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    Crítica | Una bonita mañana

    || Críticas | Cannes 2022 | ★★★★☆
    Una bonita mañana
    Mia Hansen-Løve
    Volver a empezar, volver a terminar


    Víctor Esquirol Molinas
    75ª Festival de Cannes |

    ficha técnica:
    Francia, 2022. Título original: «Un Beau Matin». Dirección: Mia Hansen-Løve. Guion: Mia Hansen-Løve. Compañías: arte France Cinéma, Mubi, Razor Film. Música: Mandine Knoepfel. Fotografía: Denis Lenoir. Montaje: Marion Monnier. Reparto: Léa Seydoux, Melvil Poupaud, Nicole García, Pascal Greggory, Kester Lovelace, Ema Zampa. Presentación oficial: Quincena de Realizadores de Cannes. Duración: 112 minutos.


    anexo| Cobertura del Festival de Cannes

    Una mañana cualquiera, Sandra (Léa Seydoux) camina por la calle, una vía parisina generosamente bañada con luz primaveral; un rincón urbano que parece estar situado en un agradable rincón, apartado del bullicio de la capital francesa. Un plano general sigue desde una distancia prudencial (o más bien respetuosa) los despreocupados andares de una mujer que… esto sí, lleva consigo preocupaciones tan graves como para ensombrecer no este, sino cualquier otro día. Pero el sol sigue brillando, y las imágenes granuladas marca de la casa, embelesan unos escenarios que se resisten a caer presos de la tempestad que se cierne sobre ellos; que brillan para recordarnos que nada es definitivo… incluso en el trágico contexto de una vida que podría estar llegando a su fin.

    Sandra entra en un portal, y sube unas escaleras, y se planta delante de una puerta que ha abierto antes, en incontables ocasiones, pero que ahora se le resiste. Al otro lado de esta se encuentra su padre, un manojo de nervios que no es capaz de encontrar la llave… y que, de hecho, también parece tener problemas incluso a la hora de reconocer la voz que le habla desde el otro lado. Ojos que no ven, corazón que sufre sobremanera. La secuencia, filmada siempre desde el punto de vista de la hija, es de una angustia insoportable; no obstante, es gestionada con la calma amorosa de quien, para bien o para mal, ha aprendido a cuidar de los demás. Incapaces de ver lo que sucede en el interior del apartamento, nuestra imaginación podría instalarse con demasiada facilidad en los peores escenarios… si no fuera porque, como se ha dicho, la cariñosa voz de Sandra nos ancla a una realidad que, por suerte, no es tan dramática como en un principio pudiera parecer. Y, en efecto, con un par de instrucciones bien dadas, la maldita puerta acaba abriéndose.

    La narración del nuevo trabajo de Mia Hansen-Løve se comporta así durante sus casi dos horas de metraje: como un delicado y muy bien calculado sistema de contrapesos. Como un mezclador incansable de elementos que se contradicen los unos a los otros (en la ejecución de prácticamente cada escena, pero también en el montaje que las ordena), y que al final, casi de forma mágica, producen el maridaje perfecto: un regusto que pervive en la boca, y en el que se aprecian tonalidades amargas y dulces… sin que ningún sabor se imponga sobre el otro. Después de las dos últimas «películas-escapada» en su hoja de servicios (Maya y La isla de Bergman), la cineasta francesa retoma la senda en la que su filmografía no tardaría en reivindicarse como uno de los refugios autorales más celebrados de principios del siglo XXI.

