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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica (II) | Birdman

    Birdman

    Alea jacta est

    crítica a Birdman (Alejandro González Iñárritu, Estados Unidos, 2014). ★★★★★

    “La gente, ante todo, quiere ser amada.” Con Doktor Glas (1905), Hjalmar Söderberg disculpaba el asesinato del marido de la protagonista por el simple hecho de que éste hacía infeliz a su mujer. El conflicto vendría al tratar de justificar las causas que condujeron a dicho acto violento en el que el valor de la vida se comparaba en dos personas para sacar conclusiones acerca de la voluntariedad potestativa del suceso que, finalmente, distaban muy poco de los razonamientos que atormentaban a Rodion Raskolnikov en Crimen y castigo (1866). Si analizamos detenidamente cada acto desesperado, incluyendo aquí no sólo los crímenes pasionales sino cualquier atentado contra la integridad de una persona, llegamos a la conclusión de que Söderberg tenía razón, no tanto en su disculpa del homicidio, sino en la necesidad que tiene el ser humano de despertar algún tipo de sentimiento —que diste de la indiferencia— en el resto de personas. El director mexicano Alejandro González Iñárritu incide con su última película, Birdman, en este particular temor al fracaso, al olvido, a no dejar un legado lo suficientemente significativo como para que se nos recuerde y, por tanto, a aceptar que nuestra vida ha resultado un completo desperdicio empírico e insustancial. El filme no habla sino del amor, pero no el tipo de amor que describía Javier Marías en Los enamoramientos (2011), con aquella malaventurada “pareja perfecta” en la que sólo dependían el uno del otro para completar su mundo, sino del amor por uno mismo y la necesidad inherente de ser amados por el mayor número de personas, como concepto de felicidad. Una felicidad que viene de la auto-realización. En tal caso, ¿hablamos de amor, o de admiración? Y lo cierto es que ambos términos llegan a confundirse hasta el punto que la incógnita queda explícitamente cuestionada en el guion “—Sueles confundir amor con admiración”.

    Iñárritu concibe el destino del ser humano como consecuencia de un hecho azaroso. Al igual que en el resto de su filmografía, el director expone la vaguedad de nuestras acciones como condicionantes de un todo que, en este caso es la eventualidad misma de nuestras vidas. La imprevisibilidad de los acontecimientos es lo que, finalmente, guiará el rumbo de nuestros pasos y nos enfrentará inexorablemente a la enormidad del azar. Sin embargo, en esta ocasión, el realizador confronta ese azar a la voluntad propia de aceptar el rol que se nos ha asignado en la sociedad. Azar y conformismo colisionan —como lo suelen hacer sus múltiples subnarraciones— mediante la posibilidad de cambiar quiénes somos, desafiando al “Gran Hermano” para combatir el miedo al olvido y la necesidad de ser recordados. Así es como Riggan Thomson busca la realización personal con las miras puestas en una inevitable jubilación que se intuye muy próxima. El metraje se inicia con la frase lapidaria —en el sentido más literal— grabada en la tumba de Raymond Carver. Una inscripción que nos recuerda mucho a las palabras de Söderberg con las que comenzábamos el presente texto, y que expresan que el propósito final de las personas (Carver en este caso) es “poder considerarme amado, sentirme amado en el mundo”.

    Birdman

    Lo primero que nos llama la atención es la simplicidad de la estructura narrativa; nos encontramos ante una trama completamente lineal y alejada del concepto de historias cruzadas que predominaba en la etapa inicial del director, la cual coincidió con su período colaborativo con el guionista Guillermo Arriaga. Pese a esta sencillez argumental, el filme queda marcado por la excelente utilización de dos recursos técnicos muy identificativos: el primero es el concepto de multi-protagonista, el cual alcanza ahora un cariz renovado gracias a la división virtual del personaje principal. Éste es una estrella de Hollywood venida a menos que busca volver a la cima artística por medio de la dramatización teatral en Broadway. Su ser queda escindido en Riggan y Birdman (personaje ficticio que le dio la fama), mostrando así los conflictos internos de un hombre que se enfrenta a un proceso depresivo. Conocemos a este alter ego al comienzo, incluso antes de que se presente al propio Riggan. Birdman representa el efímero éxito y, al mismo tiempo, los demonios perseguidores del personaje principal. Es el narrador de la historia y la primera voz que oímos mientras asistimos a unos ejercicios pre-escénicos de meditación —levitación incluida—. El segundo recurso resulta del asombroso montaje; un sutil y delicado ensamblaje de largas tomas donde los saltos temporales se realizan con sumo cuidado y elegancia. Los cortes son únicamente perceptibles al haber una discordancia en el tiempo, respetando, no obstante, el espacio en todo momento, a excepción de una escena en la que ese cambio es unido mediante una secuencia en directo, y la continuación de esa misma secuencia, ahora a través de la pantalla de un televisor situado en un bar alejado de los acontecimientos mostrados. Ése es el único momento en el que el director da un salto espacial para enlazar dos escenas en este espectacular plano secuencia.

