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    Festival de Karlovy Vary 2016 | Día 2. Críticas: The Wolf from Royal Vineyard Street / Original bliss

    Karlovy Vary, día 2

    Un gran adiós al Lobo

    Crónica de la segunda jornada de la 51ª edición del Festival de Karlovy Vary.

    No tardó demasiado en llegar. La lluvia hizo acto de presencia en la capital del Karlsbad acompañando a la apertura oficial de la Competición. Un apartado que, valga la paradoja, es una ruleta rusa dispuesta tanto a quemar retinas como a ofrecer la más rutilante de las sorpresas. La lucha por el Globo de Cristal, en realidad, es una simple batalla endogámica, cuyo premio, se puede quedar en una solitaria (y bella) efigie. Porque, como ya pueden intuir, el cine presentado en esta ciudad-balneario tiene un recorrido limitado y angosto por las carteleras europeas, si este llega. Si echamos un vistazo a las tres últimas ediciones, solo tres películas presentadas en la sección oficial han tenido la posibilidad de estrenarse en España. Hablamos de la notable Corn Island, distribuida en nuestro país por Paco Poch, que obtuvo el Globo de Cristal hace dos años; la anterior ganadora del galardón, la húngara El gran cuaderno; y Viva a la libertá (de Roberto Àndo, protagonista mañana). Bob and the trees, vencedora en 2015, avalada además por una buena acogida en Sundance, por ejemplo, no ha traspasado el Atlántico. Con esto, ¿estamos ante un evento abierto solo al cine experimental y de autor? ¿o es cuestión de calidad? Ambas respuestas son correctas. Las premieres del KVIFF tienen una nula exportación. Muchas ya se han estrenado en sus respectivos países sin dejar demasiada huella. Son los casos de Cătălin Mitulescu o Roberto Àndo. Aun así, hay motivos para la esperanza. Muestra de ello, ha sido la jornada de hoy. A primera hora de la mañana, probablemente el título más esperado del concurso: la obra póstuma de Jan Nêmec, The Wolf from Royal Vineyard Street, una docuficción sobre la Nueva Ola del cine checo que retrata un periodo muy interesante del cine europeo a finales de los años sesenta. Le siguió Original bliss, una cinta germana que comienza como un curso de autoayuda y termina como un cóctel explosivo sobre el aislamiento, la redención y la incomunicación. Ante tanta intensidad, habitual por estos lares por otra parte, se agradecen obras como Paterson, de Jim Jarmusch, quizá el largometraje más accesible de su carrera. Un trabajo maravilloso que nos invitar a habitar y soñar en él. Un homenaje al pequeño creador, ese que no pide nada a cambio; solo vive.

    Nuestro compañero Alberto Sáez Villarino ya nos habló de ella tras su paso por el Festival de Cannes: “Frente al bueno-bueno o al malo-malo del cine convencional (con notables excepciones), el director elabora una tipología híbrida, ambigua, muy en la línea del jansenismo de Bresson, quien, como Jarmusch, se atrevía a mostrar la infamia de ambos lados del sujeto. La bondad total no existe para este cineasta, como tampoco la maldad extrema. Aquí aparece la figura del conductor de autobús en su confrontación con el sueño americano. Un sueño al que se rindió tiempo atrás por el pragmatismo indolente de una vida llena de vicisitudes y fluctuaciones. El director somete al héroe a una inquebrantable y placentera cotidianeidad evidenciada tanto en las acciones propias del sujeto en su día a día, como en la propia estructuración episódica y rutinaria que divide la película en función de los días de la semana. La pareja de actores compuesta por Adam Driver y Golshifteh Farahani nos atrapa en su espiral de monotonía y placidez de tal manera que disfrutaríamos viéndolos deleitarse en su insólita sencillez sin esperar nada más de este filme que, no obstante, se verá alterado por el efecto avalancha que sepulta toda esa rutina a consecuencia del más mínimo cambio. El dibujo de la sociedad propuesta por Jarmusch se enfrenta directamente a la visión hegemónica masculina que Hollywood tiene del hombre atractivo, dinámico y merecedor de las más altas conquistas en el ámbito social y sentimental. Sin embargo se niega a encasillarlos con el estigma de los marginales por el amor que siente hacia ellos y la creencia en una clase media —utópica—; personas que aún no han terminado de borrar el sentido literal de la pregunta «¿Cómo estás?, y todavía tienen a bien ofrecer una respuesta sincera y no un simple intercambio de «bien, apártate de mi camino». El realizador traslada esta ausencia de dinamismo en sus personajes a su propia narrativa, impregnando cada escena de una quietud romántica que se afianza en una sucesión de planos abiertos con bastante tendencia al estatismo de la cámara. Existe una cuarta dimensión de la que no nos han hablado mucho: para algunos supone encontrar un refugio en un cuaderno en el que jugar con las palabras y crear obras poéticas eternamente anónimas, para otros se trata de establecer una dicotomía vital en función de un monocromatismo existencial. Para Jarmusch, esa indeterminada dimensión radica en las transiciones, los espacios que transcurren entre los diferentes capítulos de nuestras vidas y que muestran el vacío del tiempo, la banalidad y todos esos elementos no adscritos estrictamente a la diégesis, como un buzón de correos, una caja de cerillas, un perro humanizado y cabeza indiscutible de familia, un problema menos o una página en blanco que se presenta con el inmaculado albor de una nueva oportunidad.” Una de las grandes películas del año.

    The Wolf from Royal Vineyard Street

    THE WOLF FROM ROYAL VINEYARD STREET

    Vlk z Královských Vinohrad, Jan Němec, República Checa, 2016 / COMPETICIÓN.