    Un beau matin renuncia a las fugas (geográficas y metafílmicas) para concentrar la acción en el París natal de Hansen-Løve; para asentarse allí donde dicha autora está asentada, vaya. Una burbuja tan civilizada, tan cultivada, tan privilegiada, que prácticamente en todo momento se podría antojar como la comidilla de nuestras fantasías aspiracionales… si no fuera porque los frentes que van abriendo sus historias, son una conexión directa con alivios y preocupaciones universales. Aplicado al caso que ahora nos ocupa: Sandra es una intérprete y traductora que trabaja con los textos de algunos de los autores más ilustres de las letras germánicas; una mujer que está dispuesta a conceder una segunda oportunidad al amor tras cruzarse accidentalmente con una vieja amistad, encarnada en la cara y el cuerpo irresistibles de Melvil Poupaud, un apuesto «cosmo-químico» que recorre el planeta en busca de rastros extraterrestres. Está esto, y también las intervenciones de Nicole Garcia en el papel de madre (de la madre), aristocrática figura que entiende el activismo ecologista como un frívolo pasatiempos, y que recientemente se ha visto en la desagradable posición de tener que votar a Emmanuel Macron, a pesar del rechazo que dicho hombre provoca en su —acomodada— conciencia política. Pero sobre todo está la amargura de ver cómo aquel otro ser querido se va apagando, irremediablemente, y cómo las aventuras románticas pueden dar sentido a nuestra vida (mientras la atan, de manera asfixiante, a la de otra persona). Y ya a escala —mucho— más reducida, está la falsa cojera con la que una cría intenta llamar la atención del personal (y de paso, saltarse algunos días de cole), y por supuesto, está la formidable performance con la que unos padres alimentan el cándido espíritu navideño de sus retoños.

    Lo pequeño y lo grande, las sonrisas y las lágrimas, coexisten en armoniosa naturalidad, y se pasan el relevo como el verano va cediendo, poco a poco, frente a un nuevo invierno. Esta historia, por cierto, arranca bajo el cobijo del calor estival, y termina en el frío invernal, pero podría haber empezado mucho antes… y difícilmente se puede marcar un momento ideal para ponerle conclusión. La situación familiar en la que se encuentra Sandra (resaltada por la sinceridad de las ojeras de Léa Seydoux) nos habla de alguien que sabe que está en el ecuador de su recorrido vital, porque cuida tanto de sus vástagos como de sus progenitores. Ahora mismo nos lo está recordando Alauda Ruiz de Azúa con su ópera prima: naces, te cuidan, creces y cuidas. Es un círculo que se va trazando una y otra vez. Ad eternum. Igualmente, la narración de Un beau matin va dando vueltas sobre las idas y venidas que marcan los avances y retrocesos, las subidas y bajadas por las que fluye nuestra vida. Ese amante que aparece y llena la agenda social, y que luego se va, dejándonos con un vacío insoportable… y que más tarde regresa para hacerse perdonar. Esos diálogos imposibles (y que siempre, siempre parten el corazón) con la mente agonizante de alguien cuya esencia a lo mejor ya solo sobreviva en los libros que fue leyendo y acumulando durante décadas. En esto y en los recuerdos. ¿Te acuerdas de cuando el abuelo aún conservaba la lucidez? En esta función, la hija y la nieta alcanzan sus respectivos picos de belleza cuando la cámara las capta escuchando, absortas ante una de sus batallitas.

    La emoción, como en los mejores trabajos de Mia Hansen-Løve, no necesita ser puntuada con la música (si acaso, la partitura solo sirve para sobrellevar momentos de transición), sino que se trabaja a través de la complicidad con el elenco, y se remata no con audacia, sino más bien con finura cinematográfica. La misma que permite dibujar el rostro de los amantes (primero el de ella, después el de él) con el haz de luz que traza una puerta que se abre momentáneamente; la misma que permite cazar furtivamente a quien solo osa cruzar miradas (en este caso, con el espectador) a través del reflejo de un cristal. «Je vais aller… ça va aller?» Me voy a ir… ¿vas a estar bien? Lo declara y lo pregunta la hija, pero también podría salir de la boca del padre. Y esto podría ser la primera escena de la película, o la última. Entonces, ¿cuándo empieza y cuándo termina? Nunca, siempre. ¿Y cómo acaba? Satisfaciendo la lógica de la slice of life más luminosa, la que está gestionada por quien siente que tiene que cuidar de todas sus criaturas. Ahora sí: termina la función; sigue la vida. ⁜


    Un Beau Matin, Mia Hansen-Løve
    Quincena de Realizadores del Festival de Cannes.

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