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    Crítica: The Vast of Night

    La explosión de lo oculto

    Crítica ★★★★☆ de «The Vast of Night», de Andrew Patterson.

    Estados Unidos. Título original: The Vast of Night. Dirección: Andrew Patterson. Guion: James Montague, Craig W. Sanger. Compañía: GED Cinema. Presentación oficial: Slamdance Film Festival. Distribución: Amazon Prime Video. Fotografía: Miguel I. Littin-Menz. Música: Erick Alexander, Jared Bulmer. Reparto: Sierra McCormick, Jake Horowitz, Bruce Davis, Gail Cronauer, Mollie Milligan, Richard Jackson, Gary Teague, Mallorie Rodak, Brett Brock, Nicolette Doke, Brandon Stewart, Jessica Peterson, Pam Dougherty, Laura Griffin, Antoinette Anders, Rob Bullock, Shelley Kaehr. Duración: 91 minutos.

    El abuelo de la ufología tal y como la entendemos hoy, George Adamski, tuvo en 1952, según sus palabras, un primer encuentro en la tercera fase con alienígenas, tras años observando y haciéndose eco del fenómeno ovni. Su Flying Saucers Have Landed (1953), primer gran hito internacional de la literatura testimonial dedicada a la presencia de los platillos volantes en la Tierra, impulsó la producción de un aluvión de cómics, obras literarias, cinematográficas, y, no mucho más tarde, televisivas, en torno a naves venidas de otros mundos. En lo que respecta al audiovisual, filmes como El platillo volante (The Flying Saucer, Mikel Conrad, 1950), pionero en la representación del ovni en la gran pantalla; la clásica Ultimátum a la tierra (The Day the Earth Stood Still, Robert Wise, 1951); Vinieron del espacio exterior (It Came From Outer Space, Jack Arnold, 1953), algo olvidada adaptación de un cuento de Ray Bradbury; o la gran obra maestra crítica de esta vertiente, La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956), contaban entre sus méritos comunes la capacidad de canalizar, a veces de manera inconsciente, las ansiedades de tipo existencial y social del americano medio de la época. No resulta baladí lo que comenta John F. Moffit en su recomendable estudio Alienígenas (Ediciones Siruela, 2006): «[...] la demencia colectiva tiene cierto sentido contextual. Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, la nueva tecnología de los jets y los cohetes había captado la atención pública, en particular las armas V-1 y V-2 introducidas por los siempre ingeniosos alemanes. Poco después, es decir, una vez que los terrícolas avistaron los primeros platillos volantes en 1947, estos fueron identificados como invasores; quizá procedían de la URSS, aunque más probablemente venían de Marte [...]».

    En tanta mirada retrospectiva a un período cultural y sociológico, The Vast of Night, ópera prima de Andrew Patterson, no solamente rinde homenaje a toda esta ciencia ficción, sino que se esfuerza en ofrecer una mirada de resonancias políticas al contexto en que emergió. Una América enfrascada en la paranoia de la Guerra Fría, pero sin embargo habitualmente idealizada en buena parte de la literatura y el cine de décadas posteriores: esos Estados Unidos previos al asesinato de J.F. Kennedy en los que, supuestamente, la candidez materialista se hallaba en su auge y los lazos comunitarios no se habían disuelto aún. Patterson pone en duda la validez de esta perspectiva nostálgica. En su punto de partida, The Vast of Night se enmarca en un programa televisivo que remite a En los límites de la realidad (The Twilight Zone, Rod Serling, 1959-1964), pionero en la pequeña pantalla a la hora de «pensar» las posibilidades de un género como la ci-fi y la proyección de sus discursos, y que había dedicado a la temática extraterrestre episodios como el célebre Monstruos en la calle Maple (The Monsters Are Due on Maple Street, Ron Winston, 1959). Puntualmente, el cineasta nos sustrae de la ficción recordándonos que estamos viendo el falso capítulo de una serie de televisión imaginada, subrayando de dicho modo el talante meta-reflexivo de The Vast of Night. No obstante, sus hechuras están lejos de evocar las de En los límites de la realidad, ya que se apuesta por un sofisticado aparato formal que nos incita a ahondar en las connotaciones ideológicas del filme. Ubicada en un pequeño pueblo de Nuevo México, Cayuga, la película se abre justo antes del partido de baloncesto entre equipos de instituto que reúne en el gimnasio del lugar a la mayoría de los habitantes. Ya aquí, un plano secuencia, sumado a la familiaridad con que los personajes se mueven y conversan, nos brindan la idea de una comunidad amable y unida. Nada más lejos de la realidad.

    The Vast of Night, Andrew Patterson.
    Una de las sorpresas de la temporada en Streaming.


    «The Vast of Night, ópera prima de Andrew Patterson, no solamente rinde homenaje a toda esta ciencia ficción, sino que se esfuerza en ofrecer una mirada de resonancias políticas al contexto en que emergió. Una América enfrascada en la paranoia de la Guerra Fría, pero sin embargo habitualmente idealizada en buena parte de la literatura y el cine de décadas posteriores».


