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    Crítica | The mauritanian

    Un relámpago íntimo

    Crítica ★★★☆☆ de «The mauritanian», de Kevin Macdonald.

    Reino Unido, 2021. Título original: «The Mauritanian». Director: Kevin Macdonald. Guion: Rory Haines, Sohrab Noshirvani, M.B. Traven (Libro: Mohamedou Ould Slahi). Productora: Wonder Street, 30WEST, BBC Films, Convergent Media, Great Point Media, Shadowplay Features, Sunny March, Topic Studios. Fotografía: Alwin H. Kuchler. Música: Tom Hodge. Montaje: Justine Wright. Reparto: Tahar Rahim, Jodie Foster, Shailene Woodley, Benedict Cumberbatch, Zachary Levi, Corey Johnson, Langley Kirkwood, David Fynn, Darron Meyer, Arthur Falko, Stevel Marc, Walter van Dyk, Daniel Kühne.

    Porque la mañana está con los ojos cerrados, Mohamedou Ould Slahi languidece en todas las mañanas del mundo. Porque Mohamedou ha visto en muchas mañanas a su madre, pero no. Porque Mohamedou ha buscado su dignidad en la noche que está con los ojos abiertos, pero no. Todas las mañanas del mundo son para Mohamedou una pregunta sin respuesta, una plegaria que no se dice, pero grita. Hay una secuencia fundamental en The mauritanian (2021) para desencriptar la clave enunciativa expresada por el director Kevin Macdonald. En ella, Mohamedou, torturado y apresado en Guantánamo durante más de diez años, sufre una alucinación en la que se entremezclan imágenes de sus captores con fragmentos de su vida pasada y retazos de experiencias que no vivió —su supuesto reclutamiento de los miembros de la célula responsable de los atentados del 11S—, pero que le obligan a vivir. Macdonald cambia la relación de aspecto de la imagen a 1.33.1, enclaustrando el rostro del protagonista en un gesto de puesta en escena recurrente. Al mismo tiempo, procede a emular el registro de falso documental en clave de metraje encontrado: planos cortos, primeros planos que asfixian el encuadre y planos detalle que buscan un verismo psicodélico. Esta secuencia condensa el mecanismo enunciativo del cineasta en la medida en la que desplaza el punto de vista del espectador desde el omnisciente al subjetivo. Cargar en el espectador ese punto de vista implica hacerle cómplice de la tortura en un proceso de transporte narrativo muy consciente.

    Es una secuencia a tener en cuenta si se piensa en la relación de filmes surgidos a partir del shock del 11S. Este corpus permitirá establecer un marco de análisis o paradigma audiovisual de todo el cine industrial estadounidense de los últimos veinte años. Arquetipos más o menos estables como el agente de la CIA anonimizado en su condición de homicida burocrático —basta citar El caso Bourne (Doug Liman, 2002), Red de mentiras (Ridley Scott, 2008) o la mefistofélica La sombra del reino (Peter Berg, 2006)—, las deconstrucciones del estadounidense anónimo a partir de la crisis del modelo del gran héroe estadounidense —con Eastwood y El francotirador (2014) o Kathryn Bigelow y En tierra hostil (2008) a la cabeza— o la prolongación del sentido homérico de mitos estadounidenses como el del Álamo en celebraciones vigorizantes del pathos castrense sublimadas por Michael Bay en 13 horas: los soldados de Bengasi (2016). En todas ellas el tema de la otredad de Oriente Medio es abordado a través del sujeto neocolonialista que se enuncia a partir de la autojustificación de sus acciones: el Otro es un país lejano, incomprensible, de imágenes llenas de grano y destellos que esconden sombras. La ambigüedad del nuevo héroe anónimo estadounidense, un burócrata que firma y sella con la pólvora de su 9 mm, se mide en los grados de inclinación de la bandera que embalsama el relato de Estados Unidos como protector del mundo. Esa ambigüedad ha venido a definir la cosmovisión de la política exterior del país norteamericano. Hoy en día, existe una ingente cantidad de tecnología de imágenes que cartografían, asesinan y destruyen al Otro —imágenes satelitales, drones, escáneres térmicos, etc—, y una ausencia de imágenes que miran al Nosotros —al “Us” yankee— hasta el punto de que las torturas de Abu Ghraib y su documentación gráfica —imágenes con poca resolución, vídeos en formatos pobres— parecen un creepypasta sacado de internet para consolar a alguien que piensa en derribar el estado profundo.

    The Mauritanian, Kevin Macdonald.
    Estrena en España Vértigo Films.

    «The mauritanian sigue una senda muy específica marcada por otros títulos como The Report (2019), subsumiendo a sus personajes en los recovecos de instituciones cuyas grietas apenas horadan su plomiza génesis panóptica».


