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    Cine Club | Me casé con un monstruo del espacio exterior (1958)

    Me casé con un monstruo del espacio exterior
    crítica de Me casé con un monstruo del espacio exterior | I Married a Monster from Outer Space, 1958

    Nacida a la sombra de la mítica La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956), Me casé con un monstruo del espacio exterior (I Married a Monster from Outer Space, Gene Fowler, Jr., 1958) recoge dos temáticas que a finales de esa década de los 50 obsesionaba a la población norteamericana: el terror comunista y la conquista espacial, una enconada carrera contra los rusos por ver quien domeñaba antes las estrellas, reflejada esta en multitud de ocasiones en su vertiente más pulp, la invasión alienígena. Eran años en los que el fenómeno UFO tomaba fuerza, con su gran cantidad de avistamientos de platillos volantes surcando los cielos y extraterrestres llegando a las puertas de nuestras casas en actitudes por lo general hostiles. Un magma que en el cine se confundía y se entremezclaba, dando como resultado la equiparación fácil entre invasor alien e invasor rojo. El terror soviético ya venía de lejos, con películas emblemáticas como Telón de acero (The Iron Curtain, William A. Wellman, 1948) o Casada con un comunista (The Woman on Pier 13, Robert Stevenson, 1949), esta última con un título en nuestro idioma explícito a más no poder. La guerra fría llevaba el temor a todos los hogares y la locura del senador McCarthy desencadenaría la famosa caza de brujas en Hollywood a partir de 1950. El comunismo, que había encontrado un buen poso en los sectores más cultos del mundo artístico, sufrió un duro golpe. La película de Siegel, como ya comentamos en su momento, se quiso ver como una metáfora de esta invasión silenciosa, si bien sus autores defendieron siempre la tesis contraria: esos invasores fríos y sin alma no eran sino McCarthy y sus secuaces. Y eso que durante la Segunda Guerra Mundial se había dado una visión positiva de los rusos, entonces aún eran aliados, así la película Días de gloria (Days of Glory, Jacques Tourneur, 1944), que goza además del mérito de ser la primera cinta que protagonizó el gran Gregory Peck. A veces los malvados no eran los soviéticos, como demuestra Callejón sangriento (Blood Alley, William A. Wellman, 1955), en la cual eran los chinos los que ostentaban el siniestro honor de ser los malos de la función. En fin, la lista podría ser interminable, elijo solo algunas obras al azar. Pero dejadme que recuerde una más, esta perfecto ejemplo de esa fusión entre pánico rojo y ciencia ficción, la curiosa Red Planet Mars (Harry Horner, 1952), donde la equiparación de los comunistas con esos marcianos que provienen de un planeta de un color tan sospechoso ha de convertirlos a la fuerza en unos seres con muy aviesas intenciones.

    Me casé con un monstruo del espacio exterior

    Envuelta pues en esos ropajes de ciencia ficción adolescente y temor ideológico, Me casé con un monstruo del espacio exterior acaba siendo casi lo contrario: un intento de película adulta luchando contra su mismo y desopilante título, encantador por lo demás, que supone, aunque de manera algo velada, una crítica a quienes rechazan y abominan de todo lo que es diferente, distinto a nosotros. Gene Fowler, Jr., su director, había rodado el año anterior una de las primeras de esas cintas de terror con la palabra adolescente (teenage) en el título, Yo fui un hombre lobo adolescente (I Was a Teenage Werewolf, 1957), un excelente filme que mostraba con gran acierto el horror a la soledad y al cambio físico propio de esa edad. Fowler no había quedado contento ni con el resultado ni con lo que había cobrado por realizarla, así que en esta del monstruo y la boda decide ser además el productor. Su carrera fuera de la dirección había sido brillante: montador al servicio de Fritz Lang y Samuel Fuller, entre otros. Y un magnífico montador tendría para la suya: George Tomasini, que venía de trabajar con Billy Wilder y Alfred Hitchcock. A los efectos especiales, el mítico John P. Fulton, con un historial mareante: había trabajado bajo las órdenes de Edgar G. Ulmer, Tod Browning, James Whale, John M. Stahl, Alfred Hitchcock… Hay más, pero con estos nombres tenemos bastante. El resto del equipo técnico estaba formado por los sólidos profesionales de la productora Paramount. Una serie B con un soporte de primera. Me casé con un monstruo del espacio exterior da inicio de manera prometedora. A pesar de la tosquedad del guion, quizá su defecto más evidente, Fowler mueve la cámara con elegantes travellings y encadenados precisos y muy cuidados, en especial aquel en el que el joven matrimonio se ve reflejado en el cristal del bar del hotel donde pasarán su luna de miel, con el paisaje de fondo y una breve panorámica sobre el mismo que nos lleva a contemplarlos ya juntos en el balcón de su hotel. Una elipsis muy bien rodada que demuestra que Fowler había aprendido de esos grandes directores con los que había trabajado. También es notable el uso de la profundidad de campo aprovechado para generar tensión entre la pareja, de manera especial en el reducido espacio de su apartamento, que parece ser inmenso gracias al talento del director. Pero como ya he comentado, la historia que nos cuenta no está a la altura. Tampoco Fowler mantiene en todo momento este buen nivel, debido sobre todo a que la película adolece de una evidente falta de ritmo. La trama sigue en esencia el modelo de invasión que Siegel nos mostró en su obra maestra: los alienígenas ocupan los cuerpos de los humanos para pasar desapercibidos entre nosotros. Un desastre en su planeta de origen los está llevando a la extinción, sobre todo porque murieron todas las hembras de la especie. Y a la Tierra se vienen a buscarlas y procrear. Genial, eso sí, la explicación que dan de por qué precisamente aquí es a donde van a parar: el universo es tan grande y son tan pocos los planetas con vida… Y eso que consideran que los cuerpos humanos tienen un diseño malísimo.

