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    Crítica | Judas y el mesías negro / Movistar+

    Judas, Jesús y revolución

    Crítica ★★★★☆ de «Judas y el mesías negro», dirigida por Shaka King.

    Estados Unidos, 2021. Judas and the Black Messiah. Director: Shaka King. Guión: Will Berson y Shaka King. Productores: Ryan Coogler, Charles D. King, Shaka King. Compañía productora: Bron Creative, MACRO, Participant Media. Fotografía: Sean Bobbitt. Música: Craig Harris y Mark Isham. Montaje: Kristan Sprague. Vestuario: Charlese Antoinette Jones. Diseño de producción: Sam Lisenco. Dirección artística: Jeremy Woolsey. Reparto: Daniel Kaluuya, Lakeith Stanfield, Jesse Plemons, Dominique Fishback, Ashton Sanders, Algee Smith, Darrell Britt-Gibson, Lil Rel Howery, Dominique Thorne y Martin Sheen.

    Volver a los acontecimientos que tuvieron lugar en Estados Unidos en los años sesenta y ochenta parece un tema recurrente entre los cineastas afrodescendientes del país, quizá buscando entender la opresión que su generación anterior sufrió. En Judas and the Black Messiah, Shaka King se adentra en la historia de William “Bill” O'Neal (Lakeith Stanfield), un hombre que, bajo las órdenes del FBI, se infiltró en los Panteras Negras de Illinois. Fue él quien, según la película y varios rumores no confirmados sobre los hechos, el 4 de diciembre de 1969 drogó a Fred Hampton (Daniel Kaluuya), el líder del Partido de la división de Ilinois, y proporcionó a la Policía de Chicago toda la información necesaria para que pudieran entrar en la casa y asesinarle mientras dormía.

    De esta forma, haciendo una analogía entre Judas y un Mesías negro, King crea un espacio en el que Fred es visto como un verdadero líder proveedor e infalible al que todo el mundo admira, mientras que Bill es un Judas «obligado». Es decir, si bien al inicio de la película se presta a ser confidente del FBI para evitar la pena de cárcel, conforme se va adentrando más en los Panteras, el mensaje del Partido va calando en él hasta que, llegado el momento de consumar la traición y drogar a Fred (cosa que el verdadero Bill negaría haber hecho), él busque evitarla a toda costa. Bill, al contrario que el Judas que traicionó a Jesús de manera voluntaria por treinta monedas de plata, se nos presenta como alguien coaccionado para realizar dicha traición. Esto hace que, en ese mismo espacio en el que Fred es infalible, sea también en el que el protagonista deviene víctima y verdugo al mismo tiempo. Pero si materializamos ese espacio psíquico para fijarnos en el físico, resulta cuanto menos curioso que ambos personajes nunca lleguen a estar a solas en ningún escenario, o que ni si quiera tengan una conversación cara a cara. Esto resulta un gran acierto por parte de King: el sentimiento de traición que transmite resulta más trascedente cuando el líder es a la vez cercano e inalcanzable. A la par de su traición, dado que existe en Bill la dualidad de víctima y verdugo, el director crea otro espacio para que su protagonista pueda tener una suerte de voluntad de redención.

    Judas and the Black Messiah, Shaka King.
    Disponible en el catálogo de Movistar+.

    «Shaka King, que contó con la mujer de del protagonista y con su hijo como asesores en la película, desafía la versión oficial de los hechos y ofrece la de aquellos que los vivieron».


    Esto cobra una importancia especial si se tiene en cuenta el momento en el que esta película ha sido estrenada: en pleno apogeo del Black Lives Matter y las críticas a las acciones policiales contra la comunidad negra, los movimientos sociales de aquellas décadas están siendo muy reivindicados; y en este aspecto, la película toma, sin duda, una posición clara. Situando a los dos personajes principales como víctimas, los convierte casi en mártires de un sistema que les oprime. Se busca una analogía con la época actual y que su espectador, como el filme, tome partido. Ninguno de los dos tenía escapatoria, nos desliza King. El cineasta busca resignificar lo que fue no solo la vida de estas dos personas, sino los Panteras Negras como institución y lo que supusieron socialmente para la comunidad negra de la época, trayendo a colación su labor social y conciencia revolucionaria. Para enfatizar este aspecto, King abre y cierra la película con materiales de los protagonistas reales, no solo de Fred y Will sino tanto de personalidades del movimiento como Angela Davis o Huey P. Newton, como de material grabado por los propios Panteras en sus entrenamientos y actos institucionales.

    Además, en esta bisagra hay un pequeño detalle que casi pasa desapercibido pero que apoya esta idea de resignificación: abre con un plano de Lakeith Stanfield en el papel de Will, escenificando la única entrevista que este concedió en 1989 una vez los hechos habían sido descubiertos. En la escena el entrevistador le hace una pregunta: «¿Qué le dirás a tu hijo sobre lo que hiciste en aquella época?». Pero no llegamos a escuchar la respuesta. No será hasta el final, con la película finalizada, cuando veamos al verdadero Will contestarla: «Le enseñaré este documental que estáis haciendo». Y añade más tarde: «Dejaré que la historia hable por sí misma». De esta manera y con esta nueva historia, King, que contó con la mujer de Fred y con su hijo como asesores en la película, desafía la versión oficial de los hechos y ofrece la de aquellos que los vivieron.

    En definitiva, Judas and the Black Messiah es una película claramente activista que toma partido e insta, sin duda, a hacerlo. Para ello, que se vale del juego entre espacios, tanto físicos como psíquicos, que crean entornos en los que el propio sistema ineludible es quien polariza y oprime. Pero también desde ahí, King consigue reivindicar estas figuras revolucionarias. Como dijo el propio Fred, «puedes matar al revolucionario, pero no puedes matar a la revolución».


    Edurne Larumbe Villarreal
    © Revista EAM / Barcelona


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