ha comenzado, ciertamente, con buen pie— como la propia idea de los Filmin Originals. Como primer largometraje de ficción, encarna sin duda los valores sociales e ideológicos que transmite la plataforma: pluralidad identitaria, compromiso social, un cierto progresismo bien temperado. Ahora bien, como producción audiovisual está tan encajada dentro de los cánones de lo previsible estructural, narrativa y formalmente que no termina de tener ese aliento de empresa suicida y brillante que destilaba, pongamos por ejemplo, el Doctor Portuondo de Carlo Padial. En cualquier caso, como modelo de producción y de exhibición es una aventura que merece la pena seguir de cerca, y que ya simplemente con que nos traiga cintas artesanas tan depuradas y directas como Ruido, nos parece celebrable. ♦


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