    Debido a esto, la secuencia de pesadilla de The mauritanian cobra especial relevancia. En su gesto enunciador traslada el foco del Otro al Nosotres. No es el único momento en el que Macdonald —todo un asiduo en la apropiación de registros de falso documental y verismo dramático como ya hacía en El último Rey de Escocia (2006)— vertebra su reflexión. Su adaptación del propio libro de Mohamedou Ould Slahi procede a realizar una ingeniería inversa en la que personajes como el de las dos abogadas, Nancy Hollander y Teri Duncan, poco o nada pueden hacer por revertir el caudal de poder de la institución en la que se insertan. Decir eso en un país que fía su capacidad de impedir la tiranía en el individualismo emancipador de Ayn Rand es mucho, pues Macdonald se encarga de que ninguno de sus personajes —incluyendo a Stuart Couch, un militar gris cuya conciencia apenas alcanza para nada— sea capaz de trascender el determinismo marcado por su propio egoísmo racional. De este modo, The mauritanian sigue una senda muy específica marcada por otros títulos como The Report (2019) —aunque con una seguridad en su apuesta discursiva mucho mayor que en la película de Scott Z. Burns— subsumiendo a sus personajes en los recovecos de instituciones cuyas grietas apenas horadan su plomiza génesis panóptica. El cautiverio de Mohamedou entre líneas de composición aberrantes, ejes de miradas cortados por la marabunta de documentos, cajas y losas de informes censurados o el constante uso de la escala en plano para arrojar a los individuos en cubículos angulados en vistas aéreas constatan un interés por envolver el discurso en unos goznes formales que asfixien toda posibilidad emancipadora.

    The Mauritanian, Kevin Macdonald.
    Basada en el best-seller Diario de Guantánamo.

    «Macdonald es plenamente consciente de que su película no es tanto un filme sobre un encarcelado como sobre los carceleros. El relato de Mohamedou busca construir una memoria estética más o menos consensuada sobre la sistematización de los abusos de una nación convertida en juez y verdugo de sus propias causas».


    Sin embargo, pese a que la potencia discursiva y expresiva esté ahí y pese a que los contornos físicos de Mohamedou sean violentados en una amalgama de texturas de celuloide y filtros de imagen, el pesar de The mauritanian reside en sus concesiones dramáticas. Persiste una filia en querer apuntar hacia dónde dirigir la mirada, en lugar de violentarla con imágenes que no deberían estar hechas para ser vistas. Porque todos los días de Mohamedou abren una herida en su dignidad que duele por dos y, al mismo tiempo, la cámara esconde su dramatismo en una falsa sensación de intimidad. Eventualmente, la tortura del espíritu de Mohamedou se siente como la puesta en escena del morbo de asomarse al precipicio y sentir vértigo: una falsa poética del instante. La fortuna radica en la interpretación de Tahar Rahim revalidando su anatomía siempre al borde del quiebro y la cicatriz abierta, como sucedía en Un profeta (2009) —y no quedan ahí las similitudes perseguidas por Macdonald con respecto a un cineasta de la maestría trágica de Jacques Audiard—. Un cuerpo que se pliega, se dobla y rompe, que siempre parece que estaba aquí/pero ya estaba allí/y finalmente siempre estuvo más allá. Anatomía cuyos intersticios de dolor se proyectan para ocultarse.

    Aún con todo, Macdonald es plenamente consciente de que su película no es tanto un filme sobre un encarcelado como sobre los carceleros. El relato de Mohamedou busca construir una memoria estética más o menos consensuada sobre la sistematización de los abusos de una nación convertida en juez y verdugo de sus propias causas. Hasta cierto punto, no debería ser sorprendente la perspectiva; no obstante, termina por serlo debido a su capacidad para alternar el determinismo institucional con la inversión del Otro, erigido aquí en héroe y mártir. Y sí, ciertamente existe el debate representacional de la tortura. Nada nuevo si se siguió la polémica sobre las fotografías de guerra de Damon Winter en Afganistán y su empleo de una app de fotografía digital con filtros llamada Hipstamatic, pero que aquí persiste. Concluir si el dispositivo formal —pensemos en el juego con la relación de aspecto, las angulaciones extremas, las composiciones opacadas por el profílmico en escena— está a la altura de las intenciones expresivas de Macdonald estimula una conversación que, como mínimo, atestigua el interés del filme.

    The Mauritanian, Kevin Macdonald.
    Con un soberbio Tahar Rahim.

    «Sin epopeyas o tragedias, el gran conflicto estadounidense es observar su rostro en todas las mañanas del mundo a las que cerró los ojos. Mohamedou es un hombre de la cabeza al alma, un relámpago íntimo en medio del sol de Guantánamo. El testimonio de Macdonald, por ambicioso, intenta tener un poco de esa persona, pero no, o sí. Una incógnita discursiva que hay que celebrar».


    Mucho más podría extraerse de The mauritanian, película que muestra el monopolio estadounidense en el ejercicio de la unidad de fuerza con la que maniata al mundo. Desvelar los resortes, las cadenas y las muchas caras de los verduges —guiño incluido al continuismo bélico e hipócrita de la administración de Obama y Biden— más allá de la ambigüedad del moderno héroe estadounidense es un mérito. Macdonald es capaz de mostrar la gran tragedia estadounidense del presente, esa que Simone Weil atribuyó al Imperio Romano, pero que bien se puede aplicar a la actual pax americana y que afirma que «los romanos despreciaban a los extranjeros, a los enemigos, a los vencidos, a sus súbditos, a sus esclavos; así no tuvieron ni epopeyas ni tragedias.» Sin epopeyas o tragedias, el gran conflicto estadounidense es observar su rostro en todas las mañanas del mundo a las que cerró los ojos. Mohamedou es un hombre de la cabeza al alma, un relámpago íntimo en medio del sol de Guantánamo. El testimonio de Macdonald, por ambicioso, intenta tener un poco de esa persona, pero no, o sí. Una incógnita discursiva que hay que celebrar.


    Javier Acevedo Nieto |
    © Revista EAM / Salamanca


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