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    Crítica | Puñales por la espalda

    El dónut del whodunit

    Crítica ★★★★☆ de «Puñales por la espalda», dirigida por Rian Johnson.

    Estados Unidos, 2019. Título original: Knives Out. Presentación: Festival de Toronto 2019. Dirección: Rian Johnson. Guion: Rian Johnson. Productoras: Lionsgate / Media Rights Capital / T-Street. Fotografía: Steve Yedlin. Montaje: Bob Ducsay. Música: Nathan Johnson. Diseño de producción: David Crank. Dirección artística: Jeremy Woodward. Decorados: David Schlesinger. Vestuario: Jenny Eagan. Reparto: Daniel Craig, Ana de Armas, Chris Evans, Christopher Plummer, Jamie Lee Curtis, Michael Shannon, Don Johnson, Toni Collette, Katherine Langford, LaKeith Stanfield, Jaeden Martell, Riki Lindhome. Duración: 130 minutos.

    La omnipresencia del ocio digital está relegando cada vez más el entretenimiento que puede proporcionar un mero objeto analógico, ya sean unas cartas, un muñeco, un tablero, una pelota o incluso un libro. Estos intereses se adquieren en la infancia y los niños cada vez dedican menos tiempo a ellos, y más a los infinitos contenidos que ofrecen las pantallas de sus móviles, tabletas o consolas. Pero en estos medios su imaginación está marcada, delimitada, todo viene ya cargado de múltiples estímulos para que el cerebro los asimile pasivamente, En cambio los divertimentos de antaño exigían completarlos con las aportaciones de quienes los disfrutaban, construyendo su propia historia más allá de lo que les venía ofrecido de antemano. Esto se aplicaría obviamente tanto a los libros donde nuestra mente proyecta imágenes a partir de las palabras, como a los muñecos con los que podemos interactuar más allá de su inercia, pero también a los juegos de mesa o los deportes cuyas reglas básicas son apenas el punto de partida para los participantes elaboren una competición mucho más seria y trascendente. En esta nostalgia infantil se mueve la última película de Rian Johnson, pero no porque trate directamente estos temas sino porque está diseñada como artefacto móvil. Como película que es, se enmarca necesariamente en esa nueva forma de ocio donde todos los elementos están prefabricados, pero vuelve la vista a las antiguas formas de divertimento caracterizadas por el placer del descubrimiento. Y lo hace con guiños explícitos a dos de sus ejemplos más populares: el juego de mesa Cluedo y las novelas de misterio de Agatha Christie.

    En este sentido la premisa no es original: ha fallecido el patriarca millonario de una extensa y conflictiva familia, en la madrugada de su 85º cumpleaños tras celebrarlo en la mansión en que se reside en medio del campo. Inicialmente la policía lo califica como un suicidio, pero en los días posteriores la entrada en escena de un célebre detective exige replantear la situación. Interroga a cada uno de los presentes en esa fiesta y de todos sus testimonios se desprenden mentiras o medias verdades, por lo que el investigador continúa sus pesquisas en la mansión y sus alrededores, hallando pistas que efectivamente apuntan a un asesinato. La cuestión es saber quién lo cometió… pero en realidad este interrogante, cuya respuesta sería la culminación de cualquier trama de esta índole (y por supuesto lo era en las aludidas novelas de misterio y por definición en una partida de Cluedo), se cierra aquí apenas transcurrido el primer tercio de metraje. Johnson juega por tanto con nuestras expectativas, redoblando la esencia lúdica de la propuesta y resituando la perspectiva de los dos restantes tercios de metraje, el primero de los cuales se centra en los intentos del culpable por no ser descubierto y el otro en sucesivas revelaciones que anticipan el giro final. Es natural esperar ese otro giro cuando el principal, o el que esperaríamos que fuera el principal, ya se ha ventilado cuando sabemos que falta más de la mitad de la historia. Y es esa conciencia del giro, de la sorpresa por venir, la que nos lleva tanto a participar activamente del misterio para tratar de identificar sus trampas y envolturas como a dejarnos guiar por la mano segura de un cineasta con absoluto dominio de la escritura (tanto de sus reglas clásicas como de sus posibilidades modernas).

