|| Críticas | ★★☆☆☆
Drácula
Luc Besson
Una (otra) oportunidad perdida
Raúl Álvarez
ficha técnica:
Francia. 2025. Título original: Dracula. A Love Tale. Director: Luc Besson. Guion: Luc Besson. Productores: Luc Besson, Dorothy Canton, Mark Canton, Philippe Corrot, Romuald Drault, Ryan Winterstern. Productoras: Luc Besson Production, EuropaCorp, TF1 Films Production, SND Films, Canal+, Ciné+OCS, Télé Monté Carlo. Fotografía: Colin Wandersman. Música: Danny Elfman. Montaje: Lucas Fabiani. Reparto: Caleb Landry Jones, Zoë Bleu, Christoph Waltz, Guillaume de Tonquédec, Matilda De Angelis, Ewens Abid, David Shields, Raphael Luce. Duración: 2 h 9 min.
Francia. 2025. Título original: Dracula. A Love Tale. Director: Luc Besson. Guion: Luc Besson. Productores: Luc Besson, Dorothy Canton, Mark Canton, Philippe Corrot, Romuald Drault, Ryan Winterstern. Productoras: Luc Besson Production, EuropaCorp, TF1 Films Production, SND Films, Canal+, Ciné+OCS, Télé Monté Carlo. Fotografía: Colin Wandersman. Música: Danny Elfman. Montaje: Lucas Fabiani. Reparto: Caleb Landry Jones, Zoë Bleu, Christoph Waltz, Guillaume de Tonquédec, Matilda De Angelis, Ewens Abid, David Shields, Raphael Luce. Duración: 2 h 9 min.
Cuando Besson está sereno, en paz con el universo o simplemente relee más de una vez los guiones, es capaz de sacudir la pantalla con historias y personajes profundamente poéticos, a los que envuelve en su inagotable fantasía visual. Pero cuando le dejan correr sin control… llegan los insufribles minimoys, Adéle (Les aventures extraordinaires d’Adèle Blanc-Sec, 2010), Malavita (2013), Lucy (2014) y ahora Drácula; filmes que están muy por debajo de lo que él cree y pretendía, aunque los defienda sacando la socorrida carta de la serie B. Habrá quien también considere este Drácula como una obra ligera y sin pretensiones, desmitificadora, pulp, irónica e incluso deudora de ciertas estéticas del cómic europeo de terror; lo que sea con tal de defender al chico malo del cine francés.
Yo me permito discutirlo, entre otras razones porque Besson es incapaz de afrontar un proyecto desde la falta de ambición. El director de Nikita (1990) aspira a convertir todas sus películas en un fenómeno, y tolera mal o muy mal que no se le haga caso. El problema de su Drácula no son los cambios efectuados con respecto al material original –como en toda adaptación, un autor es libre para poner, quitar, omitir o cambiar lo que crea conveniente–, ni la sombra (buscada) de Coppola, ni el habitual tono paródico con el que suele acercarse a la cultura popular –en Valerian (Valerian and the City of a Thousand Planets, 2017) le salió bien, por ejemplo–, ni sus repartos imposibles hechos con un ojo puesto en la Vogue francesa, ni su tendencia incontenible a contar chistes malos. No, el problema de su Drácula es que no aporta nada al imaginario del vampiro, ni siquiera la sana indignación que causa un proyecto fallido.
Aun en sus peores películas, Besson sabía salvar la cara como autor –porque lo es– con algún plano memorable o alguna idea genial de puesta en escena. Aquí no hay noticias de su estilo, y eso es malo para sus fans y para quienes pensamos que tanto él como su cine, a través de EuropaCorp, fueron durante años el único bastión de resistencia en Europa frente al cine comercial norteamericano. Excesivo y egocéntrico hasta la médula, sí, pero también un hombre comprometido con los cines nacionales europeos y una figura que entiende y defiende como pocas el cine de género como un ejercicio de expresión personal. Drácula podría haber cerrado el círculo de sus anhelos artísticos e industriales en este sentido porque es un mito universal, vendible a todos los mercados cinematográficos, y el resultado en cambio siembra dudas sobre el futuro que le espera a Besson. De un tropiezo comercial no está libre nadie; lo preocupante es la completa desorientación narrativa y artística que muestra este Drácula.
Hay dos secuencias que resumen el desvarío: la búsqueda del «perfume vampírico» –no se me ocurre otra manera de denominar esa idea tan atroz, según la cual cualquier mujer siente una irresistible atracción por Drácula– y la llegada del conde a la abadía, seguida de la orgía de sangre con las monjas. En ficción, un mal concepto no lo salva nada ni nadie, y en estas secuencias ni Danny Elfman (música) ni Lucas Fabiani (montaje), que sostienen solos la primera hora de metraje, pueden evitar el desastre. Cuando Besson se viene arriba es un tren desbocado. Luego están las buenas ideas mal resueltas o dirigidas sin convicción, como la secuencia de la feria nocturna en París –París, en general, es una oportunidad perdida– o el relato que de su vida hace Drácula a Harker.
En ambas se intuye una película que nunca llega a romper, la que habría convertido a Drácula en un viajero romántico por los abismos del tiempo, un espíritu maldito, condenado y desesperado por reencontrarse con el amor de su vida. Esa faceta del personaje es la menos explorada en el cine. Pero a Besson le produce vértigo ser un director «normal», en el sentido de que le cuesta o ya no quiere ajustar sus ideas a un relato con un significado claro. No siempre fue así. Hasta Juana de Arco (Joan of Arc, 1999) su carrera logró un equilibrio estupendo entre forma y fondo. En las dos últimas décadas, a excepción de The Lady (2011) y Dogman (2023), al parisino le gusta demasiado jugar a la ruleta rusa. Esperemos que dentro de otros veinte años, al pensar en Besson, no contemos más errores que aciertos. ♦



















