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    Crítica | En un barrio de Nueva York

    Paciencia y fe en Washington Heights

    Crítica ★★★★☆ de «En un barrio de Nueva York», de Jon M. Chu.

    Estados Unidos, 2021. Título original: In the Heights. Director: Jon M. Chu. Guion: Quiara Alegría Hudes (Musical: Lin-Manuel Miranda, Quiara Alegría Hudes). Productores: Anthony Bregman, Quiara Alegría Hudes, Mara Jacobs, Lin-Manuel Miranda, Scott Sanders. Productoras: Warner Bros., Scott Sanders Productions, Likely Story. Distribuidora: Warner Bros. Fotografía: Alice Brooks. Música: Lin-Manuel Miranda. Montaje: Myron Kerstein. Reparto: Anthony Ramos, Melissa Barrera, Leslie Grace, Corey Hawkins, Olga Merediz, Jimmy Smits, Gregory Diaz IV, Daphne Rubin-Vega, Stephanie Beatriz, Dascha Polanco, Noah Catala, Marc Anthony, Lin-Manuel Miranda, James Leyva.

    Esta es la historia de un barrio que iba a desaparecer, en una tierra lejana llamada Nueva York. Un barrio llamado Washington Heights, cuyas calles estaban hechas de música... Con estas palabras que el protagonista, el dominicano Usnavi, narra a unos atentos niños como si se tratase de un cuento, a orillas de una luminosa playa caribeña, se abre En un barrio de Nueva York, la adaptación cinematográfica de In the Heights, el primer gran éxito musical en Broadway de Lin-Manuel Miranda, con libreto de Quiara Alegría Hudes, estrenado en 2008. Este proyecto había sido largamente acariciado por sus creadores para ser llevado a la gran pantalla, pero, por distintas circunstancias, nunca llegaba a materializarse. Pese a que la tardía secuela El regreso de Mary Poppins (Rob Marshall, 2018) no había conseguido cubrir las expectativas taquilleras de Disney y tampoco supo captar en todo su esplendor la magia de uno de los clásicos más idolatrados de su catálogo, hubo algo que sí consiguió destacar de manera brillante: la genial contribución de Miranda tomando el testigo del mítico Dick Van Dyke como compañero de aventuras de la niñera mágica. Su trabajo se vio recompensado con una nominación al Globo de Oro como mejor actor de comedia o musical, un premio más que sumar a una amplia colección ganada como compositor, letrista y actor que incluye tres Tony, tres Grammy, un Emmy o un Pulitzer. Esto, unido a la excelente recepción de la posterior Hamilton (Thomas Kail, 2020) –la versión filmada de su hiperpremiado musical homónimo, a ritmo de rap o hip hop, sobre la biografía de Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de Estados Unidos–, contribuiría, sin duda, a que Warner Bros. diera luz verde a una traslación al celuloide de In the Heights que llega en el mejor momento posible. Ahora que, poco a poco, las salas de cine comienzan a recobrar la ansiada normalidad, no hay opción mejor para disfrutar en el patio de butacas que un musical alegre y festivo que hable de la importancia de perseguir los sueños (o sueñitos, como aquí les llaman) y de una esperanza por un futuro mejor, y lo haga con toda la energía, vitalidad y poderío visual de los grandes clásicos del género. Así lo demuestran las primeras imágenes de En un barrio de Nueva York, que zambullen de lleno al espectador en una mañana cualquiera en Washinghton Heights, un barrio que cobra vida con los primeros rayos de sol, los despertadores que suenan en todos los hogares y la voz de un locutor que radio animando a sus ciudadanos a levantarse de sus camas para emprender una nueva jornada de trabajo.

