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    Crítica | Terminator: Destino oscuro

    Reinicio con sabor a déjà vu

    Crítica ★★★☆☆ de «Terminator: Destino oscuro», de Tim Miller.

    Estados Unidos. 2019. Título original: Terminator: Dark Fate. Director: Tim Miller. Guion: David S. Goyer, Billy Ray, Justin Rhodes (Historia: James Cameron, Charles H. Eglee, Josh Friedman, David S. Goyer, Justin Rhodes. Personajes: James Cameron, Gale Anne Hurd). Productores: James Cameron, David Ellison. Productoras: Coproducción Estados Unidos-China; 20th Century Fox / Paramount Pictures / Skydance Productions / Lightstorm Entertainment / Tencent. Productor: James Cameron. Fotografía: Ken Seng. Música: Junkie XL. Montaje: Julian Clarke. Reparto: Natalia Reyes, Mackenzie Davis, Linda Hamilton, Arnold Schwarzenegger, Gabriel Luna, Diego Boneta, Fraser James, Alicia Borrachero, Tristán Ulloa, Enrique Arce.

    Los flojos resultados comerciales y artísticos alcanzados por Terminator: Génesis (Alan Taylor, 2015) parecían vaticinar que la franquicia inaugurada en 1984 por James Cameron había llegado a un punto de no retorno en el que pocas cosas quedaban por decir. Aun siendo un producto inequívocamente fallido, hay que reconocer que su alocada premisa, elaborada para rendir homenaje a las dos primeras entregas de la saga, obviando los acontecimientos vividos en las malditas (aunque nada desdeñables) Terminator: La rebelión de las máquinas (Jonathan Mostow, 2003) y Terminator Salvation (McG, 2009), con continuos saltos temporales que propiciaban recuperar momentos icónicos del pasado, y la recuperación del personaje de Sarah Connor, con las más delicadas facciones de Emilia Clarke, conseguían, al menos, un digno entretenimiento que se esforzaba por abrir nuevos caminos en su mitología. Es de agradecer, por lo tanto, que James Cameron se decidiera a darle una nueva oportunidad a sus personajes, construyendo una nueva entrega que funciona como secuela directa de los dos títulos dirigidos por él, esos que sí han entrado por méritos propios en las antologías del cine fantástico. Terminator: Destino oscuro (2019) ha nacido con la pretensión de enmendar los errores cometidos por las tres películas que siguieron a la espectacular Terminator 2: El juicio final (James Cameron, 1991) y funcionar como regalo a los fans más nostálgicos de la serie, propiciando una celebrada reunión de las dos estrellas originales, el incombustible Arnold Schwarzenegger, de nuevo ejerciendo de cyborg protector, y, sobre todo, una Linda Hamilton que llevaba casi tres décadas alejada del rol de Sarah Connor que le diera la fama mundial. Un personaje femenino duro y fuerte que, junto a la teniente Ripley de Sigourney Weaver en la saga Alien, fue toda una pionera y espejo en el que mirarse para futuras heroínas de acción, haciendo que el reaccionario papel de la damisela en apuros que esperaba sentada a que el héroe masculino la rescatara quedara enterrado de una vez por todas.

    Por desgracia, cualquier esperanza de que Destino oscuro pudiera llegar a ser esa película que llegara a las pantallas con la intención de insuflar algo de aire fresco a una fórmula que ya daba evidentes señales de, más que agotamiento, estancamiento, queda inmediatamente disipada ante la contemplación de una historia que repite, al milímetro, los esquemas de las entregas anteriores. Una vez más, como si de un bucle temporal infinito se tratara, encontramos a una máquina letal llegada desde el futuro para liquidar a una chica cuyo papel sería clave en la venidera guerra entre humanos y robots, y, por descontado, a su némesis, en forma de cyborg protector. La repetición no debería ser, necesariamente, el mayor de los problemas a los que se tiene que enfrentar esta cinta, sino, más bien, las odiosas comparaciones con dos villanos que habían dejado el listón demasiado alto en el difícil arte de resultar amenazantes: el rudimentario pero aterrador T-800 encarnado por Schwarzenegger en la versión de 1984 y, sobre todo, el escurridizo T-1000 de Terminator 2: El juicio final, fabricado con metal líquido capaz de hacerle adoptar cualquier forma, que supuso el mejor papel de Robert Patrick en el cine. A medio camino entre los dos, el nuevo villano, al que pone físico Gabriel Luna, funciona con eficacia en las escenas de acción, pero su presencia carece del carisma de sus antecesores, un defecto que se acentúa más ante la excelencia alcanzada por su enemiga en pantalla, esa “humana mejorada” que es la Grace de Mackenzie Davis. La belleza andrógina y el buen hacer interpretativo que la actriz ya había demostrado en otro rol biónico, el de Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017), vuelven a ser las armas con las que saca adelante una más que convincente heroína de acción, primer vértice del triángulo de mujeres fuertes y empoderadas que marcan el protagonismo del filme. Las otras dos son Dani Ramos (Natalia Reyes), una muchacha mexicana de fuerte carácter que se convierte en el objetivo a proteger y, por supuesto, una Sarah Connor que, 30 años después, mantiene intactas su furia, rabia y valentía. Linda Hamilton retoma el personaje con fuerza, haciendo gala de una espléndida forma física, complementada por un rostro ajado que representa muy bien los duros acontecimientos que al personaje le ha tocado atravesar y el alcoholismo en el que se ha visto sumida tras la pérdida de su hijo. Su regreso a la saga, por la puerta grande, es el mayor aliciente de este nuevo episodio. Tal vez el único de peso que justifique su existencia.