    Me casé con un monstruo del espacio exterior (1958)

    Durante el metraje se suceden las bromas y burlas a costa del matrimonio, desde la triste despedida de soltero inicial hasta el mismo hecho de que algunos de los hombres son “pescados” por sus mujeres precisamente cuando ya están poseídos por los alienígenas. Me encanta, por inocente, la idea de que los extraterrestres vengan a perpetuar su especie a costa de las hembras humanas pero, eso sí, siempre bajo la bendición matrimonial. Marge, la joven protagonista, se casa con su novio Bill, pero la noche justo antes de la boda este es atacado y su cuerpo ocupado por un malvado invasor. Vivirán un año de infeliz matrimonio, más porque ella le nota raro que porque él haga en verdad algo malo. Un año durante el cual buscan tener un bebé, ejem, un año fornicando con un alienígena que en su estado natural es un monstruo feo como un diablo y además fosforescente. Esta idea que no deja de tener su morbo es a su vez dinamitada por el que quizá sea el mejor giro de guion de la película: nuestro monstruo favorito ha acabado con el tiempo enamorándose de Marge, mostrando la cinta en algunos momentos un desarmante tono de melodrama romántico que no deja de resultar maravilloso en su candidez e intención. En realidad, aunque no debe haber piedad para el alien, el comportamiento de Bill como marido es el propio de un caballero. Se echan en falta más apariciones de los extraterrestres y de su nave espacial, solo una como manda la serie B, sobre todo viendo las magníficas fotos promocionales y el fantástico póster con que fue presentada en los cines. Algo muy propio de estas producciones, por otra parte. En el apartado artístico, cabe destacar la gran actuación de Gloria Talbott, la desposada que teme por el tipo de vida que en un determinado momento puede comenzar a engendrar en sus entrañas, una actriz de cara extraña, uno de esos rostros que uno no calificaría de hermosos pero sí poseedor de un innegable atractivo. Su compañero del espacio exterior fue interpretado por el hierático Tom Tryon, al que su robótica actuación ayuda a su personaje en esta ocasión. Y como curiosidad, Charles Gemora, el especialista que se hizo famoso por interpretar papeles de gorila con un disfraz de su propiedad, aquí oculto tras las facciones del alienígena. Todos juntos vivirán una de las tramas de amor a tres bandas más ingenuas y a la vez morbosas de la historia del cine. Nadie hubiera imaginado alguna vez que los extraterrestres vendrían de tan lejos en el espacio profundo solo para formar prósperas y correctas familias de bien. Son maridos tan perfectos que abandonan todos los vicios, el primero de ellos la bebida. Y es en esta simpática ironía donde radica uno de los mayores encantos de esta pequeña película.

    José Luis Forte.
    escritor.

    USA, 1958. Título original: I Married a Monster from Outer Space. Director: Gene Fowler Jr. Guion: Louis Vittes. Productora: Paramount Pictures. Productor: Gene Fowler Jr. Estreno: octubre de 1958. Fotografía: Haskell B. Boggs. Fotografía efectos especiales: John P. Fulton. Música (stock music): Daniele Amfitheatrof, Hugo Friedhofer, Leith Stevens, Franz Waxman y Victor Young. Montaje: George Tomasini. Dirección artística: Henry Bumstead y Hal Pereira. Decorados: Robert R. Benton y Sam Comer. Intérpretes: Gloria Talbott, Tom Tryon, Peter Baldwin, Robert Ivers, Chuck Wassil, Valerie Allen, Ty Hardin, Ken Lynch, Jean Carson, Charles Gemora, Sherry Staiger.
    I Married a Monster from Outer Space poster
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