    Nuestra primera intención se revelará infructuosa, porque es improbable que pueda adivinarse dicho desenlace, aunque una vez llegado el mismo surgirá con toda lógica. Y entonces es cuando nuestra mente podrá rellenar los huecos de la trama que hemos seguido, sin que Johnson caiga en el defecto frecuente del cine reciente de este tipo, que consiste en volver a mostrarnos fragmentos de escenas que hemos visto anteriormente por medio de flashbacks, que adquieren un nuevo sentido una vez que la incógnita de la trama en cuestión ha sido disipada. Aquí en cambio los flashbacks siempre son de una acción o visión distinta. En otras palabras, el director norteamericano confía en la inteligencia del espectador y así la película se extiende más allá de su estructura tan meticulosa para exigir como decíamos nuestra participación. La paradoja es patente y muy meritoria: estamos ante una cinta diseñada con cuidado hasta su último detalle, que conscientemente gira sobre sí misma pero sin perder nunca su ímpetu, yendo hacia delante con pasos muy marcados de tal forma que todos sus elementos están disponibles ante nuestros ojos, pero que debemos luego reconstruir y rellenar nosotros mismos a medida que sus facetas se van exponiendo. El extraordinario guion consigue incluso encajar un subtexto más ligado a la actualidad sociopolítica, y sin que nos demos cuenta la resolución lo lleva a la primera línea, permitiendo que la misma genere también satisfacción en ese otro nivel subversivo.

    Knives out, Rian Johnson.
    Johnson demuestra su pericia, una vez más, moviéndose entre géneros.

    «El extraordinario guion consigue incluso encajar un subtexto más ligado a la actualidad sociopolítica, y sin que nos demos cuenta la resolución lo lleva a la primera línea, permitiendo que la misma genere también satisfacción en ese otro nivel subversivo».


    Ello tiene que ver con el inesperado protagonismo de Ana de Armas, en el papel de una enfermera hija de inmigrante sin papeles, cuya relevancia es ya un elemento novedoso en un elenco integrado por tantos actores veteranos con papeles jugosos. Todos ellos colaboran en el juego multifacético ideado por Johnson, y lo hacen con gusto, riéndose de sí mismos, con él y con nosotros. En cambio de Armas explota una vena más conmovedora, aún sin perder cierta levedad acorde al tono general de la cinta. La suya es en cualquier caso una interpretación memorable, sobre todo cuando dialoga con Daniel Craig o Chris Evans, con personajes que se salen asimismo de aquellos en que el público en general los ha encasillado. Así el propio casting da la vuelta a los tópicos aun siendo consciente de los mismos, y por ello se ajusta tan bien a los objetivos del cineasta. Este se eleva como verdadero autor, desde el guion que ya hemos analizado hasta el control que ejerce en otros departamentos, donde también es digno de mención un montaje muy armónico, especialmente cuando se entrelazan los tiempos y las perspectivas, como en esa secuencia temprana de interrogatorios sobre la fiesta de cumpleaños del patriarca. La puesta en escena en general contribuye a la claridad, por lo que quizá puede echarse en falta algo más de atrevimiento, cuando el contexto anterior ya ha sido establecido. Sin embargo Johnson no juega a eso, quiere ser respetuoso con los referentes del género y a la vez original a partir de ellos, sin perder de vista un tiempo actual que en efecto pide cierta rebeldía pero sobre todo sabiendo que no puede llevar el engaño demasiado lejos, sino hasta el punto exacto en no sean los espectadores quienes puedan sentirse estafados sino solo los personajes que salen perdiendo en la partida | ★★★★☆


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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