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    Crítica | Los tonos mayores

    || Críticas | ★★★★☆
    Los tonos mayores
    Ingrid Pokropek
    Los fantasmas cotidianos


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Argentina, España. 2023. Título original: Los tonos mayores. Dirección y guion: Ingrid Pokropek. Fotografía: Ana Roy. Edición: Miguel de Zuviría. Sonido: Javier Jensen, Gabriel Real. Música: Gabriel Chwojnik. Productores: Iván Moscovich, Juan Segundo Álamos, Ingrid Pokropek, Pablo Piedras, Magdalena Schavelzon, Miguel Molina, Adán Aliaga. Compañías productoras: Gong Cine, 36 Caballos, Jaibo Films. Intérpretes: Sofía Clausen, Pablo Seijo, Lina Ziccarello, Santiago Ferreira, Mercedes Halfon, Walter Jakob. Duración: 101 minutos.

    La mente es capaz de sugestionarse hasta un punto de no retorno en el que creemos ver lo que sólo imaginamos y donde también creemos que nuestros deseos se convierten en realidades. Convencernos de que recibimos señales del más allá o que nos hemos convertido en emisoras receptoras de mensajes procedentes de otro sistema solar no resulta complicado entonces. Todo cabe y todo es posible, sobre todo si quien lo siente está en la adolescencia y sufre un trauma del pasado del que no ha conseguido recuperarse. Lo que apunta la película, en sus primeros compases, como un ejemplo más de cine juvenil o simple traslado sureño del «coming of age» anglosajón, rápidamente se transforma en una historia de iniciación alejada de los códigos del cine sobre la inmadurez preuniversitaria, o simplemente sobre la  inmadurez. Ana, el admirable personaje creado por Pokropek e interpretado igual de bien, como de dibujado lo está por el guion, por Sofía Clausen, comienza a sentir una serie de pulsaciones desacompasadas procedentes de su muñeca, pulsos que una amiga transforma en canciones y un encuentro fortuito convierte en mensajes de morse que revelan una desconocida y enigmática serie de números y palabras.

    Y así la película transita entre lo emocional y lo inexplicable, entre lo real y lo fantástico de una manera tan fluida y compensada que participamos, sin necesidad de engaños ni trampas, de los delirios adolescentes de la protagonista, empeñada en descifrar el contenido de esos mensajes como si tuvieran que ir destinados exclusivamente para ella. Es inevitable no sentirse conmovidos por la ausencia que marca el desarrollo vital de esta adolescente, como del mismo modo resulta sobresaliente la sutil manera que idea Pokropek para contarnos el lazo invisible que une esas pulsaciones con el pasado traumático de la protagonista, un hilo que, si sólo se está pendiente del grueso de la historia, puede perderse envuelto en la intriga pseudofantástica. Porque resulta necesario situar a Pokropek y su cine con la innegable escuela donde ha aprendido, sus funciones de producción en El Pampero, por ejemplo en dos joyas como Las poetas visitan a Juana Bignozzi y Trenque Lauquen, la indudable gran película de 2023, dejan su marca en la manera como la directora presenta las diferentes tramas de la película, siempre con ese halo de intriga que el grupo ha sabido incorporar a sus relatos para acercarse a los grandes nombres de la literatura de aventuras (Conan Doyle, Stevenson, Poe), a los referentes argentinos de Borges, Bioy, Ocampo o al uso del misterio en el cine a través de Lang y Rivette.

    A diferencia de la productora y sus películas, Pokropek opta por utilizar a una adolescente como protagonista. Esto permite jugar más con su inexperiencia, su inocencia, su credulidad, su fantasía. Pero ¿quién ha dicho que los años nos hagan más maduros? En Los tonos mayores hay ejemplos de lo contrario, de adultos que rodean a la joven y que no son capaces de advertir dónde se encuentra la raíz del problema y el porqué de ese comportamiento inusual de Ana, presuntamente más maduros pero igualmente empeñados en situar el «yo» por delante del otro. No queda, por tanto, más que acompañar a la menor en su aventura, crecer con ella del mismo modo que va descubriendo los sinsabores de las relaciones adultas, intentar acompañarla con sus descubrimientos y seguir, con el mismo interés que Mariano Llinás busca pistas y respuestas en los mapas, la conexión entre esos puntos de la ciudad de Buenos Aires encontrados por un azar rivettiano y que completan una constelación de pistas, aparentemente inconexas, pero que van acercando el momento de la revelación mientras la joven sigue empeñada en personalizar el hallazgo.

    El montaje de Zuviría y la música de Chwojnik resultan trascendentes para que, junto con la foto de Roy, el ambiente inquietante y la fragilidad emocional del personaje se hagan más relevantes cuando llega la noche. No hay que perder de vista que la trama y resolución alcanza sus momentos de clímax en la ausencia de luz diurna, reforzando la idea de misterio que la mente de Ana nos va trasladando sin esfuerzo porque todo resulta tan irreal como creíble. La respuesta final de la película es lo de menos, aterrizamos y ponemos los pies en el suelo de la misma manera que lo hace ella, ahora sí, tranquila y segura, recuperamos el terreno de la «realidad» y los abrazos vuelven al campo de lo físico y no de lo espiritual, pero ¿alguien puede afirmar que lo fantasmal no es el verdadero motor vital del personaje? Y de esta manera recuperamos, de nuevo, el papel trascendente del fantasma en la historia del cine, de la presencia inaprensible que, sin embargo, planea sobre todas las situaciones, el influjo de un ente que no se refleja en espejos pero que es capaz de aparecerse, por medio de signos y señales sólo interpretables por el receptor directo, y que no abandona la psique de los protagonistas porque éstos no están dispuestos a olvidar el pasado. Y así asistimos a otra gran película procedente de Argentina, la cinematografía del presente más estimulante para este espectador. ♦


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