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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Mi postre favorito

    || Críticas | Seminci 2024 | ★★★★☆
    Mi postre favorito
    Maryam Moghadam, Behtash Sanaeeha
    El amor, la soledad y la represión


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Irán-Francia-Suecia-Alemania, 2024. Título original: Keyke mahboobe man. Duración: 97 min, Dirección: Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha. Guion: Behtash Sanaeeha y Maryam Moghadam. Música: Henrik Nagy. Fotografía: Mohammad Haddadi. Compañías: Coproducción; Filmsazane Javan, Caractères Productions, Hobab, Watchmen Productions, ZDF/Arte. Reparto: Lili Farhadpour, Esmaeel Mehrabi, Mohammad Heidari.

    El pasillo de una casa bañado por un sol matinal no tiene dentro del cuerpo discursivo de Mi postre favorito una connotación alegre ni funciona como un ligero acorde de belleza capaz de darle sentido a una rutina gris, puesto que dicha casa funciona como la expresión arquitectónica que revela el estado de tristeza y aburrimiento de la protagonista, además de ejercer, tanto en el plano físico como en el metafórico, de prisión en la que, debido a la densidad espesa de los días y a la oscuridad de unas noches que nada ofrecen salvo el reflejo ampliado de los pesares cotidianos, se acrecientan dichas emociones desasosegantes. Es la casa un espacio estéril en el que Mahin, una mujer de setenta años que vive sola desde el fallecimiento su marido y la marcha de su hija de Teherán, intenta encontrar algo de felicidad sin mucho éxito: por un lado, el régimen teocrático de Irán cercena los derechos de las mujeres, las convierte en comparsas al servicio de los hombres, condenándolas al ostracismo del interior de los hogares; por el otro, los achaques provocados por el paso del tiempo le dificultan cuadrar sus horarios con los de sus amigas, únicas personas con las que mantiene, muy de vez en cuando, conversaciones presenciales que le permiten evadirse levemente de la realidad. Así, el sol, aparentemente cálido, de media mañana y la rutinaria llamada de una de sus amigas no son sino asperezas violentas que interrumpen un sueño que no consigue conciliar hasta altas horas de la madrugada; y la opacidad de la noche no hace otra cosa más que añadir altas dosis de pesadumbre a su ya de por sí apesadumbrado día a día, cúmulo de horas en las que a duras penas consiguen mantener una charla telefónica con su hija.

    Incluso la relación que mantienen personaje y encuadre es desigual, en tanto que ella aparece aprisionada por los marcos de las puertas y los bordes de las ventanas, o es aplastada por el espacio vacío de la estancia en la que se encuentra cuando el plano permite que entre algo de aire, o permanece clavada en el último término de una imagen dispuesta a negarle su derecho a protagonizar su propia historia. El tiempo va ardiendo delante de sus ojos y ella no puede hacer otra cosa más que observar el proceso de combustión desde la distancia, recordando la sensación de calor que desprenden las llamas. Así, hasta que un día conoce a Faramarz, un taxista con quien no duda en empezar una relación amorosa. Es precisamente ahí, en la noche que pasan juntos, en el acercamiento entre dos soledades que intentan romper la costra de aislamiento que las oprime, donde transcurre el tramo central de Mi postre favorito. Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha detienen la narración en la grieta de cariño que se abre sobre la cotidianeidad estática de su protagonista, y desde esa temporal ruptura con el dolor del presente y el sabor amargo de unos recuerdos que sólo provocan más angustia, construyen un retrato impresionista del cariño en el que el humor que había horadado levemente la superficie del primer acto se apodera del relato para guiarlo por el sendero de una comedia que, durante unos instantes, parece tener la fuerza suficiente como para silenciar las crepitaciones trágicas que resuenan debajo de cada fotograma.

    El espacio vacío del plano general es ocupado por la ternura gestual de Faramarz, las puertas dejan de ser elementos de aprisionamiento, y la casa se convierte en el escenario en el que tiene lugar un acercamiento amoroso verdaderamente emocionante. Las palabras fluyen entre los personajes con el brillo de cierta timidez otorgándole una humanidad desarmante a cada frase, el movimiento de las miradas se acompasa al ritmo de las risas, y la música hace acto de presencia de la mano de un vitalismo que les permite vislumbrar un futuro de amor y compañía capaz de latir por encima de las leyes opresivas que dicta la policía de la moral. La oscuridad se convierte entonces en un mal y largo recuerdo que parece superado. Pero vuelve, destrozando con la violencia de una apisonadora las esperanzas de la protagonista, arrancando de raíz el humor que impregnaba las imágenes y convirtiendo el tercer acto de la cinta en el velatorio de una historia de amor que pudo ser y no fue. La imposibilidad de vivir al margen del mundo —de un régimen totalitario que escruta, limita y castiga cada movimiento de sus ciudadanos— impone su peso trágico sobre los hombros de un personaje hundido que le da la espalda a la cámara en un plano final tan largo como demoledor. ♦


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