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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La vida de Adèle

    La vida de Adele

    CONTROVERSIA AL SERVICIO DE LA EXCELENCIA

    crítica de La vida de Adèle | La vie d’Adèle – chapitre 1 & 2, Abdellatif Kechiche, 2013

    Un festival como el de Cannes abraza la controversia. El de 2011, por ejemplo, se recordará no solo por el merecidísimo triunfo de El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011) sino también por esa grotesca conferencia de prensa de Lars von Trier que le supuso el título de persona non grata. Este año por supuesto la organización del certamen galo estaba dispuesta a acoger el nuevo trabajo de von Trier, un drama erótico sobre el relato de una ninfómana, aunque al final no estuvo acabado a tiempo. En vez de ello el protagonismo del morbo y de los focos se lo ganaron Abdellatif Kechiche y Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos, las dos actrices principales de su epopeya La vida de Adèle (La vie d’Adèle – chapitre 1 & 2, 2013), desde que la misma fue proyectada. Curiosamente este filme también está caracterizado por una sexualidad desinhibida, elemento en el que muchos de los críticos que la vieron en su momento se centraron, aunque también destacaron otras muchas cualidades. Parte del debate venía también del posible reflejo que podía tener ese lesbianismo entre los personajes de Seydoux y Exarchopoulos respecto a las manifestaciones a favor del matrimonio homosexual que entonces se producían en las calles parisinas. Pero el presidente del jurado Steven Spielberg aseguró que ese alcance político no había motivado su decisión de otorgarle una Palma de Oro por lo demás indiscutible. Sin embargo, la polémica ha salido de nuevo a la luz en los últimos días, con la presentación de la película en festivales como el de Telluride o el de Toronto, tras declaraciones tanto de Seydoux como de Exarchopoulos sobre los métodos crueles y desmesurados de Kechiche en rodaje. Ambas han confesado por ejemplo que se alargó innecesariamente durante varios días la filmación de la tan comentada y primera escena de sexo entre ellas, o que en otra escena en la que ambas tienen una discusión su director le pidió a Seydoux pegar de verdad a Exarchopoulos y que ésta llorase también de verdad. Durante la promoción de la cinta en Cannes los tres parecían llevarse muy bien, pero ahora se ha derrumbado la obligada fachada y al parecer las dos actrices y el director no pueden ni verse.

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    Aunque tales datos pueden alterar la visión que uno tenga de esta película, afortunadamente yo tuve la suerte de verla antes de que los mismos se revelasen. Sería injusto por tanto cambiar ahora la opinión que tengo de ella, la cual además no debe sino depender del producto final. No pensaré pues que La vida de Adèle no está tan conseguida por culpa de ello, pero he creído oportuno mencionar tales sucesos porque pueden ayudar a interpretar algunos elementos de la película que cuando la vi me parecieron positivamente insólitos. Antes conviene como siempre adelantar los principales puntos sobre los que gira este magistral melodrama, enfocado como apunta su propio título en las experiencias de una chica llamada Adèle. En la novela gráfica que adaptan Kechiche y Ghalia Lacroix, la protagonista se llamaba Clémentine, por lo que sin duda el nombre ha sido modificado para corresponderse con el de la actriz que la interpreta. Este detalle corrobora que Adèle es el alma de la película, pese a lo que pueda haberse deducido de su cartel o de su promoción. En efecto, el personaje a cargo de Seydoux, cuyo nombre Emma sí es igual que el del cómic, no aparece hasta más tarde en un metraje cuyos primeros treinta minutos aproximadamente están dedicados a establecer el conflicto interno de Adèle, una estudiante que no tiene nada clara su orientación sexual. Acude a clase, escucha las explicaciones de sus profesores, charla con sus amigas y enseguida van entremezclándose temas de sexo y literatura, intentando en parte entender lo primero a través de lo segundo. Ello queda patente en las primeras conversaciones entre Adèle y un chico guaperas pero inculto con el que sale casi a regañadientes, o entre ella y esa estudiante de bellas artes con el pelo teñido de azul, Emma. Además, gran parte del metraje va alternando el mundo íntimo y romántico con el mundo académico y estudiantil, pues después de graduarse Adèle se convierte en profesora de primaria. De esta manera la historia toca desde un doble frente uno de sus temas principales: el de la iniciación y el aprendizaje.

