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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Springsteen: Deliver Me From Nowhere

    || Críticas | ★★★★☆
    Springsteen: Deliver Me From Nowhere
    Scott Cooper
    Al menos alguien sabe quién soy


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2025. Título original: Springsteen: Deliver Me from Nowhere. Director: Scott Cooper. Guion: Scott Cooper y Warren Zanes. Productores: Scott Aversano, Scott Cooper, Ellen Goldsmith-Vein, Tracey Landon, Warren Zanes, Richard Mirisch, Eric Robinson, Scott Stuber, Christopher Surgent. Productoras: Bluegrass Films, Gotham Group. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Música: Jeremiah Fraites. Montaje: Pamela Martin. Reparto: Jeremy Allen White, Jeremy Strong, Paul Walter Hauser, Stephen Graham, Odessa Young, David Krumholtz, Gaby Hoffmann. Duración: 1 h 59 min.

    Desde la publicación de sus memorias, en 2016, y el estreno de su espectáculo en Broadway, en 2017, Bruce Springsteen viene mostrando un interés desmedido por su legado. Quizá no tanto el musical, que se antoja indiscutible aunque siga editando todo lo que se encuentra en los cajones, como el personal. De ahí que en la última década se haya hablado más de su guerra crónica contra la depresión, de la sombra de su padre, de su compromiso con el Partido Demócrata e incluso de sus deslices amorosos, que del impacto de sus discos y giras mundiales. Pareciera que Bruce no tuviera suficiente con ser historia viva del rock, sino que persiguiera una suerte de santificación en vida. Sus motivos tendrá, y puede que el más importante sea que ya atisba a la parca. Para un artista que siempre se ha mostrado enérgico y exultante, la perspectiva del retiro, la vejez y la muerte debe suponer un abismo.

    Esa atmósfera crepuscular constituye el principal atractivo de Springsteen: Deliver Me from Nowhere, en la que el director y guionista Scott Cooper, a partir del libro homónimo de Warren Zanes, recrea el proceso de composición y grabación de Nebraska (1982), acaso el álbum más íntimo y crudo del músico de Nueva Jersey, concebido en absoluta soledad durante una de sus primeras crisis depresivas. Como ya hiciera en Corazón rebelde (Crazy Heart, 2009), Cooper emplea la música como catalizador de las emociones de un alma atormentada; alguien incapaz de huir de sus fantasmas y enfrentarse a sus demonios interiores. En esencia: el arte como fuerza liberadora. Un tema este habitual en los biopics musicales, ya que no son pocas las películas que han retratado la figura del músico ante todo como un genio acorralado por sus traumas.

    Así es el Springsteen que retrata Cooper, no la estrella feliz del rock que se comería el mundo tras la publicación de Born in the USA (1984) y que a la postre es la que muchos aficionados asocian al Boss. A sus 76 años, Springsteen quiere cambiar el relato de su historia, y Deliver Me from Nowhere es un paso más en esa dirección; que ya apuntaban sus memorias, como dijimos al principio de estas líneas, y que confirman otras acciones comerciales como el reciente lanzamiento de una edición extendida de Nebraska y la publicación de Tracks II, una caja que contiene siete discos con canciones inéditas de sus primeros años. Estamos, por lo tanto, ante un film que forma parte de una estrategia transmedia perfectamente calculada.

    Sin embargo, entre las excesivas dosis de hagiografía y buenismo que lastran el guion de Deliver Me from Nowhere, y que son evidentes de manera particular en los flashbacks sobre la infancia de Springsteen, se ha colado una película genuinamente triste y sombría acerca del misterio de la creación artística. Cooper transita rápido por los lugares comunes del biopic musical –tramas por lo general de auge, caída y redención– para centrarse en un relato sobre la búsqueda de la inspiración, que equipara con la búsqueda de uno mismo. El peso de la familia, la depresión y la fama están ahí, pero importan menos que el modo en que Springsteen los destila en sus canciones a través de su infinita tristeza. Apoyándose en un magnífico Jeremy Allen White, cuya interpretación trasciende los mohines al uso en este tipo de películas, Cooper pone el acento en lo doloroso de todo parto creativo, que muestra como un acto de sacrificio y un vaciado interior incompatible con la vida. Ignoro si Springsteen lo pretendía, pero en Cooper ha encontrado el cineasta perfecto para trasladar a la pantalla la nota más trágica de su personalidad: la imposibilidad de conciliar el deseo de ser aceptado y el deseo de huir. Por eso Born to Run es la canción que más y mejor habla de él.

    De propina, y esto es algo que tampoco suelen proponer los biopics musicales, Deliver Me from Nowhere ofrece en segundo plano una estampa sociológica nada complaciente de la época que retrata, en este caso los primeros años de la era Reagan. Son apenas unas gotas, pero determinantes para entender la relación entre Springsteen y Jon Landau (Jeremy Strong), su productor desde Born to Run (1975) hasta Human Touch (1992), es decir, el canon que aún hoy sigue sonando en los conciertos. Si en algún momento Springsteen corrió el «riesgo» de convertirse en un músico más de folk, atado a sus raíces, la mano izquierda de Landau supo conducirlo desde los pequeños locales de música en directo de Nueva Jersey hasta los grandes estadios de todo el mundo. Con deliciosa malicia, Cooper viene a decirnos que Landau se jugó el cuello con Nebraska, sí, pero a cambio de un Born in the USA que superaría todos los récords de ventas. El Boss fue su mejor creación. No hay favores gratis en el capitalismo.

    La película se reserva para el final una acertada reflexión sobre el regreso al hogar, uno de los temas nucleares del cine y la literatura norteamericanos. Cooper echa mano de Flannery O’Connor para concluir que no hay hogar posible para Springsteen, como no la hay para ninguno de nosotros, fuera de sí mismo. Es su manera de decirle y decirnos que solo cabe mirar hacia delante, que se hace camino al andar, y que el pasado, en todo caso, solo debe servirnos para tener esperanza. Lo contrario supone seguir el camino por el que se perdió Van Gogh cuando escribió: «La tristeza durará siempre». ♦


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