|| Críticas | ★★★☆☆
Keeper
Osgood Perkins
La cabaña de los monstruos
Carles M. Agenjo
ficha técnica:
Estados Unidos, 2025. Título original: Keeper. Dirección: Osgood Perkins. Guion: Nick Lepard. Compañías productoras: Oddfellows Entertainment, Range Media Partners, Wayward Entertainment, Welcome Villain. Fotografía: Jeremy Cox. Producción: Jesse Savath, Chris Ferguson. Reparto: Tatiana Maslany, Rossif Sutherland, Birkett Turton, Weiss. Duración: 99 minutos.
Estados Unidos, 2025. Título original: Keeper. Dirección: Osgood Perkins. Guion: Nick Lepard. Compañías productoras: Oddfellows Entertainment, Range Media Partners, Wayward Entertainment, Welcome Villain. Fotografía: Jeremy Cox. Producción: Jesse Savath, Chris Ferguson. Reparto: Tatiana Maslany, Rossif Sutherland, Birkett Turton, Weiss. Duración: 99 minutos.
Lejos de la costa y los arrecifes, en una escena de la vibrante Keeper, una chica de ciudad llamada Liz, que encarna Tatiana Maslany con la mirada ebria de pavor, se descubre atrapada en una lujosa cabaña de diseño minimalista –que parece escondida en los bosques de Vancouver– donde ha llegado para pasar unos días de otoño con su novio Malcolm, interpretado por un cínico Rossif Sutherland con apariencia de teddy bear. De repente, tras una serie de siniestros sucesos, Liz despierta en el sótano y es sorprendida por una serie de inquietantes apariciones a medio camino entre los Caprichos de Goya y los espíritus de la mitología yōkai. Es entonces cuando ella comprende que su función no consiste en pudrirse como un ángel del hogar, devorando siempre el mismo pastel de chocolate, ni morir sacrificada como las anteriores novias de su pareja, sino en abrazar su condición de matriarca diabólica que impone una justicia ancestral a través de un espeluznante ritual satánico. Estas escenas, cargadas de una poderosa energía perturbadora, puntúan las cumbres de la película, dirigida con elegante manierismo por Oz Perkins y escrita por el mentado Nick Lepard. Lógicamente, el juego de puesta en escena entre dos estadios de realidad –en clara sintonía con la dualidad de Zephyr, pero muy especialmente con la totémica El resplandor (1980)– sigue presente, bifurcando el espacio entre un paisaje doméstico que resulta extraño en su cotidianidad, y otro subterráneo que tiene que ver con lo profundo, con los abismos del yo, donde la otredad se erige en forma de venganza femenina como respuesta directa –y un tanto precipitada– a los deseos de la maternidad y las cadenas del patriarcado.
En cualquier caso, Keeper y Dangerous Animals no sólo comparten guionista o productora como Range Media Partners, con la que Perkins lleva trabajando desde hace años, sino un mismo espíritu de serie B que tiene que ver con la velocidad de producción y el presupuesto ajustado dentro de los parámetros de la industria. Asimismo, parecen encajar en su peculiar forma de pensar las películas –según confirmó en una entrevista– que se suceden unas a otras «como si fueran un tren». No obstante, el caso de Keeper plantea cierta problemática. Aunque el director confiese que se trata de una «no money movie rodada en un solo escenario en menos de 20 días» y escrita como «un ejercicio de dibujo automático» en tiempos de huelga, lo cierto es que el guion de Lepard resiente un tanto la propuesta, volviéndola confusa a ratos, demasiado críptica en otros e incluso abrupta cuando la narración abandona lo sutil para zambullirse de pleno en las aguas oscuras del género en su impactante tramo final. También es discutible la brusquedad del montaje –obra de Graham Fortin y Greg Ng, habituales de Perkins– que a veces prescinde caprichosamente de la coherencia espacial para desubicar a la protagonista. No es la primera vez. Salvando las distancias, la magnífica Longlegs (2024) ya pecaba de dar volantazos de tono cuando Nicolas Cage dejaba atrás su apariencia huidiza para desatar un recital de estridencias al borde de la caricatura. Mejor construida, en cambio, es la narración de Soy la bonita criatura que vive en esta casa (2016), entregada a la poética de espectros que dejaban rastro al desplazarse por el encuadre, o la deliciosa gamberrada The Monkey, que proponía un viaje salvaje en forma de carta redentora sobre la muerte de los padres no exenta de un ácido sentido del humor.
Keeper, en definitiva, es lo más parecido a un reto, un experimento, la mejor prueba de que Perkins sigue exprimiendo los imaginarios del terror como una naranja madura. Esta vez, lo europeo y lo asiático se dan la mano mediante una embutida sucesión de recursos de estilo. Desde la composición esquinada y el encadenado largo hasta la mirada caleidoscópica o las imágenes con distorsión de barril. El resultado es una película pequeña, pero matona, que no duda en celebrar lo macabro a través del rostro dislocado y babeante, que no es otro que el de un fantasma pidiendo ayuda. Suena a tópico, pero lo cierto es que acojona un rato. ♦