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    Un recurso que no deviene del capricho aleatorio del director, sino que es realizado con la finalidad de incrementar la sensación del peso del azar sobre nuestras vidas. No se persigue mostrar un momento aislado en el tiempo, sino la completa secuencialidad de las acciones para una comprensión total de la importancia del proceso acción-reacción. El travelling de seguimiento es el método y la cámara la herramienta principal. Es la lente la que decide el destino de los personajes, dándoles el protagonismo que tanto ansían, dejándolos en un segundo plano de forma caprichosa o, como cumbre de la majestuosidad dramática, enfrentándolos a un anfiteatro repleto de gente, justo en el momento en el que el protagonista y el meta-protagonista rompen la cuarta pared para expresar sus mayores temores. Esta técnica es simplemente maravillosa, movimientos de cámara y sonido van unidos de la mano, al igual que los diálogos y los ademanes escénicos de los protagonistas de la película —y la obra—. Todo es una coreografía en la que la música de percusión extradiegética que acompaña cada acción, con el fin de incrementar la dramatización misma, se mezcla con la diegética mediante la aparición de un músico empuñando unas baquetas incansables, o un técnico encargado de la banda sonora del drama que se representa. Aquí se puede apreciar también una desconcertante artimaña en la que, por momentos, esa batería incisiva aparece en escena como elemento perteneciente a un escenario irreal, al mundo imaginario creado por el protagonista, dando como resultado un sonido semi-diegético tan certero que haría comprensible la cinta en ausencia de diálogo y que incrementa la percepción psicótica del protagonista. Un estado de perturbación mental que será mostrado al mismo tiempo gracias a los poderes telequinésicos, que imitan a los superpoderes de “Birdman”, y que vienen a demostrar el progresivo estado depresivo de Riggan.

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    Finalmente, el momento de máxima depresión y enajenación mental coincide con la manifestación física de ese narrador, y, a la misma vez, es el momento de mayor esplendor artístico del personaje que da vida a Mel McGinnis —What We Talk About When We Talk About Love (obra que se interpreta dentro del filme, de Raymond Carver, 1981)—. Los diálogos, tendentes al soliloquio, van desnudando sentimientos al tiempo que muestran la verdadera faceta del personaje que el público no ve, el que se mueve tras el escenario y el de “no-me-importa-un-carajo”. Al igual que Teresa, la interpretada en la obra de teatro que siente la necesidad de ser amada hasta el punto de defender los malos tratos con la excusa del amor, los intérpretes debatirán sobre el cariño, el sexo, el éxito y, en definitiva, sobre su particular concepción del amor como aspectos fundamentales del sentido de la vida. El constante humor derrotista ayuda a asimilar el pesimismo descarnado con el que el libreto plantea la incertidumbre y la vulnerabilidad con la que convive el ser humano, y deja que todo se funda en la víspera de un apoteósico final que coincidirá con la gran noche de estreno. Un desenlace que será “falso”, o anticipado, en un guiño al propio Carver y que dará paso a la definitiva terminación dramática: el dolor y el sufrimiento como único camino hacia la redención. Es el canto de la moneda, ni los ricos ni los pobres, son los marginados de la clase alta, individuos que viven atrapados en su miserable frustración, deseando que les llegue la oportunidad de volver a entrar en el selecto grupo elitista de la hipocresía canónica; conocedores de su falta de principios, aceptan admiración por amor y desisten en la búsqueda de una relación personal sana que ya parece tan inalcanzable como irreconciliables son para ellos mundo y realidad. | |

    Alberto Sáez Villarino
    Redacción Dublín (Irlanda)


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2014. Título original: Birdman or (The Unexpected Virtue of the Ignorance). Director: Alejandro González Iñárritu. Guion: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo. Duración: 118 minutos. Montaje: Douglas Crise y Stephen Mirrione. Música: Antonio Sánchez. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Productora: Fox Searchlight Pictures / Fox Searchlight Pictures / New Regency Pictures. Intérpretes: Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Andrea Riseborough, Amy Ryan, Merritt Wever, Joel Garland, Natalie Gold, Clark Middleton, Bill Camp, Teena Byrd, Anna Hardwick, Stefano Villabona. Presentación oficial: Festival internacional de Venecia 2014.


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