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    Crítica | Stoker

    Stoker

    NEOGÓTICO FAMILIAR

    crítica de Stoker | Park Chan-wook, 2012

    La canción versa sobre un forastero con espuelas de plata que, recién llegado a la ciudad, conoce a una mujer que le invita a beber su vino. Un vino de intensos aromas frutales a cereza y fresa, y con un ingrediente demasiado sutil: el beso primaveral de los ángeles. Ella sólo quiere pasar el rato, y así se lo hace saber. Finalmente el hombre sucumbe al hechizo de esa Afrodita ingenua, cuyo tónico no era más que un parche en el desierto. “Mis ojos se abrieron grandes y mis labios no podían hablar. Intenté levantarme pero no pude encontrar mis pies”. Las espuelas de plata ya no tintinean como al principio. No hay encuentros fugaces, ni mujeres sedientas, ni atracciones más o menos místicas con querubines alados. En mitad de la noche, bajo la atenta y gélida mirada de una chica que tiene fantasías eróticas con su tío, éste agarra fuerte por las caderas a la rubia de la canción que suena en el gramófono, a la madre de su sobrina, a su cuñada. Ha llegado para quedarse: su hermano acaba de morir en extrañas circunstancias y apenas sí conoce a su peculiar sobrina, que viste ropas casi victorianas (la acción se desarrolla en nuestro presente) y calza esa clase de introversión que desemboca un no sé qué incierto, pero muy turbador. Así pues, sospecho que su estancia allí no será temporal. Y sin embargo, los papeles de Summer Wine —interpretada por Lee Hazlewood y Nancy Sinatra— difieren mucho de la historia que plantea Stoker, un lacerante drama familiar disfrazado de thriller psicótico. Pocos directores se adivinan más dinámicos que Park Chan-wook, quien exhibiera con su Trilogía de la Venganza todo un mapa audiovisual, erigiéndose en maestro del cine surcoreano. En la Corea menos ruin, tan lejos de la Meca del Cine, se facturan grandes productos cargados de aristas, de ritmo, de vigor; ejercicios de estilo —véase Encontré al Diablo o The Yellow Sea— que torpedean implacablemente a las majors de Hollywood, que ahora han decidido reclutar al mencionado director de Old Boy.

    Stoker

    Lentamente sin excesos, el debut americano de Park aumenta varios puntos de grises y gira hacia un lugar retorcidamente atractivo, aquella cinematografía que se antoja subyugante y acaba estallando en violencia. Por ello se beneficia de primeras figuras de la gran pantalla como son Nicole Kidman y Mia Wasikowska, seguramente el rostro más indescifrable del cine actual. No es guapa, más bien al contrario. Su físico no aumenta las pulsaciones, pasaría inadvertido en cualquier desfile de estrellas exóticas hollywoodienses. Su factor diferencial radica en lo que no enseña, es decir, en lo que calla. Es tan sosa que resulta interesante oírla y verla moverse por esa mansión, hurgando —sin hacer ruido— en tu cabecita al mismo tiempo que Matthew Goode se sabe equivocadamente victorioso. Me cansa su expresión pétrea y vanidosa. Mientras tanto, Nicole Kidman interpreta a la viuda que se deja querer con la figura retórica del vino: últimamente sólo escoge papeles de milf trasnochada. La capa de esmalte o bótox nubla su expresividad y, por tanto, su mejor instrumento es la voz. Detrás de esa cortina pervive una excelente actriz, sin duda. Su personaje no es tanto un catalizador como una presencia abatible, que oscila entre dos extremos de la trama, cosida a sorpresivos golpes que nos retrotraen a la estilizada estética de Park Chan-wook. Stoker no alcanza el nivel de sus grandes obras; y hablar de autoría es, cuando menos, una quimera. Convendría examinar las cláusulas del contrato y ver quién tuvo la patente de corso del montaje, cuyo corte final —al menos para su exhibición en salas comerciales— apenas llega a las dos horas menos cuarto.

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    Detalles que no empañan el resultado a posteriori: un filme que crece con el paso de los minutos. Como Il Trovatore de Verdi (escuchen el fabuloso soundtrack), Stoker existe como un Todo formado por micropiezas. Se resiste al hilo de lo convencional. Porque Chan-wook, en sintonía con el músico italiano, es un esteta soberbio. No podemos hablar de ruptura, pero sí de un lenguaje implacablemente exquisito. Y salvando las distancias, artísticas y cronológicas, ambos se manejan como pocos en el baile de máscaras. Los juicios de sangre vienen de lejos, habitan en la infancia pero crecen lentamente hasta mostrar su verdadera magnitud. En Stoker, título que hace referencia al apellido familiar, se descubre justo antes de que Matthew Goode acaricie al ralentí, de arriba abajo, a Nicole Kidman; también cuando la joven baja al sótano a guardar el helado en el congelador. Entre tinieblas, con el vaivén de las lámparas que penden del techo. Y, claro está, mientras aparecen dos o tres planos —misma escala, mismo color, mismas salpicaduras— que ya habíamos visto recientemente. Algo desconcertante, nada insólito. Las primeras interrupciones pronto se difuminan para dejar paso a la barbarie. A la fluidez. A un pavor contemplativo. A la seguridad de que Park Chan-wook está en plena forma. ★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013, Stoker. Director: Park Chan-wook. Guión: Wentworth Miller, Erin Cressida Wilson. Música: Clint Mansell. Fotografía: Chung-hoon Chung. Reparto: Mia Wasikowska, Matthew Goode, Nicole Kidman, Jacki Weaver, Dermot Mulroney, Lucas Till, Ralph Brown, Alden Ehrenreich, Phyllis Somerville, Wendy Keeling, Lauren E. Roman, Tyler von Tagen.

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