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    Crítica | Ventajas de viajar en tren

    Las dulces deformaciones del espejo

    Crítica ★★★★★ de «Ventajas de viajar en tren», de Aritz Moreno.

    España, 2019. Director: Aritz Moreno. Guion: Javier Gullón (sobre una novela de Antonio Orejudo). Productores: Leire Apellaniz, Merry Colomer, Juan Gordon. Dirección de fotografía: Javier Agirre. Montaje: Raúl López. Casting: Déborah Borque. Música: Cristobal Tapia de Veer. Intérpretes: Pilar Castro, Luis Tosar, Ernesto Alterio, Quim Guitiérrez, Belén Cuesta, Macarena García, Javier Godino, Javier Botet.

    Para los que tenemos un cierto interés en los devenires históricos del cine español, el esperpento es un gesto enunciativo clave sin el que no se puede entender nuestro pasado. Teorizado ampliamente por José Luis Castro de Paz y Josetxo Cerdán en ese libro mayúsculo y genial intitulado Del sainete al esperpento, la paulatina evolución de la mirada popular y populachera hacia el gesto cada vez más oscurecido de un cine desengañado, amargo y bufonesco forma parte del ADN mismo de nuestra cinematografía. La cosa no es anecdótica, en tanto existe una película —no menos mayúscula ni menos genial— como Ventajas de viajar en tren (Aritz Moreno, 2019) que recibe, organiza y se construye a partir de dichos mimbres.

    Ventajas de viajar en tren parte de la lucha desigual entre un libro pensado como artefacto, una especie de laberinto de historias descacharrantes y brutales que nos arrojó Antonio Orejudo hace ya demasiado tiempo y la imposibilidad explícita de ordenar cinematográficamente sus contenidos. Desigual, porque la novela fue una rara avis, una obra de culto con sus conversos y sus detractores, demasiado audaz para que nadie —ni su propio autor— osase fotocopiarla, plagiarla o continuarla. Con lo que de pronto se anunció la posibilidad de una adaptación y los más agoreros se rasgaron las vestiduras.

    Estaban equivocados. La película de Aritz Moreno es coherente con el original de Orejudo, pero al mismo tiempo, rebasa con gracia e inteligencia sus propios límites. Sin limar asperezas, propone dos o tres tirabuzones narrativos propios y mide los tiempos en parte gracias a un guion extraordinario y en parte gracias a un ejercicio de montaje que fluye y se despliega con un sentido del ritmo apasionante. En lugar de evitar las costuras literarias, parecería que Moreno ha sido capaz de trabajarlas, darles forma, de-formarlas a golpe de cámara y apostar con claridad por un gesto cinematográfico. Dicho con más claridad: Ventajas de viajar en tren no es simplemente una adaptación. Es, en primer lugar, una película hecha y derecha con todo su peso y toda su contundencia.

    Aclarado este punto, y poniendo el foco en el filme, el primer logro de Moreno pasa por el nivel más básico de la construcción visual. La película es suntuosa, barroca, magníficamente fotografiada, deliciosamente compuesta. Hay un uso en las aberraciones visuales —cuadros amplios, muchas veces en la frontera misma del ojo de pez— que señala la demencia de la escritura (fílmica), pero que también permite una manera propia de moverse y de mirar a los personajes. Los planos en los que Ernesto Alterio se mueve como una especie de reptil enfundado en su traje de psiquiatra histriónico, por ejemplo, generan una precisión perfecta entre actor y director, entre dirección de arte y de fotografía. Cada uno de los materiales narrativos que se van superponiendo progresivamente en el laberinto del guion muestra una extraña coherencia interna, un profundo cuidado por los detalles, una magnífica precisión visual.

    Ventajas de viajar en tren, Aritz Moreno.
    Una de las grandes películas españolas de 2019.

    «El cine español sigue siendo mucho más de lo que afirman sus más encendidos y analfabetos detractores, pero también, mucho más de lo que soñamos los más radicales defensores que acudimos a la sala en busca de un espejo mucho más íntimo. El cine español —y una película como Ventajas de viajar en tren así lo demuestra— sigue siendo algo inesperado, siempre abierto, en constante riesgo, tensión, siempre a punto de descubrir algo nuevo». 


    Sin embargo, esta lógica barroca propiamente esperpéntica se combina inteligentemente —y esto nos parece asombroso— con pasajes deliciosamente bellos, casi sublimados, como si en mitad de esa túrmix de mierda y cadáveres aflorase de pronto un destello cegador. Estoy pensando en el tratamiento en cámara en el que se disponen todas las escenas protagonizadas por Macarena García. La disposición de los planos detalle en la escena del baño, por ejemplo, o el plano subjetivo del coito catastrófico tienen al mismo tiempo una desarmante ternura tras la que asoma la sombra de la bufonada, del chiste violento que está a punto de estallar. La dupla entre García y Javier Botet es tan impensable que resulta asombrosa —el casting de la película es simplemente perfecto—, y por eso mismo, se erige con derecho propio como uno de los grandes momentos fílmicos del año.

    Ciertamente, la película no está pensada para las almas nobles. Dentro de veinte años, cuando se haya consolidado definitivamente como una obra de culto, volveremos la vista atrás y nos preguntaremos, asombrados, “cómo fue posible que alguien rodase eso”. Ese “eso”, sin embargo, es un temblor salvaje que sacude el cine español de punta a punta y que únicamente los directores más atrevidos —un Zulueta, un Vermut, un Villaronga— son capaces de llevar hasta sus últimas consecuencias. No tiene que ver únicamente con la introducción de elementos brutales en plano, sino más bien, con la capacidad de convencer al público de que esa mierda es su propia mierda. De que ese espejo deformante les pertenece en lo íntimamente. De que hay una épica imposible —la épica de la derrota— que está aquí escrita, por ejemplo, en esa terrible secuencia a ritmo de Massiel con El amor —canción esperpéntica donde las haya— donde la cámara lenta deviene insoportable, pero ante todo, su naturaleza fantástica, onírica, imposible —es seguida por un despertar desesperado, desesperante— que dice: Esto, después de todo, sigue siendo España y es lo mejor de nuestro cine.

    Por supuesto, muchos espectadores querrían que el cine español fuera una cosa sencillita, domesticada, sometida a la aplastante dictadura de los grandes géneros —especialmente la comedia— patrocinados por los grandes monstruos televisivos. A la mierda. El cine español sigue siendo mucho más de lo que afirman sus más encendidos y analfabetos detractores, pero también, mucho más de lo que soñamos los más radicales defensores que acudimos a la sala en busca de un espejo mucho más íntimo. El cine español —y una película como Ventajas de viajar en tren así lo demuestra— sigue siendo algo inesperado, siempre abierto, en constante riesgo, tensión, siempre a punto de descubrir algo nuevo. Fíjense en cómo se mueve la cámara, fíjense en la dirección de arte, fíjense en los redaños para escribir lo que resulta imposible y adaptar lo que resulta inadaptable. Lo único que lamento, como crítico, es no poder estar a la altura de una película que rompe el techo y de la que a buen seguro se podrían decir cosas mucho más interesantes. Por el momento, y con esta descomunal alegría del primer visionado, basta | ★★★★★


    Aarón Rodríguez Serrano |
    © Revista EAM / Castellón


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