    Cada sonido de sus calles, repletas de niños que juegan junto a aspersores hidráulicos o señoras que miran al exterior desde sus ventanas, utilizando abanicos para sofocar el calor, parece invitar a la música, desde el producido por las mangueras de los vecinos que riegan las aceras al de una pisada fortuita sobre una tapa de alcantarillado. La cámara sigue a Usnavi (fantástico Anthony Ramos) desde que se levanta hasta que llega a esa tienda de alimentación que regenta mientras anhela volver a la República Dominicana para abrir un chiringuito en la playa, tal y como hizo su difunto padre años atrás. Él es, tal vez, la cabeza más visible (su papel de narrador ayuda a ello) de una nutrida comunidad de personajes que conforman un amplio caleidoscopio de la cultura latina –portorriqueños, dominicanos, mexicanos o cubanos, entre otros– que también persiguen su “sueñito” y que la película no tarda en presentar. Vanessa (Melissa Barrera), la joven mexicana que esquiva cualquier proposición sentimental de todo chico que se le acerca, ya que lo que en realidad desea es escapar del barrio para vivir en un apartamento del centro de Nueva York y ser una exitosa diseñadora de moda; Nina Rosario (Leslie Grace), la humilde dominicana, buena hija y estudiosa, a la que sus padres, con mucho sacrificio, consiguieron pagar una carrera en la universidad y que vuelve a Washington Heights arrastrando el fracaso de no haber podido acabar sus estudios; Benny (Corey Hawkins), enamorado de Nina y empleado en el despacho del padre de esta, que aspira a montar su propio negocio; o la entrañable abuela Claudia (maravillosa Olga Merediz, el alma de la película), una mujer que trabajó toda su vida como sirvienta para poder ahorrar el dinero suficiente para volver a Cuba, algo que tampoco logró –pese a que también depositaba su Paciencia y fe (espléndido número musical) en los boletos de lotería que compraba cada día–, pero que se ha ganado el cariño y el respeto de todo el barrio, ejerciendo de abuela de cualquier muchacho necesitado de cariño o un plato de comida en la mesa, son algunos de estos personajes con los que cualquiera podrá identificarse. El director encargado de llevar las riendas del proyecto es John M. Chu, curtido en el género a través de dos secuelas de Step Up (Anne Fletcher, 2006) y algunos trabajos, documentales y videoclips, alrededor de la figura de Justin Bieber, pero cuyos mejores reclamos son la frescura y el exotismo de los que supo dotar a su taquillera comedia romántica Crazy Rich Asians (2018). La exuberancia visual (mayor de la acostumbrada en ese tipo de propuestas) y su perfecto equilibrio entre humor y romance, sin sobrepasar nunca los límites de la ñoñería, casan a la perfección con las necesidades del libreto de Hudes.

    In the Heights, Jon M. Chu.
    Positivismo fílmico.

    «En un barrio de Nueva York es, como lo pudo ser La La Land (Damien Chazelle, 2016) en su día, ese musical perfecto en sus formas para revitalizar el género, aunque, a diferencia de aquel, bañado de una melancolía densa por momentos que le impedía adjudicar un final feliz a sus amantes, este ofrece una inyección de positividad y buenas energías que se contagian al público para terminar convenciéndole de que los sueños, con tenacidad y esfuerzo, se pueden alcanzar. Solo hay que ver que Miranda consiguió el suyo llevando In the Heights a la gran pantalla».


    En un barrio de Nueva York muestra con gran acierto (y alejándose de topicazos como la delincuencia y los conflictos pandilleros) la realidad de un grupo de jóvenes latinoamericanos, trabajadores y honrados, que tratan de abrirse camino en un país no siempre acogedor con sus inmigrantes. Unos tratan de integrarse en esta tierra de las oportunidades, buscando triunfar en aquello que les gusta (el conocido como “sueño americano”), mientras que otros, víctimas de la nostalgia, suspiran por regresar a los países de sus ancestros, pero, mientras eso ocurre, establecen unos lazos de amor, amistad, solidaridad y orgullo latino que impiden que su barrio, caracterizado por su fusión de culturas y tradiciones, se vea abocado a la desaparición. La cinta de Chu (aunque sea más de Miranda) esconde no pocas reflexiones sobre la lucha interna de estos jóvenes que han crecido en Estados Unidos por no perder las raíces que, sus familiares más mayores, tratan de inculcarles, así como una crítica al racismo y las dificultades económicas y laborales que sufren muchos latinos, a veces vistos como ciudadanos de segunda. Uno de sus mayores aciertos reside en lo bien que se ha adaptado un material proveniente de los escenarios de Broadway para que sea una obra genuinamente cinematográfica –algo que la distingue de, por ejemplo, Rent (Chris Columbus, 2005), otro musical urbano, pero mucho más teatral–, con números musicales espectaculares que, mezclando hip hop y variados ritmos latinos, llenan la pantalla de pegadizas canciones y fantásticas coreografías de baile, repletas de dinamismo –el contagioso Carnaval del barrio que, con su tapiz de banderas, improvisa Daniela (una Daphne Rubin-Vega cargada de fuerza), la dueña del salón de belleza; el apoteósico número en la piscina, 96000, tan recuperador de las acrobacias acuáticas de los vehículos de Esther Williams; o el mágico baile a lo largo de las paredes de un edificio de ladrillos, de Leslie Grace y Corey Hawkins, prodigio de efectos especiales y puesta en escena–. En un barrio de Nueva York es, como lo pudo ser La La Land (Damien Chazelle, 2016) en su día, ese musical perfecto en sus formas para revitalizar el género, aunque, a diferencia de aquel, bañado de una melancolía densa por momentos que le impedía adjudicar un final feliz a sus amantes, este ofrece una inyección de positividad y buenas energías que se contagian al público para terminar convenciéndole de que los sueños, con tenacidad y esfuerzo, se pueden alcanzar. Solo hay que ver que Miranda consiguió el suyo llevando In the Heights a la gran pantalla y que Spielberg ha hecho lo propio actualizando la mítica West Side Story (Robert Wise, Jerome Robbins, 1961), que llegará próximamente a los cines para confirmar que el gran musical ha vuelto para quedarse.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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