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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Todo el mundo odia a Johan

    || Críticas | ★★☆☆☆ |
    Todo el mundo odia a Johan
    Halvar Witzø
    La explosividad conformista


    Pol Romero
    Madrid |

    ficha técnica:
    Noruega, 2022. Título original: «Alle hater Johan». Director: Halvar Witzø. Guion: Erlend Loe. Producción: Sveinung Golimo / Henrik Zein / Aage Aaberge / Elisabeth Kvithyll / Film in Norway / Nordisk Film Production AS. Fotografía: Karl Erik Brøndbo. Montaje: Trude Lirhus. Música: Jørund Fluge Samuelsen. Diseño de producción: Åsa Nilsson. Decorados: Géraldine Dardano y Nancy Vogel. Vestuario: Jenny Hilmo Teig. Reparto: Pål Sverre Hagen, Ingrid Bolsø Berdal, Ine Jansen, Paul-Ottar Haga, John Brungot, Trond-Ove Skrødal, Ingun Beate Øyen, Vee Vimolmal, Hermann Sabado, Raymond Balstad. Duración: 93 minutos.

    La simplicidad con la que Halvar Witzø abraza y reivindica la rareza como una presencia necesaria dentro de la monotonía que domina la sociedad retratada en Todo el mundo odia a Johan, su primer largometraje, genera sensaciones dispares. Existe cierto riesgo en la acidez cómica de numerosos momentos y se aprecia una honestidad afable, especialmente cuando el filme evita regocijarse en el dolor sufrido por varios de sus personajes; no obstante, dichas virtudes quedan relegadas a lo anecdótico debido al asentamiento de Witzø en una docilidad característica en este tipo de comfort movies. La película narra la vida de Johan, un hombre enamorado de los explosivos, motivo por el cual siempre ha sido repudiado por la comunidad de su diminuto pueblo natal, situado en una zona aislada de Noruega. Los padres de Johan, también marginados, lo introducen en el apasionante mundo de las explosiones ya desde bebé, en 1943, cuando combaten contra la ocupación nazi reventando puentes mientras cargan con el pequeño. Años más tarde, los dos mueren a causa de la detonación de una mina alemana y Johan queda al cuidado de sus tíos, con quien vive hasta su edad adulta. Sin nadie con quien compartir su pasión, Johan debe afrontar una vida de soledad e incomprensión, intentando encontrar el amor en un mundo indispuesto a aceptar su estruendosa peculiaridad.

    El primer fragmento de Todo el mundo odia a Johan logra ser no solo entretenido, sino también endemoniadamente seductor gracias a algunas de sus decisiones formales. En este sentido, es destacable la comicidad que Witzø extrae del plano general, construyendo gags mediante la distancia tomada respecto a los elementos que componen su puesta en escena. Esto le permite jugar con apariciones repentinas de personajes que estaban escondidos dentro del plano o, simplemente, contemplar la enormidad de Johan y la tosquedad de sus movimientos. Así es cómo, sin incidir en el artificio, más bien con una naturalidad extrañamente sutil, consigue crear situaciones inesperadas. El ejemplo más evidente: la muerte de los padres de Johan, de importante carga dramática, pero, al mismo tiempo, convertida en un desconcertante y atrevido episodio humorístico.

    La idiosincrasia imperante en el pueblo, así como las frías dinámicas de socialización contra las cuales deberá hacer frente el protagonista, se construyen a partir de una mirada irónica, constituyendo una sensación de extrañamiento que, aunque pueda ser recibida con rechazo o indiferencia, también logra transmitir cierta simpatía. La secuencia en la que Johan, ya de adulto (interpretado por un solvente Pål Sverre Hagen), intenta encontrar novia a través de un absurdo sistema de emparejamiento utilizado en el pueblo, donde los hombres esperan turno para entrar en una especie de cabinas diminutas en las que una mujer aleatoria les recibe sentada, contiene la idea a la que apuntamos. La ridiculización de las tradiciones locales y la torpeza de Johan para mantener relaciones sociales son enfocadas desde un punto de vista burlón, pero no deja de señalarse la degradación constante a la que Johan se ve sometido, intentando integrar erradamente un dramatismo demasiado enfatizado. De esta manera, la arriesgada mezcla de tonos de Todo el mundo odia Johan, desplegada en su inicio a través de sus propios valores formales, pasada la media hora termina disolviéndose en un drama desalmado de carácter feel good.

    Resulta gracioso pensar cómo el tratamiento espacial aplicado al principio de Todo el mundo odia a Johan y las características —tanto físicas como emocionales— que definen a su protagonista podrían dar juego para identificar la influencia de Jacques Tati en el filme de Witzø. Cabría la posibilidad de hallar similitudes en el modo de explorar el conflicto entre sociedad e individuo o también de interpretar al personaje de Sverre Hagen como una revisión nórdica, gigantesca y demoledora de Monsieur Hulot. Por supuesto, la maestría del genio francés es incomparable a la propuesta del noruego. Witzø no explota las posibilidades gestuales de su protagonista y lleva a su película por una vía mucho más cómoda, obvia e ingenua, atributos representados en la permanente luminosidad que presenta la fotografía de Karl Erik Brøndbo. Incluso en los parajes más grises de Todo el mundo odia a Johan una luz resplandeciente inunda el encuadre, probablemente para no alterar en exceso su tonalidad cándida. Esto supone sucumbir a una planitud visual aburrida, empalagosa y bastante decepcionante, sobre todo teniendo en cuenta algunas de las ideas escénicas iniciales.

    En cualquier caso, todo ello responde a unas intenciones muy concretas y, debe reconocerse, nada engañosas: ofrecer algo de luz a un mundo que le deniega el amor a la rareza. La honestidad de Witzø, así pues, también debe valorarse, en especial cuando aflora en forma de imágenes que, excepcionalmente, son evocadoras. En el único momento de la cinta en el que el amor de juventud de Johan, Solvor (Ingrid Bolsø Berdal), quien padece una deformación facial provocada por haber estado jugando con explosivos junto a él, se quita la prótesis que disimula su deformación, Witzø encuadra la acción cubriendo la mitad del rostro herido de Solvor con la cabeza de Johan. Un detalle que otorga una dulce intimidad a Solvor, resuelve el conflicto entre ella y Johan y articula un discurso simple, pero sincero, sobre el poso de nuestra mirada hacia lo extraño. Sin embargo, en Todo el mundo odia a Johan esta imagen tan solo se trata de un destello inusual. Una idea visual anómala, socavada, junto a otras indicadas anteriormente, bajo una sensiblería y simpleza terminales. Al fin y al cabo, la ternura que pueda despertar la sinceridad de Halvar Witzø es insuficiente porque sus imágenes se limitan a retener la explosividad de Johan como otro elemento cotidiano en vez de, justamente, detonar esa cotidianidad a través de una forma fílmica más versátil, desacomplejada y, cómo no, explosiva. ⁜


    Alle hater Johan, Halvar Witzø
    Una comedia de bajo perfil.

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