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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Rodeo

    || Críticas | SEFF 2022 | ★★★☆☆ |
    Rodeo
    Lola Quivoron
    La vida es un extrarradio


    Javier Acevedo Nieto
    Sevilla |

    ficha técnica:
    Francia, 2022. Título original: «Rodeo». Dirección: Lola Quivoron. Guion: Antonia Buresi, Lola Quivoron. Productora: CG Cinéma. Distribuidora: 20th Century Studios. Fotografía: Raphaël Vandenbussche. Reparto: Antonia Buresi, Junior Correia, Ahmed Hamdi, Yannis Lafki, Julie Ledru, Louis Sotton, Cody Schroeder, Dave Nsaman, Mustapha Dianka, Mohamed Bettahar, Chris Makodi, Gianni Caira. Duración: 110 minutos.

    «De todas formas, no me fio de la percepción de la felicidad. Estoy seguro de que me daré cuenta de que fui feliz cuando esté haciendo las mismas cosas que hacía, pero en una cama vacía».
    Facendera, de Óscar García Sierra.


    Julia corre por las escaleras. Cuerpo nervioso, delgado, ágil: una rabia que se precipita por los peldaños. «Otro drama social europeo en el que un montaje frenético intenta hablar del tiempo de la juventud». Mi primer prejuicio. El cuerpo tiembla de dudas cuando ve a los piratas del asfalto surcando gasolina en caballitos. Quiere imitarlos y, sobre todo, anhela proyectarse en el presente: la juventud nunca echa de menos, siempre echa de más, le sobra todo lo que no sea el momento. Las emociones son temblequeos de adrenalina y muchas, muchas dudas que alimentan el motor de mentes que bailan en todos esos gestos que a los adultos nos parecen exógenos.

    La mirada de Julia es espídica. El origen antillano encrespa su pelo y todos le llaman loca. Esto no es un coming of age o una película teen. Tampoco es un drama familiar ni un thriller de atracos. Rodeo ocupa una periferia moral y estética, el tipo de periferia que un queer como Néstor Perlongher amaría porque en ella la utopía juvenil es un espasmo de imaginación: los cuerpos se aceleran heridos y las dudas desaceleran asustadas a medida que la directora Lola Quivoron muestra en los ritos tecno-urbanos de los moteros una periferia que se siente centro. «A ver cuánto tarda Quivoron en asomar paternalismo condescendiente mediante la ignominiosa estilización de los cuerpos como si fuera Larraín». Mi segundo prejuicio. Julia madura a dentelladas: se pelea y se odia, pero se reafirma cuando arranca la ropa normativa y comienza a dirigir los atracos de la banda de moteros bajo la supervisión de Domino. No hay estilización ni instantes para la sublimación absurda (y fetichista) de la juventud.

    Para Quivoron filmar los cuerpos es un proceso de escucha y reacción puesto que a través de los gestos manan los temas. Esta no es otra ignorante película que representa un tema o enuncia un discurso. Esta es una película que hace su discurso mediante una política estética muy clara: no gentrificar el tiempo de la juventud. «Tarde o temprano, Quivoron va a enamorarse de sus personajes y la película se convertirá en un rebufo expresivo de las filias de estos». Mi tercer prejuicio, el último. Las películas que van a contrapelo y discuten los prejuicios no se deben a nada más que a su entropía creativa. No hay planteamientos a priori, ni intenciones a posteriori. Son caprichosas, glotonas y esquivas. Se embriagan de sí mismas y muchas veces se salen de sí mismas. Abrazan lo imprevisto, se pierden con sus personajes y quieren serlo todo (y la propia juventud es el tiempo para querer ser todo, ya habrá momento de conformarse con nada).

    Es precisamente en estas imperfecciones donde Rodeo se viene arriba puesto que evidencia cuán poco le importa el mundo de los adultos. No hay policías, ni capos criminales y el que aparece está recluido y ordena desde una prisión donde apenas se intuyen sus ojeras. Quivoron quiere juventud vivenciada en bailes, violencia y motos. Rodeo termina creyéndose todas esas mentiras que de jóvenes nos contamos para olvidar la resaca de entre semana: esto durará, nos querremos siempre, moriremos jóvenes, la vida es un asco, pero tenemos amigues. Las secuencias en las que Julia intenta buscar una nueva familia o encajar en el grupo de moteros o simplemente dejar de ser un ansiolítico con corazón llegan agotadas y se ven tan extenuadas como un after un domingo por la mañana.

    Naturalmente, la película de Quivoron descarrilla porque tiene ganas de ser muchas cosas (fantasmagoría en la que un motero muerto guía a Julia, thriller de atracos con muchaches que se inmolan en raves con camisetas de Jordi Alba, drama familiar empeñado en aburrirnos con adultos cuyas vidas poco aportan, etc); sin embargo, qué poco importa cuando una directora tiene por política construir un imaginario periférico (el de la juventud y el de la crisis generacional de las clases urbanas) a través de elementos weird. Este imaginario no quiere pertenecer para nada pertenecer al centro del mundo adulto y su capitalismo de ralentí. Es más, el esoterismo diésel de Quivoron nos hace entrar en trance cuando los samples y loops del (inserto valoración) maravilloso Kelman Durán alternan tecno, ambient y reggaetón en una playlist que hace sentir viejo, y eso siempre se agradece.

    Rodeo es muchas cosas y todas ellas van pasadas de revoluciones. Cualquier adjetivo relacional que queramos añadirle (la odiosa manía crítica de buscar influencias) será gentrificar el imaginario juvenil que, si bien trastabilla, al menos alberga la buena utopía underground: para qué pensar en el mañana cuando hoy todo parece posible.


    Rodeo, Lola Quivoron
    Sección oficial SEFF.

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