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    Crítica | Jurassic World: Dominio

    || Críticas | ★★★☆☆
    Jurassic World: Dominio
    Colin Trevorrow
    Lo mismo una y otra vez


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2022. Título original: Jurassic World: Dominion. Director: Colin Trevorrow. Guion: Emily Carmichael y Colin Trevorrow. Productores: Winston Azzopardi, Patrick Crowley, Alexandra Derbyshire, Charlie Endean, Annys Hamilton, Frank Marshall, Steven Spielberg, Colin Trevorrow y Tim Wellspring. Productoras: Amblin Entertainment, Latina Pictures, Perfect World Pictures y Universal Pictures. Fotografía: John Schwartzman. Música: Michael Giacchino. Montaje: Eddie Hamilton. Reparto: Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, Laura Dern, Sam Neill, Jeff Goldblum, DeWanda Wise, Isabella Sermon, Campbell Scott, Mamoudou Athie, BD Wong, Omar Sy, Daniella Pineda. Duración: 146 minutos.

    Dominio se estrena un año antes del treinta aniversario de Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993, Steven Spielberg). Un acierto desde el punto de vista del marketing para evitar las comparaciones en caliente ante la más que previsible reposición en salas de la película de Spielberg. Pero también un retraso de lo inevitable, esto es, la constatación de que esta nueva trilogía no ha sabido encontrar un imaginario propio y al mismo tiempo complementario al de la película seminal; por si no se hubiera dicho lo suficiente, una obra maestra que estableció las directrices del blockbuster americano en la década de los años noventa. De la misma manera que las últimas entregas de Star Wars con respecto a los filmes originales, estas Jurassic World orbitan una y otra vez alrededor de la gramática spielbergiana en busca de luz, pero lo que encuentran no es sino la iteración constante de sus motivos. Entienden mal la paradoja de Bach: cuando uno tiene entre manos una forma perfecta solo caben las variaciones. Y es así, quizá, porque en Hollywood llevan años haciendo pasar por variaciones (extensiones de un universo de ficción) lo que son meros homenajes (copias del mismo con la etiqueta de la nostalgia).

    Cabría reflexionar acerca de la responsabilidad de Spielberg, productor ejecutivo de la saga, en este resultado, porque no es precisamente de la clase de cineastas que miran de reojo sus inversiones. Sin embargo, y por encima de cualquier otra consideración, cabría recordar también que Bach entendió su paradoja como un reto, no como un obstáculo; un bonito desafío que, entre otras obras, le permitió componer las Variaciones Goldberg. Variaciones, no homenajes. Ni Colin Trevorrow en dos ocasiones –Jurassic World (2015) y Dominio– ni J.A. Bayona en una –El reino caído (Jurassic World: Fallen Kingdom, 2018)– han podido llevarse completamente los dinosaurios a su terreno. Las suyas son películas lastradas, fundamentalmente por conservadurismo, hasta el punto de hacer buena o al menos reivindicable la apuesta de Joe Johnston en Parque Jurásico III (Jurassic Park III, 2001) al recuperar una de las mejores subtramas de la primera novela de Michael Crichton. Esto es evidente hasta para el espectador casual de la saga, y esta es justamente la sensación que planea sobre el último capítulo de esta segunda trilogía.

    No se puede decir que Dominio sea mucho peor que sus antecesoras. Sí que las costuras se ven más porque sus personajes están agotados, y porque los cambios de ritmo y tono en sus imágenes denotan una descompensación entre la personalidad de Trevorrow y la de Michael Bendner, el primer director asistente de la segunda unidad y cuyos créditos incluyen Godzilla (Gareth Edwards, 2014), El rascacielos (Skyscraper, Rawson Marshall Thurber, 2018) y Warcraft: El origen (Warcraft, Duncan Jones, 2016), tres títulos que comparten la conceptualización y el rodaje de grandes escenas de incendios por la noche. El clímax de Dominio se desarrolla precisamente de noche, en medio de un incendio que asola las instalaciones de Biosyn, la enésima versión de la InGen original. El estilo visual y la planificación de esta parte de la película contrastan de manera notable con las rodadas en la Columbia Británica (Canadá), el mejor tramo de la película, y Malta, el peor por innecesario. Aquí Dominio se convierte en una mezcla inverosímil entre Bond, Bourne y los juegos de Uncharted. Poco o nada funciona en ella, salvo el montaje de la acción cuando Grady (Chris Pratt) inicia su huida en moto y la presentación de Kayla (DeWanda Wise), aunque ésta por desgracia termina convertida en un peón de cuotas varias.

    Jurassic World: Dominio, Colin Trevorrow
    Vuelven los clásicos.


    «No se puede decir que Dominio sea mucho peor que sus antecesoras. Sí que las costuras se ven más porque sus personajes están agotados, y porque los cambios de ritmo y tono en sus imágenes denotan una descompensación entre la personalidad de Trevorrow y la de Michael Bendner, el primer director asistente de la segunda unidad».


    El camino, la variación, estaba acaso en lo que se propone en Canadá. En esos instantes la película tantea con acierto las convenciones del western para ofrecer las escenas más redondas no solo de Dominio sino también de esta trilogía. Entre bosques y praderas nevadas, Trevorrow hace lo que mejor sabe: componer un drama familiar de ausencias y crisis de identidad adolescente en un marco de naturaleza imponente, símbolo de las dudas y la fragilidad interna de los personajes. La escena del aserradero y la de Grady a caballo domesticando una manada de dinosaurios logran lo que hasta ahora se le resistía a Jurassic World, la creación de imágenes con identidad propia. No basta con cambiar de «planeta», al estilo, de nuevo, de Star Wars, para que cada filme de dinosaurios parezca distinto al anterior. Si ese cambio de escenario, y en Dominio es un acierto al menos en dos terceras partes, no se acompaña de nuevos códigos genéricos, el efecto es exactamente el mismo. Por eso el citado clímax resulta tan frustrante. Cada situación que se plantea es un calco de otras ya vistas en películas previas. Otra vez se trata de reiniciar un sistema de energía; otra vez hay un villano obsesionado con la genética; otra vez hay tres subtramas que confluyen en una catarsis de los dramas particulares de cada personaje; otra vez hay un T-Rex reclamando su corona de rey de los dinosaurios; otra vez hay un helicóptero al rescate; otra vez hay un vehículo al borde de un desnivel; otra vez la vida se abre camino… Otra vez.

    La ironía de este juego consiste en que se boicotea a sí mismo desde el feliz cinismo de Ian Malcolm (Jeff Goldblum), cuyos diálogos, entre el meme y el troleo, deslizan la auténtica opinión que se tiene de esta saga a treinta años de su estreno, del público a sus responsables creativos. «Mirad cómo estáis vosotros y cómo estoy yo», les suelta a la cara Ian a Alan (Sam Neill) y Ellie (Laura Dern) en su primer encuentro. La esperada reunión del casting original –bastante desperdiciado en el tramo medio de la película por problemas de producción durante la pandemia– se solventa con una gracieta que bien podría resumir el desencanto que ha dejado esta trilogía. Algo así como: vamos a hacer lo mismo tratando de que no se note demasiado porque, al fin y al cabo, su público natural son los niños. Pues se nota. Hay sin embargo dos motivos para la esperanza, porque Parque Jurásico no se acabará aquí salvo desastre comercial. Lo ensayado en Canadá, desde luego, y las imágenes finales, que recrean bellamente la idea de coexistencia entre especies que, a priori, debía guiar esta segunda trilogía. Es la tragedia del blockbuster actual: el abismo entre las ideas y su representación. ⁜


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