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    Cuando Adèle y Emma están juntas, sin embargo, es cuando la película adquiere su mayor vigor, combinando lo íntimo no tanto con lo doctrinal sino más bien con lo épico, alargando esta relación durante varios años y recorriendo algunas previsibles etapas de la misma como son la pasión, la complicidad, los celos o la separación. Pero si tales elementos pueden no ser particularmente sorprendentes es porque se producen sin remedio en la vida real, y aquí es donde empiezan a cobrar algo más de sentido las instrucciones de Kechiche. Si quiere que se repitan tomas hasta la saciedad y que la violencia o las lágrimas estallen auténticamente en la pantalla, es porque su intención es la de extraer hasta el último átomo de emoción que pueden proporcionar estos personajes. Quiere llevar a las actrices que los interpretan hasta el límite, para que los sentimientos de unos y otras se confundan y exploten de la forma más orgánica posible. Tal táctica no es inédita y llevada a cabo sin el consentimiento del actor es lógicamente censurable, pero en esta película tiene un efecto especial. Y es que el resultado no es algo más trabajado o esforzado sino intuitivo y espontáneo, algo también patente en unos diálogos siempre rápidos, sencillos y veraces que muchas veces se extienden sin que el espectador desconecte, gracias a la fuerza de su subtexto. Dicho de otra manera, asistimos a conversaciones engañosamente triviales, como las dos ya citadas, en donde seguimos el razonamiento de los personajes, entrando en la dinámica de lo que están expresando y de lo que están hablando, al tiempo que las palabras nos proporcionan una información tan indirecta como valiosa sobre su forma de ver las cosas. Por otro lado, dicha franqueza la contemplamos en otra escena anteriormente señalada y objeto de posterior discordia, como es la del enfrentamiento entre Adèle y Emma. En ellas el sufrimiento y las lágrimas de la primera brotan con una crudeza extraordinaria, y ahora sabemos que fue más impuesto por Kechiche que generado por Exarchopoulos. Ello nos muestra lo manipulativo que puede ser el cine, pues rara vez tal desolación se había plasmado con tanta capacidad de contagio en la gran pantalla.

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    A ello contribuye igualmente una decidida apuesta por la intensidad dramática, partiendo de una interpretación para la posteridad por parte de ese talento en bruto llamado Adèle Exarchopoulos. De una manera acorde a su protagonismo sobre el libreto, su trabajo ensombrece el admirable esfuerzo de Seydoux, quién gana solo (y no por mucho) en el apartado físico: gran belleza la de ambas que no es ocioso destacar pues también es un elemento expreso de la trama. Y tampoco podemos dejar siquiera de mencionar las meritorias interpretaciones de un amplio elenco de secundarios que nunca desentonan, pese a tratarse en muchos casos de gente joven y/o inexperimentada. Exarchopoulos entrega un mar de sentimientos pero todos los demás ponen su granito de arena en favor de esa intensidad que marca a fuego la película, la cual se ve reforzada por un estilo de dirección basado casi únicamente en primeros planos, a menudo en movimiento. Incluso en escenas de multitudes, como en el patio de recreo o en una manifestación educativa, se renuncia prácticamente a los planos de localización para centrarse en las caras llenas de juventud y vitalidad de Adèle y sus compañeros. O por ejemplo en ese bar lésbico en el que Adèle ve por segunda vez a Emma y entabla por primera vez conversación con ella, Kechiche se ciñe al plano-contraplano, estableciendo un vínculo entre las dos actrices ajenas a lo que les rodea y permitiendo que nosotros podamos presenciar y disfrutar de esa conexión sin salirnos de ella. Por eso también ésta y otras alargadas escenas dialogadas transcurren con mágica y animada cercanía y parecen más cortas de lo que realmente son, provocando que las tres horas que dura el filme se pasen volando. Y en este sentido también domina lo íntimo frente a lo épico: planos cerrados frente a planos abiertos, diálogos aparentemente improvisados y naturalmente dilatados frente a frases solemnes y monólogos confesionales. Pero es curiosamente en la otra escena más controvertida, ese encuentro sexual de una decena de minutos entre Adèle y Emma, donde tales parámetros inesperadamente se revierten. No es el único encuentro erótico del metraje pero sí quizás el más impactante, una secuencia explícita de la que mucho se ha hablado que empieza con ellas ya desnudas arrodilladas en una cama iluminada por la luz de las velas. Y en este caso el tratamiento visual es inicialmente en plano general, contraponiéndose con el dominio absoluto del primer plano en el resto del metraje, y su extensión excesiva se nota más quizás por la ausencia de diálogos o, ahora sí, por no ser un momento con el que las actrices se encuentran tan cómodas o identificadas. Es una secuencia que muchos han alabado por su valentía y su energía, y es en teoría la que debería mostrarnos el amor que se profesan estos personajes de la manera más pura. Sin embargo, en mi caso, es el único momento que me sacó ligeramente de la evolución de este intempestivo romance, aunque también se pueda justificar por querer representarse cierta distancia ante el descubrimiento de algo desconocido, teniendo entonces más sentido que se alargue esa exploración del cuerpo femenino.