    El génesis de la última obra de uno de los símbolos del cine checo, Jan (John) Nêmec, parte de las discusiones de este con sus alumnos de la FAMU, la escuela de cine de Praga. Allí, Nêmec debatía con sus pupilos las cualidades y estilos que su cine portaba. Con esta idea, y pospuesto un largometraje autobiográfico por razones de salud y presupuestarias, el veterano cineasta checo, que falleció a comienzos de año, aborda un proyecto que dibuja con tino los mejores años del cine checoslovaco, que intentó competir de tú a tú con la Nouvelle vague francesa. Era la época de Jiří Menzel, Miloš Forman y el propio Nêmec; un periodo a finales de los sesenta en el que la cultura europea se encontraba en un periodo de florecimiento creativo. En la extinta República de Checoslovaquia varios autores lograron abrir brecha en el régimen comunista y exportar sus obras al extranjero con éxito. Nêmec, al igual que los realizadores citados u otros como Věra Chytilová, o Jan Svěrák, consiguieron destacar partiendo de un imposible: el férreo control sobre la Industria en su país. Una dificultad por la que pasa de puntillas Nêmec en The Wolf from Royal Vinyard Street, con un par de notas sobre la imposibilidad de conseguir visados. El filme comienza con un monólogo de Karel Roden, uno de los actores checos más internacionales que, por cierto, nunca trabajó con Nêmec. Roden apostilla, con sorna, el carácter experimental de su autor, también sus deseos, sus virtudes y sus compañeros de viajes. «La verdad, nada más que la verdad», cita. Durante sus ajustados 70 minutos Némec hace repaso a algunos de los hitos más importantes de su carrera. Siempre con un álter ego, el actor Jiri Mádl, como cabeza narrativa, nos traslada al Cannes del 68 –aunque las imágenes que presenciamos son de la pasada edición del evento galo, justo la número 68—, a sus intentos baldíos de conseguir capital en Estados Unidos –donde se dedicó a grabar bodas—, a su relación con Jean-Luc Godard y sus compatriotas –a los que no deja bien parados—, e, incluso, para terminar una visita a su templo: Karlovy Vary. El Lobo del Royal Vineyard recalca cuáles fueron sus ambiciones y también la dimensión de su ego, casi tan soberbio como su obra. Como planteara en su ópera prima, Diamantes de la noche (Démanty noci, 1964), profundiza en la concepción de libertad. Una fidelidad a sus ideales que, según Nêmec, contrastaba con los anhelos de los autores de la época, enfrascados en una guerra por la fama y los premios. Incluso con todos estos detalles, evocados de forma triunfalista, la película emana melancolía e insatisfacción. Como si la meta no fuera suficiente. Su legado, en cambio, dice lo contrario. Hasta pronto maestro. (75 de 100)

    Original bliss

    ORIGINAL BLISS

    Gleißendes Glück, Sven Taddicken, Alemania, 2016 / COMPETICIÓN.

    Nada es lo que parece en esta película alemana firmada por Sven Taddicken. El encabezado que anuncia el primero de los episodios, «¿Dónde estás tú?», nos introduce en la depresión y la crisis de fe de una mujer de mediana edad que se pasa el día leyendo, viendo la televisión o postrada en la alfombra del salón. Justo ahí, en una escena reveladora —que se repetirá con diferente protagonista y resultado—, su marido, intuimos antes de ir a trabajar, se acerca y desde la altura, solo agachándose, le jala el pelo a esta, que se encuentra tumbada de lado. No vemos su rostro hasta bien avanzado el metraje. Una señal que nos avisa de que el drama que vive Helene Brindel (Martina Gedeck) tiene ramificaciones pretéritas. En un plano posterior, la vemos leyendo un libro de autoayuda, de nombre New Cybernetics, que habla sobre la liberación. Una publicación que fuerza el chispazo que la conducirá a Hamburgo, a un simposio de su autor, el psicólogo Eduard Gluck (Ulrich Tukur), buscando paliar su angustia. Así, de este modo, comienza una relación que pasará de lo profesional a lo romántico, de lo convencional a lo atípico. ¿Cómo? El terapeuta en cuestión, oculta un secreto sobre su personalidad que, por supuesto, como su compañera de affaire, tiene una explicación pasada y que forzará a la protagonista a una sobrecomprensión que enterrará, por un instante, las incógnitas de su credo. Pero si faltara aún más, se une el tercero en discordia, el mentado cónyuge, que no tardará en revelar todas las sospechas apuntadas al inicio. Original bliss, que hace referencia a la utopía de la felicidad completa, dibuja con delicadeza los desvíos de sus personajes, anclados en un aislamiento forzado y consecuente. No obstante, se convirtieron en dependientes en algún momento de su vida hasta que alcanzaron el arancel de la paciencia. Adaptando la novela homónima de A. L. Kennedy, Taddicken demuestra elegancia a la hora de plasmar dos tramas complementarias cargadas de violencia y sexo, respaldado por la excelente dirección de fotografía de Daniella Knapp, que le otorga un empaque visual a una cinta que pudiera funcionar como un apéndice narrativo y estilístico de la filmografía de Christian Petzold. La interpretación de Gedeck, firme aspirante al premio a la mejor actriz, provoca en el espectador la simbiosis necesaria en un relato que deja rastro en la memoria ya que, pese a su envoltorio de ‘romántico perverso’, trata temas dolorosamente universales como la soledad no elegida o la erosión de la psique que genera el fracaso. ¿Cuál es el paso siguiente tras la piedra? ¿quizá el vacío?, nos cuestiona el cineasta teutón. Solo hay una forma de saberlo, le replica Helene mirándonos a los ojos. (70 de 100)


    Emilio M. Luna
    © Revista EAM / 51º Festival de Karlovy Vary



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