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    Crítica | Los demonios de barro

    || Críticas | ★★★☆☆
    Los demonios de barro
    Nuno Beato
    Juguetes rotos por el tiempo


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    ficha técnica:
    Portugal, España y Francia, 2022. Título original: Os Demónios do Meu Avô. Presentación: Festival de Annecy 2022. Dirección: Nuno Beato. Guion: Possidónio Cachapa y Cristina Pinheiro. Producción: Sardinha em Lata / Midralgar / Basque Films / Caretos Film. Fotografía: Celia Benavent. Montaje: Aurora Sulli. Música: Carlos Guerreiro y Manuel Riveiro. Dirección artística: Ana Oliveira. Decorados: Nuno Beato. Reparto (voces): Victoria Guerra, António Durães, Nuno Lopes, Ana Sofia Martins, Martim Balsa, Celso Bugallo, João Tempera. Duración: 90 minutos.

    Es frecuente que el cine portugués se recree en la memoria histórica. Uno de los motivos de peso que lo justifica sería la cultura de un país que mira hacia el pasado con nostalgia, sobre todo hacia los siglos XVI o XVII cuando era una gran potencia mundial, condición que mantuvo, aunque en otra dimensión, hasta el segundo tercio del siglo XX, gracias a su expansión colonizadora. Ahora es un pequeño Estado europeo, próspero y acogedor, eso sí, con mucha menos relevancia internacional que antaño. Esbozado este contexto, de forma simple y parcial, se puede entender el gusto de ciertos cineastas portugueses por las tramas que desvían su atención hacia el pasado, pero a menudo no como recreación directa, sino mediante una conexión entre el presente y algún acontecimiento de ese pasado. Dicho de otra manera, son las historias de un pueblo que se alimentan de la añoranza, del recuerdo, pero transmitido en la modernidad, para manifestar, también, que el tiempo lo ha dejado atrás para siempre. Con todo, a menudo se añaden notas de realismo mágico para difuminar la línea entre la realidad y la ilusión, y poder imaginar así que algunos elementos de ese pasado pueden revivirse en la actualidad. No todo está perdido, sino que algo se puede recuperar en cierta visión artística o en la propia cotidianeidad de unos ciudadanos que son, todos, herederos muy conscientes de sus antepasados. El cine de Miguel Gomes sería un buen ejemplo de ello, si bien cabe citar igualmente parte de la obra de Pedro Costa o de Rita Azevedo Gomes, entre otros, o incluso del mismísimo Manoel de Oliveira.

    A menor escala juega su compatriota Nuno Beato con Los demonios de barro, una película de animación cuya premisa es algo manida: una joven de ciudad que, de pequeña, huyó de la vida rural, se reconcilia después con ella, tras tener que regresar al campo contra su voluntad. Sin embargo, como adelanta el título original en portugués (su traducción al español es muy distinta y algo tramposa), el meollo del drama es el de la relación entre esta joven y su abuelo, que fue quien la crió en el campo y que esconde varios secretos turbios, revelados cuando fallece y la protagonista relee sus cartas, vuelve a su hogar y interactúa con sus antiguos y amargados vecinos. Por tanto, estamos de nuevo ante una historia basada en el recuerdo y en hechos pasados, si bien, como su escala es menor, también lo es su proyección temporal, limitada hasta la juventud del abuelo en cuestión, y reducida, en su marco, a esta familia única y, a priori, anodina. En cuanto al realismo mágico, se produce ahora cuando cobran vida esos “demonios de barro”, figuras amasadas por el abuelo y su nieta que decoran la casa, pero también fantasmas suyos y de otros personajes, que los atormentan y, a su vez, les guían por el camino correcto o arrojan luz sobre detalles antes confusos e impenetrables. Son, en todo caso, ilusiones, por lo que la película no entra directamente en el género fantástico sino solo a través de una irrealidad ajena a la de una situación que, además, aprovecha para ofrecer una crítica de actualidad hacia los problemas de la tecnología urbana y, sobre todo, de la sequía.

    Esta no se debe tanto al cambio climático como a cierta manipulación humana del pueblo y su entorno, en que se basa la intriga principal, aunque va más allá del misterio a resolver, pues es precisamente esa falta de agua, esa aridez, la que transforma a todas las personas que ahí viven en figuras de barro, desfigurando sus rasgos humanos. A partir de ahí, Los demonios de barro une dos estilos de animación: el de la primera parte, más breve, casi a modo de prólogo, con un dibujo más definido y, por así decir, comercial; y el del resto del metraje, en stop motion, como si entonces costara unir los movimientos que pertenecen a otro mundo, alejado y remoto. Este cuento se revela con un montaje insistente en los flashbacks o en las ensoñaciones y con acciones poco desarrolladas, pues en verdad se suceden pocos hechos, lo que se corresponde bien con esa dificultad para avanzar, para progresar. El ritmo, con todo, es algo errático, como lo es la sucesión de algunos gestos y diálogos, o de algunos fragmentos apoyados en una banda sonora que no encaja del todo en el tono general. La historia es interesante, hasta emotiva, y su acabado visual es sugerente, incluyendo hallazgos memorables, como el uso del stop motion para mostrar algunas acciones que sí transcurren con más tiempo, tales como la siembra de un jardín o la reforma de un molino, en planos sucesivos separados por elipsis, casi a modo de jump cuts. Visualmente hay un puñado de imágenes absorbentes, más allá de estas secuencias puntuales. Pero la progresión dramática es irregular, en ocasiones algo caprichosa, en especial la manera en que la protagonista se comporta o va redescubriendo ese pasado con su abuelo, y el desenlace es algo precipitado. En cualquier caso, estamos ante una película recomendable, llamativa, sobre todo por ser poco habitual en nuestra cartelera… que no como sucesora, menor y bajo otro género, de toda esa tendencia del cine portugués reciente.


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