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    Cine Alemán Siglo XXI

    Robert Redford (1936 — 2025) | «El mejor»

    El mejor

    Robert Redford (1936 --2025).

    Raúl Álvarez | Madrid.

    Hay muchas maneras de hacerse cinéfilo, aunque casi todas pasan por lo que podríamos denominar el «efecto película», una suerte de filtro amoroso que nos empuja a amar un título sobre todos los demás, y después nos anima a tirar del hilo de ese mismo director, ese mismo guionista, ese mismo compositor, esos mismos intérpretes, como Tristanes e Isoldas condenados a encontrarse en una pantalla de cine. En mi caso esa película fue El golpe (The Sting, George Roy Hill, 1973). Muy poco o nada original, lo reconozco, al menos para quienes, como yo, llegamos al cine por la puerta de Hollywood. Pero sí de vital importancia para muchas cosas que me han pasado después. A fin de cuentas, de eso va el cine, de lo que significa para uno mismo.

    El golpe tiene la culpa de que el cine norteamericano de los setenta siga siendo mi favorito, si bien es cierto que abro el arco en 1967 y apunto hasta 1982. George Roy Hill me llevó a Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969) y a Kurt Vonnegut; es decir, fue el responsable de que empezara a pescar westerns en la tele y a devorar literatura de ciencia-ficción. La musiquilla de Scott Joplin hizo lo propio con mi afición por el ragtime y el jazz. Robert Shaw me llevó a Tiburón (Jaws, 1975), y Tiburón a Spielberg, a los barbudos y a La guerra de las galaxias. Paul Newman me obligó a volver la vista al cine de los años cincuenta. Y Robert Redford, bueno, Robert Redford hizo que de mayor quisiera llevar bigote –nunca he cumplido la amenaza–, usar sombrero y sonreír como si el fin del mundo no estuviera a la vuelta de la esquina.

    Puede parecer una estupidez, y probablemente lo sea, pero de todas las cosas que le debo a El golpe –también la tarde más bonita que me regaló mi madre–, la que más valoro es ese deseo de ser otra persona en un mundo que jamás será el mío. Para quienes no dudamos entre Alien (Ridley Scott, 1979) y cualquier título de la nouvelle vague, el cine es ante todo ese deseo, condenado a no cumplirse jamás, de convertirnos en alguien distinto y vivir otras vidas. Hace apenas tres horas, cuando un buen amigo mío me dijo que Redford había muerto, todos estos pensamientos acudieron de golpe, cómo si no, a mi mente, y entonces empecé a sentir una pena infinita que aún me acompaña; por él, por mi mamá (tenían la misma edad) y por el cine que ya no se sabe o no se quiere hacer. Así que cuando hace unos minutos, otro buen y redfordiano amigo me ha pedido que escriba algo, no he podido negarme a devolverle el favor al tipo que me dio tanto a cambio de tan poco.

    EL GOLPE (1973)

    «Fue un magnífico actor, un director sobrado de talento y recursos, y un tipo comprometido con su tiempo. Y guapo, qué demonios, muy guapo, un crimen al parecer de quienes entienden el cine como un acto de sufrimiento. Estoy seguro de que el tiempo le tratará a él, a sus películas y a su legado en Sundance con la perspectiva que merecen las acciones honestas y sinceras».


    Como este es un texto eminentemente personal, no creo que tenga mucho sentido repasar su carrera a la manera de un obituario al uso, recurriendo a las fórmulas habituales que delatan una escritura a punta de pistola. «Debutó de la mano de fulano o mengano en tal o cual película, para después protagonizar tal o cual película de la mano de fulano o mengano». «Pronto se convirtió en uno de los rostros más deseados y se puso a las órdenes de este o el otro director» «Empezó a dirigir películas animado por su amigo Sydney Pollack, fundó el Festival de Sundance, envejeció con dignidad, se retiró en 2018, volvió brevemente en 2025» Que cada cual elija sus películas favoritas, por favor, y piense qué de bueno le aportaron. O de malo, como hizo el astuto Peter Biskind –él sí se dejó bigote– cuando escribió Sexo, mentiras y Hollywood (Miramax, Sundance y el cine independiente), básicamente para vengarse de Redford porque éste no había querido recibirlo en su oficina de Sundance. Hasta Harvey Weinstein salía mejor parado que él en ese libro. Qué sorpresas nos trae el tiempo, ¿verdad?

    Nada de cronologías, por lo tanto, ni de perfiles a la carrera. Otros lo harán mucho mejor que yo. Mis recuerdos me devuelven como un eco los personajes que quise ser: Johnny Hooker, The Sundance Kid, Bob Woodward, Roy Hobbs, Paul Bratter, Bubber Reeves, Bill McKay, Jeremiah Johnson, Henry Brubaker, Jay Gatsby, Hubbel Gardiner, Waldo Pepper, Turner, Dortmunder... Y también me conducen hacia los tiempos ya extintos en que una estrella de Hollywood se atrevía a decir lo que pensaba sobre su país y sobre el mundo. Se le ha ridiculizado mucho, y casi siempre por voces cobardes y pesebristas, pero que alguien me diga una sola figura de su generación que se haya mantenido firme hasta el final en sus convicciones. Warren Beatty, quizá, o Dennis Hopper, pero ninguno de los dos pudo sostenerle el pulso al sistema durante tantos años como lo hizo Redford, tanto delante y detrás de las cámaras como en la cima y en los márgenes de la industria.

    Fue un magnífico actor, un director sobrado de talento y recursos, y un tipo comprometido con su tiempo. Y guapo, qué demonios, muy guapo, un crimen al parecer de quienes entienden el cine como un acto de sufrimiento. Estoy seguro de que el tiempo le tratará a él, a sus películas y a su legado en Sundance con la perspectiva que merecen las acciones honestas y sinceras. Sus sombras se las dejo a Biskind y a cualesquiera analistas que hoy dirán aquello de «sí, pero», para elevarse por encima de quien ya no puede defenderse. La mala noticia para ellos es que las imágenes sobreviven a todo. Por eso hoy, mañana y pasado el nombre de Redford estará ligado a una presencia que tenía el poder de atraer la mirada como pocas se han visto en una pantalla de cine. Un misterio, tenía ese algo intangible que convierte una imagen en un recuerdo perdurable. Como el de esa chica azul y blanca con la que un día pasé horas hablando por culpa de El golpe. Por eso también te doy las gracias, señor Redford.


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