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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica (II) | The Other Side / Mubi


    White Trash

    Crítica ★★★★☆ de «The other side» de Roberto Minervini.

    Italia, 2015. Título original: «The Other Side (Louisiana)». Dirección: Roberto Minervini. Guion: Roberto Minervini, Denise Ping Lee. Producción: Coproducción Italia-Francia; Agat Films, Okta Film, Arte France Cinéma, Rai Cinema, MiBAC, Centre National de la Cinématographie (CNC). Productores: Paolo Benzi, Muriel Meynard, Dario Zonta. Fotografía: Diego Romero. Müsica: Bertrand Defossé. Edición: Marie Helene Dozo. 92 minutos. Estreno en streaming en MUBI.

    En el cine del director italiano residente en Texas Roberto Minervini surgen rápidamente las preguntas: ¿Estamos ante puro documental o ante una ficción teatralizada de la realidad? ¿Hasta qué punto las personas que aparecen en sus filmes actúan desde la espontaneidad ignorando la cámara que llena la pantalla de primeros planos, o asumen la exageración como parte del compromiso de denuncia? En The other side nos adentramos en el difícil equilibrio de representar la miseria y evitar caer en el espectáculo de esa misma miseria como justificación de la película. Y no siempre ese equilibrio se mantiene porque, aquello que Mayolo y Ospina bautizaron como «pornomiseria», se impone en más de una escena. Cuando hay que romper un plano o respetar la intimidad de quien se deja filmar en medio de la ausencia de perspectivas de salir del hoyo tiene mucho de decisión ética. Hasta dónde es necesario llevar la imagen al espectador para que éste conozca la realidad de vidas muy alejadas de la suya si esto es evidente con el entorno sin caer en el detalle. Dónde la cámara tiene que penetrar hasta en los aspectos más íntimos, y al tiempo, más infrahumanos también de los personajes, o dónde debería pararse. Todas éstas son preguntas que la película ha de plantear y cuya respuesta es muy complicada. Explora Minervini los mismos territorios de la serie True detective y donde la ficción permite ignorar ciertas evidencias, como pasaría con el cine de Larry Clark o Harmony Korine, el documental, aunque sea guionizado, no permite que volvamos la mirada ante la infancia famélica, las insanas condiciones de vida, la drogadicción más autodestructiva. Como si ese clima húmedo y pegajoso hiciera lo mismo con las personas, adherirse a ellas como una capa adhesiva para siempre. Quien nace en el Bayou parece predestinado a una vida miserable, y Minervini no deja que cualquier detalle sórdido nos pase desapercibido.

    La vida de Mark Kelley, sus familiares, su pareja, sus vecinos, aparece ante nosotros como si fuera imposible deslindar el abandono al que se encuentran sometidos con la caída en los aspectos menos edificantes de la especie humana, como si pobreza terminara siendo sinónimo de ruindad, suciedad, drogadicción, violencia. La cámara de Minervini entra en la intimidad de Kelley, y sus allegados se dejan filmar mientras se inyectan, fuman crack, se desnudan, se emborrachan, follan. La espontaneidad y la ausencia de pudor son absolutas, la sombra de la representación planea en todo momento alrededor de las imágenes, pero los escenarios son reales, si hay hiperrealismo en el comportamiento la puesta en escena lo reduce porque permite imaginar unas vidas como las que vemos. Viejas caravanas reconvertidas en viviendas, cabañas de madera incapaces de resistir un huracán, sin infraestructuras, sin suministros. Es la miseria absoluta y el abandono total en la primera potencia económica del planeta, pero el discurso de la mayoría de estas personas, lejos de mostrarse afín a ideas de reparto de la riqueza, de solidaridad, de unión entre minorías, de exigencia de derechos, se acerca de manera peligrosa, resbaladiza y no pocas veces abiertamente hostil, a posiciones supremacistas, de odio racial, de verdadero desprecio criminal hacia el inquilino de la Casa Blanca, que no es otro que Obama en el momento de filmación. Vista ahora la película, el fenómeno Trump se entiende mejor como representante de mucha población frustrada por su marginalidad y que espera la llegada de cualquier apóstol de la redención que canalice sus odios. La película entra de lleno en el ámbito de las desigualdades, del reparto injusto de la riqueza, de la imposibilidad de la asistencia sanitaria si no la puedes pagar, pero la respuesta que obtiene este espectador es casi siempre la misma, fomentar el odio como base de la reafirmación personal.

