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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Frankenstein

    || Críticas | ★★★★☆
    Frankenstein
    Guillermo Del Toro
    Soy vástago de un osario


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2025. Título original: Frankenstein. Director: Guillermo del Toro. Guion: Guillermo del Toro. Productores: J. Miles Dale, Guillermo del Toro, Melissa Girotti, Scott Stuber. Productoras: Bluegrass Films, Demilo Films, Double Dare You. Fotografía: Dan Lausten. Música: Alexandre Desplat. Montaje: Evan Schiff. Reparto: Oscar Isaac, Jacob Elordi, Christoph Waltz, Mia Goth, Felix Kammerer, Lars Mikkelsen, David Bradley, Charles Dance. Duración: 2 h 32 min.

    Sabedor de que se ha adaptado docenas de veces –como Drácula– y de que, quien más, quien menos, conoce la historia, Guillermo del Toro no ha dirigido un Frankenstein al uso. No estamos ante la versión canónica o definitiva que quizá algunos esperaban, sino ante una visión personal, fiel en el planteamiento y distinta en el desarrollo, de un relato que explica muy bien quién es Del Toro. Porque la novela de Mary Shelley encierra todas las claves temáticas de la carrera del director mexicano: las relaciones padre-hijo, la belleza de lo monstruoso, la muerte, el perdón, la bondad, la redención, la búsqueda de la identidad… Todo lo que es y representa Del Toro está en las páginas del moderno Prometeo. Tiene sentido, por lo tanto, y supone un hermoso reconocimiento hacia su autora el hecho de que el cineasta haya acabado filmando su Frankenstein, y que lo haya hecho además desde la audacia y la libertad creativa a las que nos tiene acostumbrados.

    Si aceptamos este cambio, la película deja de ser lo que queremos que sea y se convierte en lo que es: una conmovedora historia sobre lo que significa traer una vida al mundo. Lo mismo les pasa a los hijos, y tanto Víctor como su criatura lo son: no se convierten en lo que deseamos sino en lo que ellos desean. Y ese camino con frecuencia provoca dolor y deja cicatrices. Alrededor de esta sugerente lectura del texto original de Shelley y de algunas de sus implicaciones más evidentes –el deseo de trascendencia, el miedo a la soledad o el amor no correspondido–, se desarrolla un film en el que, se nota, Del Toro lleva pensando toda la vida. Cada encuadre, cada plano, cada decorado, cada idea visual que adorna la puesta en escena responde a un sueño perseguido con una pasión y un amor infinitos hacia el Monstruo. A diferencia de otros proyectos cinematográficos largamente gestados, como la Megalópolis (2024) de Coppola o los Gangs of New York (2002) de Scorsese, el Frankenstein de Del Toro no es una gorgona que haya petrificado a su creador, sino el escudo reluciente de Perseo. Por cierto, otro hijo que no fue lo que su padre pretendía.

    Sobre la superficie de ese espejo imperfecto y deformante, pero espejo al fin y al cabo, el director proyecta imágenes de indudable belleza y poesía, como esa en la que la criatura coloca delante de su rostro la placa de un daguerrotipo que muestra la faz de un cadáver, o esa otra en la que Elizabeth (Mia Goth) y el Monstruo (Jacob Elordi) observan una hoja de arce a la luz de un candelabro. No se trata de simples estampas preciosistas, como sí las hay en otros títulos más manieristas de Del Toro, caso de La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015) o La forma del agua (The Shape of Water, 2017). Son arrebatos de un artista único en su manera de entender la ontología de la imagen cinematográfica. Es cierto que el referente que maneja Del Toro es espléndido: las ilustraciones que dibujó Bernie Wrightson para una edición de la novela publicada en 1983 con prólogo de Stephen King. Pero el cineasta ha ido más allá de la mímesis. Apoyándose en una fotografía digital muy fina por parte de Dan Lausten, el operador habitual de Del Toro, las ilustraciones de Wrightson han adquirido la profundidad espacial y la cualidad atmosférica que solo puede otorgar la luz. En lo puramente formal, la película es una clase magistral acerca de dónde se deben situar las fuentes de luz y cómo ésta debe proyectarse, ya sea de manera natural, con difusor o tratada digitalmente. Las escenas protagonizadas por el Monstruo y el anciano ciego (David Bradley) son magníficas al respecto. No es fácil esquivar la estética Netflix, y aquí Lausten lo consigue porque casi todos los decorados son reales. La fotografía se trabaja mejor con referencias tangibles.

    Donde sí naufraga la película es en la relación entre Víctor (Oscar Isaac) y Harlander (Christoph Waltz), un personaje que viene a sustituir a Henry Clerval, el mejor amigo y compañero de infancia de Frankenstein, que en la novela funciona como su contrapunto ético y moral. De hecho, su muerte a manos de la criatura es lo que perturba de manera definitiva a Víctor. Dado que Harlander se muestra aún más ambicioso, ególatra y temerario que el propio Víctor, su muerte no supone ninguna pérdida para el público, al contrario, por lo que la película se queda sin ese contrapeso que en el libro ayudaba a entender la persecución sin cuartel hasta las confines helados del mundo. Tampoco acierta Del Toro apartando sentimentalmente a Elizabeth de Víctor, porque eso deshumaniza por completo al doctor y lo transforma en un psicópata sin matices. Al eliminar estos afectos –la amistad y el amor–, el guion pierde peso dramático con respecto a la obra de Shelley y pasa a depender únicamente de la relación paternofilial entre Víctor y la criatura, que Del Toro conecta semánticamente con la relación entre Víctor y su progenitor. Un acierto que, por desgracia, queda deslucido por la conversión del Monstruo en una suerte de Lobezno gótico.

    La emotividad… El viejo punto débil del director, que a menudo no sabe lo que hacer con los personajes de carne y hueso. Quizá por eso su Pinocho (Guillermo del Toro’s Pinocchio, 2022) es una de sus mejores películas. Y quizá por eso ahora algunos recuperen el Frankenstein (1994) de Kenneth Branagh y se den cuenta de que era mucho mejor de lo que se dijo. Entonces el mundo no estaba preparado para volver a las raíces de Shelley: los monstruos son nuestros errores. ♦


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