    Terminador: Dark Fate, Tim Miller.
    Un decente entretenimiento.

    «Poco más se le puede reprochar a un espectáculo en el que todo está en su sitio y que cuenta con semejante trío de féminas protagonistas, capaces de elevar, de manera sustancial, el interés de la propuesta».


    Ahora bien, si obviamos la falta de aportaciones realmente valiosas a la franquicia, no cabe duda de que Destino oculto es un blockbuster entretenido y muy disfrutable, que brilla en algunas set pieces de acción ejecutadas con gran solvencia, sobre todo aquella que transcurre en una autopista. Los efectos especiales cumplen de manera sobrada, destacando el estupendo uso del CGI en el fashback que recupera a Sarah Connor y a su hijo John en la década de los 90. Por desgracia, en los instantes de calma, los más intimistas, la película no funciona con la misma facilidad y es donde el guion se resiente de su falta de sustancia y de unas relaciones un tanto desdibujadas entre sus personajes protagonistas. El regreso de Schwarzenegger, esta vez como un T-800 envejecido y redimido de sus crímenes del pasado, es bienvenido, únicamente, por brindar la oportunidad de ver al actor austríaco compartir planos con Linda Hamilton, ya que ambos formaron una de las alianzas más célebres de la historia del cine de acción y su química permanece inmarchitable décadas después de su último encuentro. Asistir al visionado de la película provoca una extraña sensación de déjà vu, como si esta historia ya nos la hubiesen contado antes (y de una forma mucho mejor), y es la dirección de Tim Miller, responsable de aquella gamberrada que fue Deadpool (2016), carente de personalidad y más enfocada a cumplir que a entregar algo cercano a la genialidad, la que impide que el resultado final escape de la alargada sombra de las dos entregas filmadas por James Cameron. Esto sirve para echar la vista atrás y romper una lanza a favor de las tres secuelas “fallidas” que las siguieron (al menos Terminator Salvation trató de salirse de la norma, mostrando más de ese después del día del juicio final que parece no llegar nunca), injustamente relegadas al olvido selectivo por unos productores que reniegan de sus (puntuales) aciertos por no haber cumplido las expectativas comerciales. Destino oscuro, al igual que la última entrega de La noche de Halloween (David Gordon Green, 2018), consigue capturar la atención de los fanáticos más acérrimos de la saga jugando la baza de la nostalgia, trayendo del más allá a su heroína más icónica para una ¿última? confrontación con esas máquinas que siguen llegando desde el futuro para acabar con las esperanzas de la humanidad, y lo hace sin afrontar ningún riesgo, aportando diversión y adrenalina (hay mucho humor afilado proveniente de los resentidos labios de una Sarah Connor más sarcástica que nunca) a raudales. Siendo honestos, se puede decir que la película atesora todo aquello que se le puede exigir a un buen capítulo de la serie. Las frases lapidarias (y las emblemáticas gafas de sol de «Arnie») vuelven a estar presentes, en forma de guiños autorreferenciales constantes, para regocijo de unos fans que las reciben con sonrisa cómplice. Y es que, a estas alturas, poco más se le puede reprochar a un espectáculo en el que todo está en su sitio (bastante bien, además, teniendo en cuenta las diferencias creativas que surgieron entre el director y James Cameron durante el rodaje) y que cuenta con semejante trío de féminas protagonistas, capaces de elevar, de manera sustancial, el interés de la propuesta | ★★★☆☆


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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