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  • Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Érase una vez Michel Legrand

    || Críticas | ★★★★★
    Érase una vez Michel Legrand
    David Hertzog Dessites
    Las fuerzas misteriosas


    David Tejero Nogales
    Badajoz |

    ficha técnica:
    Francia, 2024. Título original: Il était une fois Michel Legrand. Director: David Hertzog Dessites. Guion: David Dessites, Willy Duraffourg. Productores: Antoine de Clermont-Tonnerre, Martin de Clermont-Tonnerre, David Dessites. Productoras: Pantheon Films, Universal Music, Cine+, Orange Cinema Series, Indefilms 13, MACT Productions. Distribuida por: Movistar Plus. Fotografía: Nicolas Beauchamp. Música: Michel Legrand. Supervisión musical: Pascal Mayer. Montaje: David Dessites, Margot Icher, Vincent Morvan. Diseño de producción: Ruben Seksik. Maquillaje: Emma Razafindralambo-Delestré.

    Los documentales que han pretendido abordar figuras importantes dentro de la música de cine suelen inclinarse hacia el trabajo archivístico y hagiográfico de sus respectivos protagonistas. Pasó recientemente en el documental de Disney + La música de John Williams (Laurent Bouzereau), en el que se construye un recorrido por la obra del músico desde una perspectiva demasiado corporativa e industrial. Érase una vez Michel Legrand (David Hertzog Dessites, 2024) pertenece a esa clase de historias en el que el compositor estrella tiende a depositar, mediante una estructura de mosaico y fotografías, sus recuerdos más personales, sin embargo, a diferencia de otros relatos, lo que cuenta Dessites alcanza una emotividad mucho mayor gracias a la humildad sobre la que levanta toda una arquitectura crepuscular que, a fin de cuentas, va más allá de la propia existencia del célebre músico francés. La sombra del compositor se erige en un testamento entre la vida y la muerte tomando de base su despedida de los escenarios en el majestuoso concierto con la Filarmónica de París en diciembre de 2018, apenas dos meses antes de su fallecimiento.

    Es imposible dejar de ver en la imagen frágil de un Legrand de 86 años la postura de un artista, o mejor dicho, de un cineasta, que se niega a abandonar al niño que lleva dentro. Su cuerpo quebrado, ajado por los años y roto por el dolor, se debate en el ocaso, mientras se enfrenta a la belleza del piano y recupera una última vez la sensación de plenitud y eternidad. Dessites no oculta los claroscuros del hombre antes que de la leyenda, con su mal carácter, cascarrabias y gritón, al mismo tiempo establece un dialogo brutal con los fantasmas que habitan no solo en la memoria, sino en la propia supervivencia del cine.

    En este viaje, son varias las personas que conectan con el aura creativa de Michel Legrand, partícipes de su formación dentro de la historia de la música y del cine; el primero, y sin duda más importante de todos, su amigo Jacques Demy, con el que mantuvo una relación íntima y estrecha que lo llevaron a trabajar juntos en títulos indispensables de nuestra vida como Los paraguas de Cherburgo, Las señoritas de Rochefort, Lola o Piel de asno. Su contribución al cine no acaba en la dupla compositor y director, como podría pasar en muchos otros dúos de artistas unidos de la mano, véanse las de Williams con Spielberg, Morricone con Leone, o Herrmann con Hitchcock, por citar solamente algunos de los más famosos o representativos. La naturaleza de ambos creadores mantenía una única línea de diálogo en una simbiosis absoluta de la que es imposible prescindir. Por eso, y siendo un caso especial, podríamos albergar sus nombres juntos en los títulos de crédito, casi como compartiendo el derecho sobre la misma obra. Además, la conexión, digamos espiritual, que uno mantenía con el otro, nos sumerge en un espacio de fantasía que traspasa el tiempo. Demy y Legrand conciben un tipo de melancolía que de alguna manera nos mantiene unidos a los muertos, un delirio espectral que este documental recupera, no sabemos si de una forma accidental o intencionada, como partes de un naufragio.

