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    Cuentos góticos, de Mary W. Shelley

    Cuentos góticos, de Mary W. Shelley

    LOS SUEÑOS OSCUROS DE LA MADRE DE FRANKENSTEIN

    Reseña de Cuentos góticos, de Mary W. Shelley | Valdemar, 2006.

    En fin, me temo que a día de hoy a casi nadie le interesa la figura de Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1851), su asunto con Byron y Shelley en Villa Diodati aparte, y menos aún sus escritos, Frankenstein, o el moderno Prometeo (Frankenstein; or, the Modern Prometheus, 1818) a  un lado. Esto último no está nada mal, claro, atendiendo a que su mítica novela es todavía una lectura sobrecogedora, un clásico ante el cual es el tiempo el que envejece y con él nosotros. Frankenstein y su criatura muerta nos sobrevivirán a todos. No parece suceder lo mismo con el resto de su obra. Este puñado de Cuentos góticos que voy a comentar son hijos, en su mayoría, de su época, y solo quienes vivimos cometiendo el error de mirar más al pasado que a lo que tenemos delante nos detendremos a echarles un vistazo. No voy a recomendar este libro: esto es para convencidos, para amantes de este tipo de literatura. Los estudiosos también se acercarán a él, pero solo deben ser tenidos en cuenta si lo hacen con pasión. El resto, que se queme en los infiernos.

    El más antiguo de los relatos aquí incluidos data de 1826 y otros se publicaron tras la muerte de nuestra para siempre adorada Mary. En estos cuentos es fácil ver que estamos lejos de la fuerza abrasadora y la modernidad irreductible de su Frankenstein: son más convencionales, con pinceladas románticas que adelantan el movimiento que a mediados de siglo conmovería la historia de la literatura, pero aún deudores del gótico, de sus damiselas en peligro, de sus ruinas, de sus pasadizos oscuros y de sus malvados sin doblez. Según Agustín Izquierdo en el prólogo de esta elegante edición de Valdemar Gótica, en los relatos de Mary Shelley los personajes se ven envueltos y arrastrados por pasiones desatadas y sucesos fantásticos. Lo fantástico aparece para dar más fuerza emocional, para provocar una situación aún más dramática ante la cual enfrentar al protagonista. Los sentimientos exacerbados como oposición a la templanza y al canon de belleza clásicos será una característica ineludible de la literatura gótica.

    En El mortal inmortal (The Mortal Immortal: A Tale, 1833), un elixir de la inmortalidad es lo que llevará al protagonista de la historia a presenciar cómo su amada envejece junto a él consumida por los celos: él siempre joven, ella sufriendo el paso de los años. El amor se corrompe con el tiempo y la muerte se convierte en el mayor de los anhelos, en la única manera de escapar de un destino infausto. Se configura aquí el espíritu prerromántico que más adelante haría evolucionar de manera definitiva, como he comentado, la literatura gótica hacia el romanticismo. En Mary Shelley comprobamos cómo este romanticismo naciente está teñido de un gótico macabro. Aunque la historia de amor puede pecar en algún momento de sentimental en exceso, conviene no olvidar que las últimas páginas del relato están dedicadas a presentar el suicidio como una solución al dolor que provoca la misma existencia, una vida sin sentido por carecer de final. La pócima de la inmortalidad es fruto de la ciencia, pese a que el alquimista que la crea es para todos poco menos que un brujo aliado con el demonio. Pero Mary Shelley se ríe de esto e incide en cómo el milagro es siempre hijo del hombre. Tal que en Frankenstein. ¿Dije que en estos relatos no resultaba tan moderna? Mirad cómo me como mis palabras.

