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    Crítica | Emma

    Jane Austen sin corsé

    Crítica ★★★★☆ de «Emma», de Autumn de Wilde.

    Reino Unido, 2020. Título original: Emma. Dirección: Autumn de Wilde. Guion: Eleanor Catton (basado en la novela de Jane Austen). Productoras: Working Title Films / Blueprint Pictures. Distribuida por Focus Features. Música: Isobel Waller-Bridge, David Schweitzer. Fotografía: Christopher Blauvelt. Montaje: Nick Emerson. Reparto: Anya Taylor-Joy, Johnny Flynn, Bill Nighy, Miranda Hart, Mia Goth, Josh O'Connor, Callum Turner, Rupert Graves, Gemma Whelan, Amber Anderson, Tanya Reynolds, Chloe Pirrie. Duración: 124 min.

    La relación entre las novelas de Jane Austen y el medio cinematográfico no es ninguna novedad. Las incontables adaptaciones de sus obras a la gran pantalla abarcan todos los gustos imaginables, desde recreaciones milimétricas hasta auténticos viajes lisérgicos –zombies mediante. Por este mismo motivo, cabría preguntarse hasta qué punto pueden revisarse Orgullo y prejuicio o Sentido y sensibilidad sin agotar el material original. Autumn de Wilde, con su particular visión de Emma, nos demuestra que la inspiración literaria de Austen no muestra signos de cansancio. En el filme que supone su debut en el celuloide, la directora inglesa muestra ambiciosamente los rasgos que seguramente marcarán sus incursiones cinematográficas futuras. Con innegables reminiscencias a Wes Anderson –y, sobre todo, a su Gran Hotel Budapest–, de Wilde despliega un abanico de colores apabullante, aplicando la psicología cromática en cada personaje de un modo casi catedrático, adornando la sencillez de la trama con un envoltorio rematadamente bonito y elocuente, lleno de simetría y de esa entrañable extrañeza presente en cada película del director texano. De todas formas, sería injusto no mencionar el papel igualmente relevante que juega el bagaje profesional de la directora, con multitud de sesiones fotográficas y vídeos musicales a sus espaldas. De hecho, ella misma ejerció de fotógrafa para el póster de la película, claramente andersoniano. Toda una declaración de intenciones.

    Comparada con sus predecesoras, esta Emma sabe capturar verdaderamente la viveza y la mirada traviesa del universo que Austen plantea, consiguiendo, además, aportarle una perspectiva más moderna y actualizada. Ya en sus primeras secuencias, la película hace evidente que no pretende seguir la estela de anteriores traslaciones. Con un desnudo masculino prácticamente al comienzo de la cinta, la directora muestra cierto espíritu iconoclasta, a la par que se burla con acierto de la ridícula mojigatería de la época georgiana. Emma no es, ni mucho menos, una parodia. Simplemente, sabe reírse de sí misma, un rasgo que no podría ser más posmoderno. Por otro lado, sí que se echa en falta una mayor profundización en los dilemas de los personajes, consecuencia directa de ese esfuerzo por actualizar la trama. Ante la fastuosidad de los espacios y del vestuario, el poso psicológico de los personajes se ve de alguna forma disminuido, simplificando en algunas ocasiones sus conflictos internos –y, en algunos casos, hasta sus personalidades al completo. Esta Emma es una apuesta valiente, y como tal, algunos aspectos importantes pueden perderse en el camino. A la brillante puesta en escena la acompaña una fantástica Anya Taylor-Joy. Buscando desencasillarse de los roles fantásticos y semigóticos que la acompañan desde el inicio de su carrera, la intérprete británica muestra un registro interpretativo inédito en su filmografía. Con sencillez y muchísima elegancia, Taylor-Joy roba el protagonismo en todas las escenas en las que participa, transmitiendo esa encantadora inmadurez característica de su personaje. Al desempeño de la actriz cabe sumarle las valiosas aportaciones algunos secundarios, como el siempre fiable Bill Nighy –que se mueve como pez en el agua en este tipo de papeles–, Mia Goth o un correcto Johnny Flynn. Sin embargo, otros personajes, con peso en la trama pero menor tiempo en escena, no terminan de brillar, bien por la elección de casting o por ciertas decisiones de dirección. Resulta evidente que la película gira en torno al personaje que le da nombre. Cada plano, cada espacio, se sustenta en la actuación de una protagonista que cumple con tanto acierto su cometido que puede, en algunos casos, limitar la capacidad de acción de la historia en otros ámbitos.

    Emma, Autumn de Wilde.
    La confirmación de Anya Taylor-Joy.

    «En Emma, su directora nos propone abandonarnos al puro placer de la contemplación, recrearnos con imágenes bellísimas de espacios y personajes que parecen prestados, admirar la maravillosa puesta en escena, dejarnos llevar por una historia fluida, sin complicaciones. Durante un par de horas, podemos permitirnos la indulgencia que la misma Emma se consiente a sí misma durante gran parte del metraje, que la madurez ya vendrá luego».


    Por otra parte, no puede achacarse a la cinta ningún defecto grave respecto a su pulso narrativo. Las dos horas del relato transcurren rápidamente gracias a un trabajo sencillo y efectivo en todos sus frentes. La variedad de espacios y de vestuarios, la belleza de las imágenes, la amplia gama de situaciones y la correcta estructuración del guion y un elegante uso de la música hacen de la película una experiencia muy disfrutable. Y es que la clave de esta película reside en esta palabra: disfrutar. Esta adaptación no se preocupa especialmente por el debate de la fidelidad, aunque tampoco lo menosprecia. Simplemente, decide tomar su propio camino, con todas sus consecuencias. En la película hay diversión, pero, ante todo, hay deleite. Podemos aparcar el cine sesudo y los puzles mentales para otra ocasión. En Emma, su directora nos propone abandonarnos al puro placer de la contemplación, recrearnos con imágenes bellísimas de espacios y personajes que parecen prestados, admirar la maravillosa puesta en escena, dejarnos llevar por una historia fluida, sin complicaciones. Durante un par de horas, podemos permitirnos la indulgencia que la misma Emma se consiente a sí misma durante gran parte del metraje, que la madurez ya vendrá luego. Esta cinta no supone, ni mucho menos, un punto de inflexión. Ni de las adaptaciones cinematográficas de las novelas de Austen ni del cine en general. Tampoco lo pretende. Solo es un ejercicio artístico y visual sin aspiraciones elevadas, cosa que, sobre todo últimamente, ya supone un triunfo rotundo. Incluso la moralina característica de las novelas de la escritora inglesa se ve diluida en esa picardía que, aunque también está presente en sus historias, en esta adaptación se amplifica hasta volverse en el verdadero eje temático que la vertebra. El hedonismo que siempre se intuye en este tipo de películas de época asume el protagonismo sin vergüenza ni disimulo. Nada es demasiado grave ni serio cuando lo pintas de colores. Y se agradece, la verdad | ★★★★☆


    Juan Montón Velasco |
    © Revista EAM / Madrid


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