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    En cambio, un detalle curioso de dicha secuencia, que sí está más en consonancia con el estilo predominante de la película, es que se omite toda introducción previa al coito pese a lo que dura la acción subsiguiente. Y con esto volvemos a esa magnífica espontaneidad que con mucho sudor y esfuerzo consiguen Kechiche y sus actores, manifestándose en acciones a menudo captadas in media res, empezando por un inicio sin ningún tipo de título o crédito previo, arrancando directamente la proyección con Adèle saliendo de su casa para ir al instituto, de una manera que a muchos espectadores nos pilló desprevenidos. En la misma dirección van las elipsis de una narrativa que como hemos dicho abarca varios años, así como la aparición y desaparición de varios personajes secundarios, como los padres de Adèle u otros chicos que conoce. Todo ello confiere al metraje una naturaleza poéticamente inacabada, pretendida expresamente por Kechiche partiendo del subtítulo “capítulo 1 y 2” y lograda igualmente gracias a un ritmo que sabe combinar la brusquedad y la fluidez, a una banda sonora vibrante pero esporádica, o a su triste final abierto. Sin desvelar más acerca de este último, sí podemos decir que se establece un interesante paralelismo entre ese momento y aquel en que Adèle ve por primera vez a Emma, cruzando la calle en un momento luminoso, apoyado por la misma música exótica y visualizado sobre todo con el mismo color, el azul (primero del pelo de Emma y luego del vestido de Adèle). Son pinceladas que dejan claro, esta vez sin diálogos de por medio, que lo poco que le ha llenado a Adèle su primera aventura sexual con ese compañero del instituto va a contraponerse con la plenitud sentimental que le va a aportar Emma y que va a arrastrarla toda la vida. Su mirada curiosa y la mirada anhelante de Adèle nos llenan de expectativas, colmadas después por esa sucesión de sonrisas y lágrimas que nosotros inexorablemente compartimos. Y cuando acaba la película nos sentimos completamente apesadumbrados y abatidos, aunque también maravillados ante la emoción tan genuina que hemos presenciado. Todo gracias a esa insospechada pero poderosísima armonía que se ha podido establecer entre el guion, la dirección y la interpretación, principales aspectos comentados en este texto que convierten en excepcional una premisa más bien ordinaria, y que se ven reforzados provechosamente por los demás apartados de la producción e incluso por su controvertida elaboración. ★★★★★

    Ignacio Navarro.
    enviado especial a Bosnia y Herzegovina | 19ª edición del Festival de Sarajevo | crítico cinematográfico.

    Francia, 2013, La vie d’Adèle. Director: Abdellatif Kechiche. Guion: Abdellatif Kechiche & Ghalia Lacroix. Productora: Wild Bunch / Quat’sous Films / France 2 Cinema / Scope Pictures / Vértigo Films / RTBF. Fotografía: Sofian El Fani. Montaje: Ghalia Lacroix, Albertine Lastera, Jean-Marie Lengelle & Camille Toubkis. Intérpretes: Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux, Salim Kechiouche, Jérémie Laheurte, Catherine Salée, Aurélien Recoing. Presentación: Festival de Cannes 2013.










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