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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Le Lac

    || Críticas | SEFF 2025 | ★★★★☆ |
    Le Lac
    Fabrice Aragno
    Una pareja, un velero y un lago


    Miguel Muñoz Garnica
    Sevilla |

    ficha técnica:
    Suiza, 2025. Título original: Le Lac. Dirección, producción y guión: Fabrice Aragno. Productoras: Casa Azul Film, L'Atelier. Fotografía: Joseph Freddy, Fabrice Aragno. Montaje: Fabrice Aragno, Chloé Andreadaki. Sonido: Léa Célestine Bernasconi. Reparto: Clotilde Courau, Bernard Stamm. Duración: 75 minutos.

    Una pareja, un velero y un lago. Que se puede hacer gran cine solo con eso ya lo demostró hace cerca de un siglo F. W. Murnau en Amanecer (Sunrise, 1927), donde las oscilaciones entre el amor y el odio de la pareja protagonista estaban contadas en dos escenas que se bastaban y se sobraban con esos tres elementos. La entrada de la tragedia era la de una tormenta, la del amor recobrado el sol entre las nubes. La precisión de Murnau para que los fenómenos fuesen tan atmosféricos como dramatúrgicos ha sido pocas veces igualada.

    La primera referencia que me ha venido a la cabeza viendo Le lac, antes que Murnau, ha sido Raoul Walsh y una de sus aventuras marineras: El mundo en sus manos (The World in His Arms, 1952). Recuerdo un punto de la trama en el que Gregory Peck y Anthony Quinn se apuestan sus naves en una carrera hacia Alaska. Si obedeciera solo a las necesidades narrativas, la escena debería ser tensa, apremiante, orientada a la cuenta atrás hacia la meta. Pero, sobre todo, es de una majestuosidad que hace que uno se olvide del argumento. En las proas de las naves que cortan las aguas por la mitad, en el viento que infla las velas, en el azul del océano que se abre ante las naves hay una grandeza que es lo que más atesoro de toda la película. Se podría asociar esta grandeza a cuestiones narrativas, claro. La idea de la libertad, la escala de la aventura, etc. Pero no creo que sea lo principal. Es, más bien, una cuestión de encontrar un objeto lleno de cualidades cinematográficas y expandirlas por la forma de ponerlo ante la cámara.

    Dicho de otra manera: hay en el cine clásico americano un misterio que subvierte una idea preconcebida. Se supone que, para directores como Walsh, la puesta en escena era la forma más eficaz de poner en imágenes la historia que quería contarse. Pero, a veces, ocurría un desbordamiento. La puesta en escena conducía a una plenitud de las imágenes en la que la historia no parecía siquiera necesaria. El movimiento del barco eclipsaba a la tensión de la carrera.

    Este desbordamiento fue la obsesión de los críticos y cineastas de la Nouvelle Vague. ¿A dónde podemos llevar las imágenes del cine clásico si les quitamos los pretextos narrativos y/o mitológicos? Fue, desde luego, la obsesión de Jean-Luc Godard, a quien está dedicada Le lac. No en vano, Fabrice Aragno, que con ella entrega su primer largometraje, fue su colaborador habitual en las dos últimas décadas.

    Desde su cita de apertura, Aragno invoca una tensión entre lo visible y lo invisible. Tomemos el plano que precede al título de la película, muy probablemente una declaración de intenciones. Sobreencuadrado por un ojo de buey, vemos en un contrapicado tembloroso el mástil del velero, la luz de una tarde mortecina y después las velas que se inflan y se expanden. A Aragno, como a Murnau o Walsh, le interesa sobre todo el carácter misterioso del viento y las ondulaciones del agua como algo invisible que provoca otros movimientos visibles. Lo perceptible dentro de una visión incompleta.

    Le lac está protagonizada por una pareja, de la que sabemos que corren una regata y pasan unos días a bordo de su velero, recorriendo un lago. Sabemos que el viento los mueve, a veces violentamente, a veces suavemente, y que las olas los agitan. Están, por tanto, igual de incompletos que la mayoría de planos del velero. Sabemos que se mueven, pero no percibimos qué los mueve. De modo que cada primer plano acoge a la vez la opacidad de su interior —¿qué piensan, qué sienten el uno hacia el otro, qué buscan en esa travesía?— y la claridad de un exterior expuesto: al espectador y a las oscilaciones del viento y el agua. Como si expusiéramos a los protagonistas de Amanecer a la tormenta exterior ocultando por completo la interior.

    Lo que queda, entonces, es una plena confianza en la imagen cinematográfica para extraer la grandeza de los elementos, y la capacidad del montaje para que las imágenes se relacionen entre sí de una manera no discursiva. Por ejemplo, Aragno intercala planos de la pareja y el barco con vistas desde la orilla: un padre y su hija que se bañan, un grupo de chavales que bailan alrededor de una fogata nocturna, una pareja de jóvenes que se besan sobre un dique… Para nuestros protagonistas podrían ser un recuerdo, o un espejo en el que medir su actual relación. Podrían ser cualquier cosa, pero a la vez son una sola cosa, una presencia rotunda y a la que vale la pena mirar.

    Podríamos decir que Le lac navega entre las corrientes de un siglo de cine: la precisión expresiva de Murnau, la grandeza física de Walsh, la libertad de Godard. Pero a la vez vuelve al punto de partida, allí donde todo se sostiene en la pura fe en la imagen. Una pareja, un velero, un lago. Y el viento que aún mueve al cine. ♦


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