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    Sitges 2019: un día con Lav Diaz

    En los márgenes

    Crónica de un día (con Lav Diaz) en el Festival de Sitges.

    Sitges es una ciudad costera de habitual veraniego para la población barcelonesa, y de visita también por otros turistas de variada procedencia. Su atractivo, más allá de su ubicación cercana a la capital catalana y al borde del mar, procede de su arquitectura de blanco inmaculado, en particular en el casco viejo donde se puede pasear entre las antiguas casas de pescadores y las tiendas y tabernas que ahora lideran su comercio. Todo ello obligaría a recomendar este destino durante la temporada estival, pero también tiene gran afluencia en octubre, por coincidir con su festival de cine. Su muestra de obras predominantemente de terror y fantásticas tiene ya un largo recorrido, y un público fiel algo distinto del de otros certámenes. Son espectadores más juveniles, más pasionales y rebeldes, no corren tanto de una sesión a otra sino que se detienen en mayor medida para comentar las películas y disfrutar del ambiente que rodea las salas de cine. La agradable meteorología de esta edición ha terminado entonces de consolidar esa sensación que prolonga el ocio vacacional, ajena a las verdaderas circunstancias de unas fechas que, en el fin de semana del 11 al 13 de octubre, venían además marcadas por la inminente sentencia del ‘procés’. Así las esteladas y pancartas reivindicativas solo podían verse aisladamente en algunos edificios, lejos de los citados lugares de concurrencia, fuera o no cinéfila.

    Un servidor pudo entonces disfrutar este fin de semana del último aliento de un espacio único, y para mantener esa voluntad de excepcionalidad decidió ceñirse a las propuestas más marginales del programa. Este cuenta con varios apartados donde, pese al mayor eclecticismo que en otros festivales y al tono independiente y estrambótico de sus narraciones, dominan los largometrajes convencionales por definición. Para perseguir con mayor ahínco esa huida de las pautas habituales, y buscar asimismo cierto afán de síntesis, parecía entonces oportuno acudir a dos tipos de proyecciones, situadas en sendos extremos. Por un lado, en la sección Brigadoon dedicada a priori a las cintas más particulares, se exhiben igualmente unos cortometrajes: siete en concreto fueron los que pudieron verse en la noche del viernes 11. Por otro lado, en la sección Noves Visions enfocada a los filmes más experimentales, los organizadores incluyeron la última película de Lav Diaz, The Halt (Ang Hupa), estrenada en la Quincena de los Realizadores del pasado festival de Cannes: la misma, siguiendo la estela de los anteriores trabajos del cineasta filipino, tiene una duración de 276 minutos. Y tuvo una de sus dos sesiones en la tarde del sábado 12.

    Entre los cortometrajes del viernes había una calidad dispar, algunos se habían realizado con bastante más financiación que otros, unos se asemejaban más al clip y otros más al mediometraje. Este último caso sería el de Tauro, basado en el mito del minotauro, que inicialmente iba a durar media hora pero finalmente se recortó hasta los 20 minutos. Tiene una cuidada producción, empezando por los títulos de crédito, a los que siguen una sucesión de acciones lideradas por el pobre hombre encerrado en el laberinto, mientras pronuncia frases que poética y trágicamente lamentan su situación. Pero es imposible conectar con ello al nivel más visceral que espiritual que pediría este relato, pues la fascinación pronto da paso a la confusión y al tedio. El cortometraje es un vehículo propicio para el atrevimiento y la innovación, pero también exige una depuración narrativa y una claridad técnica ausentes en esta historia desmedida y descompensada. El que fuera el primer cortometraje proyectado fue en cualquier caso un acierto, pues los siguientes se sintieron como un soplo de aire fresco aunque su calidad pudiera ser también escasa. En ello se enmarcarían las ocurrencias de La mejor cosecha e Imaginario, el primero sobre las pesadillas de embarazo de una mujer y el segundo sobre las alucinaciones alienígenas de un borracho. Este último al menos hace gala de un atractivo acabado audiovisual, todo lo contrario que el videoclip Tú eres el siguiente, grabado como una cinta de VHS donde lo cutre del medio se extiende a una historia insustancial, limitada al múltiple asesinato de unos jóvenes por cuatro psicópatas enmascarados. Algo similar nos cuenta #pornovenganza, que como su propio título indica gira en torno a esta peculiar forma de desquite, con una deriva aquí sangrienta, pero en este caso, aunque la narración es simple, está estructurada con coherencia, incluso con elegancia, y tiene momentos de auténtica tensión. Por su parte, la historia de canibalismo familiar Bienvenido al infierno combina con solidez el fondo y la forma, acentuando las señas grotescas del género paródico; y finalmente La colleja destaca por estar rodada en un interesante plano secuencia, interés que se extiende a una trama que sin embargo acaba algo precipitadamente. En cualquier caso, estos tres últimos cortometrajes serían los más recomendables de la selección, que fue entonces con matices de peor a mejor.

    Una disposición totalmente opuesta exigía acometer el visionado de la película de Lav Diaz al día siguiente. Ya no iba uno a entretenerse con un puñado de relatos breves, relativa e intencionadamente intrascendentes, sino a seguir una ficción mucho más compleja, no solo por su mentada duración, sino por su radical diseño y su núcleo sociopolítico. Rodada íntegramente en un contrastado blanco y negro, The Halt transcurre en una Manila postapocalíptica, en el año 2034, cuando unas erupciones volcánicas han extendido una noche perpetua y mientras gobierna un dictador denominado presidente, que controla a sus sujetos a base de redadas, censuras y sobre todo la constante vigilancia de unos drones que exigen a cada ciudadano mostrar su carné de identidad cuando pasa por delante de ellos. La opresión del ambiente se refuerza con esa fotografía donde no tienen cabida alivios visuales, y donde se prolongan secuencias incómodas como los ataques de locura del dictador o sus lugartenientes. También es verdad que los planos no tienen una duración tan excesiva como en anteriores cintas de Diaz, el ritmo no es tan lento pero su prolongación lleva a distanciar a veces demasiado sus historias paralelas, que una vez retomadas han perdido parte de su ímpetu. Y es que más allá del círculo presidencial encontramos al menos otros dos personajes principales con foco propio, el de un guerrillero clandestino que perdió a su familia en la catástrofe y quiere derribar el régimen, y el de una joven prostituta que padece un oscuro trauma y cuyos servicios son contratados por una de las asesoras político-militares del mandamás. Lo cierto es que a lo largo de sus más de cuatro horas y media el metraje se circunscribe a estos pocos personajes y escenarios, que cobran entonces desarrollo más por acumulación e insistencia que por momentos de gran profundidad emocional, que nos pudieran revelar sus inquietudes con mayor claridad. Estamos en suma ante un filme opaco en todos sus sentidos, no exento de cierto virtuosismo pero en general sobrio pese a su indignado mensaje de denuncia, lo cual dificulta la justificación de su duración más allá de razones estéticas. Fue una feliz paradoja que el proyector de la sala se quemara a mitad de la proyección, interrumpiéndola durante unos veinte minutos antes de proseguir, por lo que la experiencia al completo se prolongó más de cinco horas. Y así fue especialmente fructífera esta limitada estancia en Sitges, por centrarse no tanto en sus imprescindibles tributos como en sus aspectos menos visibles, al menos para quien se queda en la superficie de lo que la ciudad, su certamen y su gente reclaman.


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Sitges


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