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    Crítica | Black Sea

    Black Sea

    A ciegas

    crítica a Black Sea (Kevin Macdonald, Reino Unido, 2014)

    Con esto, poco a poco llegué al puerto
    a quien los de Cartago dieron nombre,
    cerrado a todos vientos y encubierto,
    a cuyo claro y singular renombre
    se postran cuantos puertos el mar baña,
    descubre el sol y ha navegado el hombre.

    Con esta elegía definió don Miguel de Cervantes el puerto de Cartagena, ciudad de tradición marina y, por qué no, una de las más hermosas e históricamente relevantes de la geografía española. Fue en ese mismo puerto, aproximadamente 400 años después de tan elocuente dedicatoria, donde el ministro de hacienda de la segunda república, Juan Negrín, se reunió con altos cargos del gobierno de Stalin para organizar el traslado hacia la capital de la URSS de 510 toneladas de oro, el 70% del capital español de la época. ¿Los motivos? Establecer relaciones con el poderoso y emergente imperio soviético, conseguir armas tras el estado de alerta ocasionado por el estallido de la desastrosa Guerra Civil y la inminente Segunda Guerra Mundial (aunque nos mantuviéramos “neutrales”, nunca está de más invertir en precaución), poner el dinero a salvo del bando sublevado... Sea como fuere, esa misma noche de octubre de 1936, se vieron por última vez las famosas monedas que dieron origen a uno de los términos más propagandísticos a la hora de definir la financiación bélica rusa: “El oro de Moscú”. Teniendo en cuenta la gran cantidad de intercambios de bienes, los pactos —no escritos— entre bandos, y las numerosas traiciones que se sucedían en el marco de la segunda gran guerra, no sería una completa locura afirmar que ese oro pudo acabar en un submarino nazi, un submarino que el capitán Robinson y su tripulación, protagonistas de Black Sea, tratarán de encontrar a toda costa para acabar con la racha de mala suerte que les ha dejado sin familia y sin empleo.

    Pese a que la película hibrida varios géneros cinematográficos en la construcción de su trama, con el fin de crear una atmósfera enrarecida que intensifique la claustrofóbica sensación asfixiante inherente a los buques submarinos, Kevin Macdonald no consigue destacar en ninguno de ellos, aunque se muestra, eso sí, muy seguro y resolutivo en la aplicación de las estrategias más básicas que responden a unas directrices efectivas y demasiado ceñidas al manual desarrollado por Hollywood en la década de los 40 (salvo alguna puntual excepción que veremos a continuación). Es precisamente esa falta de improvisación lo que ha quitado todo el nervio y la personalidad a una cinta que comienza con la presentación de un personaje tan estereotipado como el primer referente que se nos viene a la cabeza al escuchar su nombre: Robinson, un extraordinario capitán de submarinos al que su dedicación por el trabajo le hizo perder a su familia, y que nos recuerda inevitablemente a la prolífica novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe (1719). Es en esta primera parte del metraje cuando el argumento bebe de las clásicas Caper Movies, y se lleva a cabo la planificación de un “atraco” mediante la búsqueda de inversores y el reclutamiento del resto de la tripulación, como establecieron las pioneras del género de Robos y atracos, —La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950)—. Una vez presentado el equipo al completo, conocemos al submarino encargado de transportarlo en tan delicada misión. Y aquí encontramos una de las grandes diferencias entre el cine europeo y el estadounidense, ¿Por qué este vehículo sumergible no tiene nombre? —como sí lo tenía el tanque de Corazones de acero (Fury, 2014), o el Nautilus de Julio Verne en 20.000 leguas de viaje submarino (20.000 Leagues Under the Sea, 1954)—; la respuesta está en la condición de objeto del medio de transporte. En Black Sea encontramos a un grupo de personajes curtidos a grandes profundidades, tan duros y oxidados como la propia embarcación, sin tiempo para establecer ningún tipo de relación afectiva con los compañeros y, mucho menos, con un viejo submarino. El componente sentimental ha quedado tan reducido que, en varias ocasiones, el director ni siquiera se molesta en traducir las conversaciones entre los tripulantes rusos, dejando la tarea comprensiva en manos de la intuitiva interpretación del espectador.

    Black Sea

    Una vez que todos están a bordo, el filme se convierte en una historia de aventuras. La recompensa prometida es tan cuantiosa que, por un momento, hasta parece suficiente para contentar a todo el mundo. Sin embargo, a medida que nos vamos introduciendo progresivamente en las profundidades del mar Negro, la anoxia imperante bajo las oscuras aguas de este mar inhóspito, que actúa como perfecto embalsamador natural de las malogradas embarcaciones hundidas, parece afectar al juicio de los marineros, que empiezan a hacer cábalas sobre la forma más justa de repartir un preciado botín, que todavía no han conseguido cuando ya lo han empezado a gastar. Rusos a un lado, británicos a otro, y en medio, un capitán de navío a quien el resplandor del amarillo metal no permite ver cuál es la decisión acertada, por lo que empezará a poner en riesgo la integridad de su dotación. Y así, del mismo modo que hizo John Huston en El tesoro de sierra madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948), el realizador muestra cómo la codicia se apoderará finalmente de todos los protagonistas, dejando que la película tome un último giro argumental hacia el thriller de intriga. Comienzan a surgir entonces los primeros errores de cálculo. La falta de planificación y el anonimato de una operación suicida, en la que se trabaja como mercenarios, lleva al grupo a un estado anárquico que termina en una situación caótica y descontrolada que les hace reflexionar sobre si la mejor opción es dar media vuelta y regresar con las manos vacías. No será finalmente así cuando, influidos por el propio Robinson, decidan seguir adelante y asumir unos riesgos desproporcionados impuestos por un sistema totalitario y abusivo al que se quiere vencer por una vez.

    Black Sea

    Nuevo recorrido por los abismos de la condición humana en una historia sin muchas sorpresas, aunque contada con cierto aire vintage y un trepidante desarrollo de la acción, que temporaliza muy bien el incremento progresivo de la tensión argumental, y que da como resultado un ejercicio muy disfrutable para los nostálgicos del noir híbrido más clásico y estéticamente muy cuidado. Como temas principales, aparte del codicioso temperamento humano, encontramos la aceptación de la muerte como acto purificador y redentor, y la recurrente lucha de clases, en la que se pone de manifiesto el absolutismo sufrido por el proletariado a manos de los caciques capitalistas —escena con el icónico Financial Times incluida—, que también ha quedado muy astutamente representada gracias a la claustrofóbica fotografía con la que Christopher Ross ha llevado a cabo una oportuna analogía, establecida entre la opresión política y social de los trabajadores, y las limitaciones espaciales a las que se enfrentan los tripulantes de esta nave, cuyos orígenes históricos nos volverían a llevar, de la mano de Isaac Peral, al mismo puerto cartaginés del que zarpamos al comienzo del presente escrito. | |

    Alberto Sáez Villarino
    Redacción Dublín (Irlanda)


    Reino Unido. 2014. Título original: Black Sea. Director: Kevin Macdonald. Guion: Dennis Kelly. Duración: 115 minutos. Montaje: Justine Wright. Música: Ilan Eshkeri. Fotografía: Christopher Ross. Productora: Cowboy Films / Etalon Film / Film4. Intérpretes: Jude Law, Scoot McNairy, Ben Mendelsohn, David Threlfall, Konstantin Khabenskiy, Sergey Puskepalis, Michael Smiley, Grigory Dobrygin, Sergey Veksler, Sergey Kolesnikov.


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