    Fay Crocker, la jovencísima operadora telefónica de Cayuga, y Everett, conductor de un programa radiofónico nocturno, se verán impelidos a investigar una serie de inexplicables intereferencias sonoras que nos conducirán, a su vez, a otros varios planos secuencia. Por ejemplo, cuando Fay conecta las distintas llamadas que recibe, la utilización de este recurso se halla en sintonía con el esfuerzo realizado para mantener un nexo verbal a esos «otros» que escuchamos pero no alcanzamos a ver, y cuya información es siempre fragmentaria, sugerente pero abocada a decepcionar. No olvidemos que la ciencia ficción popular moderna se inicia en la radio con el serial radiofónico La guerra de los mundos (War of the Worlds, 1938), adaptado al formato por Orson Welles desde la novela original de H.G. Wells. Si este plano secuencia se hace eco de las tentativas persistentes pero vanas por comunicarse con los lugareños, los planos completamente oscuros solo dejan lugar a las palabras, y acaban insistiendo en la insuficiencia del lenguaje comunicativo —y por tanto, del fracaso de Fay y Everett al creer en él. Cuando la pareja corre por el pueblo para desplazarse de un punto a otro, de nuevo reaparece el plano secuencia con el fin de mostrarnos su empecinamiento en unir aquello que está separado, incluso aislado. Sin embargo, sus peripecias en la noche cerrada nunca ubican al espectador en lugares precisos; al contrario, nos desorientan en tanto los protagonistas recorren menos las calles de Cayuga que el territorio psicológico de una sociedad fracturada. Tampoco la dilatada toma que tiene en lugar en el hogar de la anciana Mabel se corresponde con un desenlace satisfactorio del encuentro. No se sabe si las aseveraciones de esta mujer, a quien el colectivo ha codificado como la «vieja loca» de turno, responden a una clarividencia en términos políticos o es alguien que simplemente ha caído derrotado ante las tensiones de los '50.

    The Vast of Night, Andrew Patterson.
    Slamdance Film Festival 2019.


    «El melancólico trasfondo del viaje acabará por desvelar a los héroes como dos outsiders que han nacido en la era equivocada, aunque parezcan resistirse a reconocerlo. En la tierna relación que va desarrollándose entre ambos, que en apenas una noche terminan por revelarse ante el otro con una conmovedora desnudez de espíritu, demuestran situarse más allá de la época que les tocado vivir. Solo les queda afrontar con valentía un último gesto para que se abran ante ellos posibilidades ignotas: dejar de hablar y de escuchar. Limitarse a mirar el cielo». 


    La noche es el tiempo en que lo velado deja entrever sus contornos, pero las palabras son incapaces de despejar la incógnita que afrontan Fay y Everett, expulsada en términos literales y poéticos al fuera de campo. Un militar afroamericano llama al programa de radio —«eres la primera persona de color que nos contacta», le asegura el presentador— desde una invisible «otredad» que hace de él una presencia tan alienígena en Cayuga como la de los extraterrestres que aguardan en las estrellas. Si algo ha de quedarles claro cuando su travesía haya llegado a la culminación es que, en el fondo, nadie conoce a nadie en esa aldea aparentemente acogedora, y que tras la inocencia generalizada anida la estupidez cómplice de quienes han decidido obviar la convulsa historia reciente del país —condensada en la idea de las viejas cintas almacenadas sin etiquetar en la biblioteca— e ignorar los signos inquietantes del mundo en el que viven. Al final de la aventura, tal como meditaba Yago Paris en su podcast Críticas sobre la marcha: «La imagen se nos está denegando hasta el final […] La parte más importante de la película no se pude explicar con palabras: tiene que ser una imagen». La imagen, en fin, como aquello que se resiste a ser explicado y requiere una entrega completa, como esa «explosión de lo oculto» que aparece con recurrencia en los estudios esotéricos y ufológicos. Fay sueña con ser científica en un lugar y un tiempo escasamente propicios a facilitárselo, mientras que Everett aspira a convertirse en una figura del mundo de la radio más allá de las fronteras de Nuevo México. El melancólico trasfondo del viaje acabará por desvelar a los héroes como dos outsiders que han nacido en la era equivocada, aunque parezcan resistirse a reconocerlo. En la tierna relación que va desarrollándose entre ambos, que en apenas una noche terminan por revelarse ante el otro con una conmovedora desnudez de espíritu, demuestran situarse más allá de la época que les tocado vivir. Solo les queda afrontar con valentía un último gesto para que se abran ante ellos posibilidades ignotas: dejar de hablar y de escuchar. Limitarse a mirar el cielo. The Vast of Night les depara un futuro enigmático pero, en el fondo, generoso. Si hay un futuro para Fay y Everett está más allá de las fronteras de nuestro mundo y de los confines de esta película | ★★★★☆


    Ignacio Pablo Rico Guastavino |
    © Revista EAM / Madrid


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