    Roger Dodsworth (el inglés reanimado) (Roger Dodsworth: The Reanimated Englishman, 1826), más que un relato en sí se trata más bien de una diatriba ensayística a costa del descubrimiento de un hombre enterrado vivo en los hielos que retorna a la vida doscientos años después. ¿Qué recuerdos y vivencias nos traerá del pasado? ¿Cómo enfrentará su nueva existencia ante cosas para nosotros normales pero para él sorprendentes, casi mágicas? ¿Qué pensará de la Inglaterra actual? Mary Shelley va más lejos llegando incluso a divagar sobre la reencarnación. Sin embargo el conjunto resulta de muy corto alcance filosófico, simpático pero tal vez algo intrascendente. Eso sí, Mary se permite una inteligente broma final que algunos autores de ciencia ficción, siglo y medio después, retomarían para sí. Muy semejante en planteamiento, pero de un tono más melancólico, es Valerio (el romano reanimado) (Valerius: The Reanimated Roman, 1976). Bajo la excusa de la vuelta a la vida de un romano en la época actual (como en el caso anterior, sobra decir que esta época es la de la autora), Mary Shelley no hace sino escribir una carta de amor a la belleza que aún persiste en la inmortal Roma. Ferdinando Eboli (Ferdinando Eboli: A Tale, 1828), un relato de ambientación italiana como casi todos los de esta antología (Mary pasó muchos años de su vida en este fascinante país), tiene claras rémoras góticas en la figura de una joven acosada sin piedad por el malvado rufián de turno. Es una lástima que la idea del doble maléfico que preside la historia no tenga un origen sobrenatural porque esto le hubiera dado un empaque prodigioso muy de agradecer. Escrito como si de una narración oral se tratase, queda en eso: más un relato melodramático típico que esa historia fantástica y extraña que en algunos momentos parece ser.

    Historia de pasiones (A Tale of Passions, or, the Death of Despina, 1822) es un ejemplo claro de narración histórica medieval de marcado carácter gótico, pero las pasiones exacerbadas que muestran sus protagonistas ya lo acercan al romanticismo que estaba por llegar. Quizá el problema aquí sea que la misma realidad histórica constriñe en demasía la imaginación de la autora. El sueño (The Dream, A Tale, 1832) tampoco es un relato brillante, siendo aquí el freno una leyenda ancestral repleta de imágenes devotas y sacrificios sin fin. Su entramado es gótico desatado, así como en el relato El heredero de Mondolfo (The Heir of Mondolfo, 1877), que es el que más muestra su condición de gótico en su estado más puro: ambientación medieval, noble malvadísimo que persigue y acosa a inocentes enamorados, amores puros y virginales, pasiones llevadas al extremo, ruinas, mazmorras, escapadas y persecuciones, tradiciones familiares que pesan cual lápidas, hijos repudiados… En fin, todo un festival del género que puede considerarse modélico en su representación del gótico en la vertiente no fantástica ni espectral. Lo más destacable en él es la fuerza descriptiva de la naturaleza, de los campos y montañas italianos, como marco que refleja siempre el estado emocional de los protagonistas. Pero en conjunto es demasiado convencional.

    He dejado para el final el que sin duda es mi favorito del volumen: La transformación (Transformation, 1830), un excelente relato sobre pactos diabólicos. La gran carga moral de la historia da peso a los errores del protagonista, no supone una rémora, sino que ayuda a dar profundidad a los pensamientos de ese joven al cual el orgullo y los vicios han alejado de la senda del bien. Los arrebatos amorosos son los propios ya del romanticismo: exacerbación absoluta de las pasiones y la visión de la enamorada como un ángel de pureza y bondad. Mary Shelley muestra su genialidad en especial en el momento en el que Guido, nuestro torturado protagonista, se enfrenta a su “demonio”: la naturaleza se transforma en un paisaje irreal, una visión infernal y delirante. La visita a los infiernos ya no es solo mental: se traslada y contamina el mundo real. Y es en estas páginas donde reencontramos a esa escritora sublime, genial y fantástica que siempre recordaremos por Frankenstein.


    José Luis Forte
    © Revista EAM / Cáceres.


    Cuentos góticos
    de Mary W. Shelley
    traducción | Elías Sarhan
    prólogo | Agustín Izquierdo
    editorial | Valdemar
    colección | Valdemar Gótica, 8
    2ª edición
    nº de páginas | 183
    ISBN | 84-7702-072-8
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