    The other side, Roberto Minervini.
    Disponible en streaming en Mubi | 📷 Diego Romero, DOP.


    «Del interior sórdido de las viejas caravanas pasamos a los exteriores del Estado que se convierten en campos de tiro y de lanzamiento de explosivos, el aire viciado del interior da paso al aire envenenado del exterior. No hay respiro en la película de Minervini y el otro lado que muestra el director da mucho miedo».


    Ninguna autocrítica es posible en un mundo que es capaz de pincharse ante la cámara para después mostrarse como stripper carente de glamour alguno delante de Kelley y otros muchos kelleys de la zona luciendo una generosa barriga de embarazo avanzado. Lo sórdido termina triunfando sobre lo crítico, quizás porque la crítica interna resulta imposible en un sistema económico que se caracteriza por la exclusión y olvido de quien no produce y sólo desde la lejanía somos capaces de escandalizarnos por ese abandono social. La película podría eternizarse ante ese espectáculo de la miseria, esa sucesión de brazos, piernas, pechos que se autoinyectan para alcanzar unos minutos de éxtasis artificial mientras los personajes desgranan ante la cámara su autoconciencia de fracaso y la necesidad de abandonar la droga como paso previo para poder normalizar su vida, pero es entonces cuando, sin aparente solución de continuidad, del veterano de guerra yonki y sin sensación de pertenencia a nada, se pasa a una fiesta al aire libre donde aparecen centenares de personas desconocidas que se emborrachan, practican sexo en público, lucen banderas confederadas o participan en el enésimo concurso de miss camiseta mojada. Ese pequeño preámbulo, que rompe la asfixia de la filmación en pequeños espacios cerrados, mal ventilados y de nula higiene, da paso a un epílogo inquietante, mucho más inquietante que la sucesión de imágenes impúdicas previas y que sólo servían para mostrar lo difícil que es sobrevivir en una jungla como los EE.UU. Ahora le toca a otros vecinos menos desfavorecidos pero igual de insatisfechos, igual de frustrados, pero que canalizan sus odios y miedos hacia otras drogas igual de letales.

    Al paria drogadicto, le sucede, en el mismo espacio de Louisiana, a pocos kilómetros de lo antes visto, el estallido del supremacista, del veterano de guerra paranoico que extiende el proselitismo de la autodefensa bajo el argumento de que el país será invadido por la ONU y perderán la libertad de sus orígenes. La libertad para estos sujetos, más allá de la sarta de sandeces de todo tipo que se pronuncian y son admitidas por los «soldados» de manera acrítica, es la libertad de armarse y disparar. Milicias ultraderechistas armadas hasta los dientes, que realizan ejercicios de combate, que aprenden a matar y cuyo blanco, literal, será siempre una efigie de Obama. Ese epílogo que distorsiona lo visto durante la primera hora dota de grandeza a la película de Minervini que iba moviéndose metódicamente en el terreno del lumpen, y sin abandonar ese territorio abre la imagen a otro tipo de drogadictos, los drogadictos de las armas y la violencia. Las imágenes no necesitan de alegatos para mostrarse críticas y demoledoras. El desprecio que se siente viendo y oyendo a estos personajes es creciente al tiempo que preocupante. La película es de 2015 y en ese momento estaba a punto de producirse el relevo presidencial en el país. El italiano demuestra un conocimiento claro y profundo de los sinuosos pantanos por los que transita, la cámara deja de centrarse en una persona en concreto para mostrar la ingente cantidad de personas capaces de perder el norte con tanta facilidad. Del interior sórdido de las viejas caravanas pasamos a los exteriores del Estado que se convierten en campos de tiro y de lanzamiento de explosivos, el aire viciado del interior da paso al aire envenenado del exterior. No hay respiro en la película de Minervini y el otro lado que muestra el director da mucho miedo.


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid


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