|| Críticas | Seminci 2024 | ★★★★☆
Mi postre favorito
Maryam Moghadam, Behtash Sanaeeha
El amor, la soledad y la represión
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Irán-Francia-Suecia-Alemania, 2024. Título original: Keyke mahboobe man. Duración: 97 min, Dirección: Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha. Guion: Behtash Sanaeeha y Maryam Moghadam. Música: Henrik Nagy. Fotografía: Mohammad Haddadi. Compañías: Coproducción; Filmsazane Javan, Caractères Productions, Hobab, Watchmen Productions, ZDF/Arte. Reparto: Lili Farhadpour, Esmaeel Mehrabi, Mohammad Heidari.
Irán-Francia-Suecia-Alemania, 2024. Título original: Keyke mahboobe man. Duración: 97 min, Dirección: Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha. Guion: Behtash Sanaeeha y Maryam Moghadam. Música: Henrik Nagy. Fotografía: Mohammad Haddadi. Compañías: Coproducción; Filmsazane Javan, Caractères Productions, Hobab, Watchmen Productions, ZDF/Arte. Reparto: Lili Farhadpour, Esmaeel Mehrabi, Mohammad Heidari.
Incluso la relación que mantienen personaje y encuadre es desigual, en tanto que ella aparece aprisionada por los marcos de las puertas y los bordes de las ventanas, o es aplastada por el espacio vacío de la estancia en la que se encuentra cuando el plano permite que entre algo de aire, o permanece clavada en el último término de una imagen dispuesta a negarle su derecho a protagonizar su propia historia. El tiempo va ardiendo delante de sus ojos y ella no puede hacer otra cosa más que observar el proceso de combustión desde la distancia, recordando la sensación de calor que desprenden las llamas. Así, hasta que un día conoce a Faramarz, un taxista con quien no duda en empezar una relación amorosa. Es precisamente ahí, en la noche que pasan juntos, en el acercamiento entre dos soledades que intentan romper la costra de aislamiento que las oprime, donde transcurre el tramo central de Mi postre favorito. Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha detienen la narración en la grieta de cariño que se abre sobre la cotidianeidad estática de su protagonista, y desde esa temporal ruptura con el dolor del presente y el sabor amargo de unos recuerdos que sólo provocan más angustia, construyen un retrato impresionista del cariño en el que el humor que había horadado levemente la superficie del primer acto se apodera del relato para guiarlo por el sendero de una comedia que, durante unos instantes, parece tener la fuerza suficiente como para silenciar las crepitaciones trágicas que resuenan debajo de cada fotograma.
El espacio vacío del plano general es ocupado por la ternura gestual de Faramarz, las puertas dejan de ser elementos de aprisionamiento, y la casa se convierte en el escenario en el que tiene lugar un acercamiento amoroso verdaderamente emocionante. Las palabras fluyen entre los personajes con el brillo de cierta timidez otorgándole una humanidad desarmante a cada frase, el movimiento de las miradas se acompasa al ritmo de las risas, y la música hace acto de presencia de la mano de un vitalismo que les permite vislumbrar un futuro de amor y compañía capaz de latir por encima de las leyes opresivas que dicta la policía de la moral. La oscuridad se convierte entonces en un mal y largo recuerdo que parece superado. Pero vuelve, destrozando con la violencia de una apisonadora las esperanzas de la protagonista, arrancando de raíz el humor que impregnaba las imágenes y convirtiendo el tercer acto de la cinta en el velatorio de una historia de amor que pudo ser y no fue. La imposibilidad de vivir al margen del mundo —de un régimen totalitario que escruta, limita y castiga cada movimiento de sus ciudadanos— impone su peso trágico sobre los hombros de un personaje hundido que le da la espalda a la cámara en un plano final tan largo como demoledor. ♦