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    Crítica | El hombre más enfadado de Brooklyn

    El hombre más enfadado de Brooklyn

    La envidia de los Dioses

    crítica a El hombre más enfadado de Brooklyn (The Angriest Man in Brooklyn, 2014), dirigida por Phil Alden Robinson. | ★★ |

    «El recordar que estaré muerto pronto es la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones en la vida. Porque casi todo —todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo temor a la vergüenza o al fracaso— todas estas cosas simplemente desaparecen al enfrentar la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente importante. Recordar que uno va a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que hay algo por perder. Ya se está indefenso. No hay razón alguna para no seguir los consejos del corazón». Steve Jobs

    Una cita de ese filósofo con alma de economista que renovó el mercado mundial de manzanas surge de forma inmediata —y por doble razón— tras visionar El hombre más enfadado de Brooklyn, último trabajo del recientemente fallecido Robin Williams. Bienvenidos al Brooklyn más ruidoso, molesto y sucio que el celuloide americano suele obviar, bienvenidos a la rabia, al enfado y a la desesperación de aquellos que se ven obligados a desenvolverse día a día en sus calles. Bienvenidos a la vida de Henry Altmann (Robin Williams), un pobre diablo que hace tiempo que admitió que sus días felices ya pasaron. Bienvenidos también a la vida de la doctora Sharon Gill (Mila Kunis), una doctora que se encuentra desmotivada y deshubicada con respecto a lo que siempre soñó que sería al salir de la facultad. Es gracias a uno de esos días en los que es mejor no salir de la cama que ambos personajes se cruzan cuando Altmann va a visitar a su médico, de baja por vacaciones, y es la notificación por parte de la doctora sustituta del aneurisma cerebral de su paciente lo que desencadenará la historia. Nuestro furioso protagonista entrará en cólera ante la sorpresa de tal revelación, y acabará preguntando en términos desesperados que cuánto le queda de vida, a lo que Sharon responderá sin pensárselo que no mucho más de noventa minutos antes de morir. Impactado ante tal respuesta Altmann huirá de la consulta con la certeza acerca de la posibilidad de que dicha información sea real, mientras que la doctora, arrepentida por su metedura de pata, saldrá en su búsqueda por las viejas calles de la Gran Manzana.

    Cierren los ojos, ¿alguna vez se han preguntado qué es lo que harían si fueran a morir en un par de horas? Por desgracia, la cinta dribla la dificultad de toda carga filosófica que pudiera tener, aquella que nos llevaría a pensar en nuestra vida y en nuestra propia mortalidad, porque reconozcámoslo, día a día existimos en el viejo planeta como si fuéramos a estar siempre en él. Acumulamos colecciones de cosas y nos relacionamos con la gente como si fueran, y fuéramos, a existir para siempre. Derroteros evitados para deleite del “espectador medio”, nada de discursos heideggerianos de nuestra existencia como ser para la muerte, en su lugar una nada disimulada retahila de contenidos pedagógicos basados en una moral tradicional sustentada en el carpe diem de toda la vida. Eso sí, adulterada ligeramente con chistes sexuales y truquitos subidos de tono, ¡qué no estamos en el Qué bello es vivir de los años 40! Al menos no en esencia, porque aquí no hay nada nuevo bajo el Sol.

    El hombre más enfadado de Brooklyn

    Y eso podría perdonársele si ésta fuera una comedia bien llevada, pero, desafortunadamente, no pasa de ser una película entretenida conducida por una dirección que deja bastante que desear: explicaciones redundantes, gags ridículos e innecesarios (sobre todo los que tienen lugar en el taxi), filtros de color sepia para ilustrar los recuerdos del protagonista con la añoranza adecuada, y una música que, no solo no aporta nada, sino que además molesta en gran parte de su desarrollo. ¿Y en qué posición queda la única razón por el que los señores se Seminci han encajado está cinta de espíritu tan discordante a las corrientes que habitualmente se programan en el certamen pucelano? Pues digamos que Robbie Williams, en su última actuación, deja una sensación agridulce. Limitado por un guión cojo deja momentos de verdadero genio cómico pero una sensación general de caricatura de sí mismo, una versión descafeinada para niños del Michael Douglas de Un día de furia (Falling Down, Joel Schumacher, 1993). Sin embargo, a pesar de una breve apología de la ira como derecho inalienable de todo ser humano, ésta no ocupa más que la función de leitmotiv que hará evolucionar al personaje como una especie de Mr. Scrooge en Cuento de Navidad para la mejora de sus condiciones existenciales y, sobre todo, de las de los que le rodean, incluidas la de la mencionada doctora. Y la verdad es que poco se puede añadir de lo que es una sátira fácil y simple, que de no haber sido la última intervención cinematográfica del genio de Chicago a bien seguro que se hubiera perdido en su larga filmografía como una cinta más. Tampoco hay que considerarlo una despedida injusta, que su legado es incuestionable. Un mago que siempre buscó hacer reír y también llorar y que siempre quedará en el recuerdo del público como uno de los grandes intérpretes del cine americano reciente. ¡Hasta siempre Robin! | ★★ |

    Álvaro Martín
    Enviado especial a la 59ª edición de la Seminci


    El hombre más enfadado de Brooklyn
    Título original: The Angriest Man in Brooklyn.
    Dirección: Phil Alden Robinson.
    Guion: Daniel Taplitz, Assi Dayan.
    Productora: Landscape Entertainment, AMIB Productions, Cargo Entertainment, Films de Force Majeure, Prominent Media Group, Vedette Finance, MICA Entertainment. 
    Intérpretes: Robin Williams, Mila Kunis, Peter Dinklage, Melissa Leo, James Earl Jones, Hamish Linklater, Sutton Foster, Richard Kind.
    Fotografía: John Bailey, en color.
    Montaje: Mark Yoshikawa.
    Música: Mateo Messina.
    Duración: 83’.
    País: Estados Unidos.
    Sección Oficial (Fuera de Concurso).
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