    Precisamente ese naufragio irrumpe en la persona de Orson Welles, como otro de los actores principales de su biografía. La amistad con el orondo director de Ciudadano Kane sintetiza en el documental esa teoría de lo fantasma que lo hace tan hermoso y tan triste, y que queda patente en la presentación de la música que el propio Legrand compuso para la reconstrucción de Al otro lado del viento (2018), siguiendo las notas a pie de página del propio realizador. Su nombre estaba escrito en esas notas como apoyo de una música todavía sin realizar que muchos años después, y con la cercanía del propio Legrand con la muerte, lo acercaba definitivamente a su amigo. Significativo el momento en donde Legrand, dirigiéndose a la platea en el estreno de la película cree ver sentado en el patio de butacas al mismo Welles, de una manera tan clara y definida que revelarlo supondría desvanecerse por completo. En Welles uno hallaba la figura de caballero romántico que se niega a claudicar frente a la industria de los poderosos, y casi seguro se revolvería en esa deconstrucción de uno de los tantos trabajos suyos inacabados que no eran más que restos de ese naufragio universal en el que Legrand también participaba. Cosas bonitas perdidas en el espacio-tiempo con la libertad suficiente para explorar caminos proféticos y visionarios.

    Esa libertad, esa osadía en el sistema de estudios, hacía que Legrand las desafiara con su música, y con el jazz como estandarte revolucionario con el que romper lo establecido. Lo hizo desde muy joven en las clases con su institutriz y maestra a la que provocaba saliéndose del clasicismo y lo académico. Lo hizo con su padre, músico de profesión, pero al que en cierto modo negaba, con la distancia de una relación vaga y poco familiar. Los espejos de Demy o de Welles venían a ser los de ese padre ausente en unos vínculos mucho más intensos, apasionados y afectuosos. Mientras, de manera casi imperceptible el deseo de Legrand se expandía alcanzando cotas inimaginables en un negocio aséptico que rehuía de los sentimentalismos.

    Érase una vez Michel Legrand se ciñe a una estructura de montaje en el que como es habitual se dan diferentes testimonios de directores, cantantes y personalidades de la industria del cine y del espectáculo. Podríamos achacarle que no indague o se meta más de lleno en el proceso creativo y narrativo de la música de cine, entre otras cosas porque su valor no es meramente técnico sino más bien emocional y novelesco. Esa carencia se cubre con creces en el riguroso seguimiento del compositor en sus últimos viajes como concertista. Es precioso contemplarle repasando las partituras, sonriendo al lado del piano, momentos antes de ponerse a tocar sus famosas melodías. Además, sus guionistas dan espacio al dolor y a los miedos de un hombre entregado a la música, ganador de tres premios Oscar de la Academia y que como tantos otros compositores europeos eran incapaces de desprenderse de las raíces telúricas con su patria. El desarraigo del hogar donde nació y el desembarco fortuito en Hollywood fundió a Legrand en una profunda depresión que lo llevaría nuevamente a conectar con la muerte. Esa etapa oscura de su vida coincide con la de sus mayores éxitos comerciales, pero no dejan de ser meros espejismos de la verdadera inclinación del autor de Verano del 42, sumido en los recuerdos vaporosos de tiempos mejores junto a sus amigos del alma (Demy, Welles, Godard, Varda, Chaplin, Chevalier, Lelouch, Rappeneau, Streisand y tantos otros). Esa conciencia de un cine de la melancolía, es lo que hace imprescindible a este documental. Un testamento en el que los elementos originales de cualquier estudio de músicos famosos acaban por transmutarse en una magia inusual tocada por la varita de los grandes musicales del cine. Michel Legrand representa a ese instrumento libre poseído por fuerzas misteriosas que nos llevan adonde quieren, y cómo él mismo decía a esas fuerzas hay que seguirlas siempre hasta el final que son, también, el principio. ♦


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