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    Crítica: Revenge

    La muerte vestía de rosa

    Crítica ✷✷✷✷ de Revenge (Coralie Fargeat, Francia, 2017).

    Francia. 2017. Título original: Revenge. Directora: Coralie Fargeat. Guion: Coralie Fargeat. Productores: Marc-Etienne Schwartz, Marc Stanimirovic. Productoras: M.E.S. Productions / Monkey Pack Films / Logical Pictures / Charades. Fotografía: Robrecht Heyvaert. Música: Robin Coudert. Montaje: Jerome Eltabet, Coralie Fargeat, Bruno Safar. Vestuario: Elisabeth Bornuat. Reparto: Matilda Anna Ingrid Lutz, Kevin Janssens, Vincent Colombe, Guillaume Bouchède.

    Antes de regalarnos clásicos tan representativos del cine de terror como Las colinas tienen ojos (1977) o Pesadilla en Elm Street (1984), el realizador Wes Craven sacudió los cimientos del género con una obra tan sucia y polémica como La última casa a la izquierda (1972), que contaba la salvaje historia de dos chicas adolescentes que eran raptadas y torturadas hasta la muerte por un trío de maníacos sexuales. Libremente basada en El manantial de la doncella (Ingmar Bergman, 1960), la película se convirtió en un título de culto, famoso por su extrema violencia, que inauguró un prolífico subgénero de explotación denominado rape & revenge (violación y venganza). Aquellos aterradores relatos sobre muchachas sexualmente agredidas, que acababan con el no menos sanguinario ajusticiamiento de los verdugos (casi siempre a manos de las propias víctimas), encontraron algunos de sus exponentes más ilustres durante la década de los setenta. Así, la sueca Desenlace mortal (Bo Arne Vibenius, 1973), protagonizada por una estrella del cine X como Christina Lindberg, la italiana Violación en el último tren de la noche (Aldo Lado, 1975), o la estadounidense La violencia del sexo (Meir Zarche, 1978), no se quedaron atrás a la hora de mostrar un tipo de violencia explícita, casi insoportable para espectadores con estómagos sensibles, mientras que, ya en los ochenta, Abel Ferrara aprovechó la premisa para confeccionar uno de sus filmes más célebres, Ángel de venganza (1981). Este tipo de cine no solo ha generado enorme controversia por su alto contenido sádico, regodeándose en la violencia y el erotismo bizarro con fines morbosos, sino también por el modo en que sus historias aplicaban la ley del Talión con total naturalidad. Un criticado “ojo por ojo, diente por diente” que ya ejercía Charles Bronson en su mítica saga inaugurada con El justiciero de la ciudad (Michael Winner, 1974), donde su personaje, Paul Kersey, comenzaba a tomarse la justicia por su mano después de que su esposa e hija sufran una brutal agresión.

    Con semejante historial a sus espaldas, el rape & revenge no es algo, precisamente novedoso, por lo que la directora novel Coralie Fargeat pocas posibilidades tenía de aportar una nueva visión con su ópera prima Revenge (2017), cinta que recupera, por todo lo alto, unas premisas que, no obstante, han continuado frecuentando la gran pantalla durante los últimos años, “gracias” a los remakes La última casa a la izquierda (Dennis Iliadis, 2009) y Escupiré sobre tu tumba (Steven R. Monroe, 2010) y sus sucesivas secuelas. El guion de esta nueva entrega, obra de la propia Fargeat, es, como viene siendo una constante en el subgénero, de lo más sencillo e irrelevante. Al inicio de la película se nos presenta a la protagonista (víctima, heroína y, finalmente, verdugo), Jen, una despampanante joven que, con su melena rubia al viento, embutida en un sugerente minivestido rosa que deja poco espacio a la imaginación, y un chupachups en la boca que le otorga cierto carácter lolitesco, llega en helicóptero junto a Richard, su maduro amante (está casado y con hijos), a la casa que este tiene en mitad del desierto, alejada del mundanal ruido. Todo está preparado para que dos amigos del hombre se unan a la cita anual de caza que tendrá lugar en el inhóspito lugar, pero las cosas comienzan a tomar un cariz peligroso cuando la sensualidad de Jen despierta los instintos más primarios de los visitantes y uno de estos acabe violándola. Amenazados ante la idea de que la chica pueda denunciar los hechos y, con ello, se haga público su affaire, los tres hombres tratan de deshacerse de Jen lanzándola desde lo alto de una colina. Lo que no esperan es que la muchacha sobreviva a la caída y emprenda una sangrienta venganza contra ellos, en la que los roles de agresores y agredidos acaban subvirtiéndose. Si hay algo que diferencia a Revenge del resto de películas de este tipo es, ante todo, la mirada feminista que su realizadora aporta a la historia. Por ello, tenemos a un personaje central muy sexualizado y explosivo, al que le gusta gustar y que no se corta a la hora de bailar de modo provocativo o pasearse en ropa interior delante de los amigos de su amante, un tipo que presume de su conquista ante estos como si se tratase de un trofeo. Y, sin embargo, no esta circunstancia no justificaría, en ningún momento, que los hombres puedan adjudicarse el derecho a traspasar ciertas líneas para actuar como auténticos animales poseídos por sus más bajas pasiones.

    «Revenge es una obra tan perturbadora como divertida, que transita por lugares comunes con la intención de reinventarlos e insuflar nuevos aires (los propios del siglo XXI, en los que la mujer se ha cansado de tolerar cualquier tipo de opresión machista y ha actuado contra ella), a un género en el que todo parecía estar dicho».


    Curiosamente, y a pesar de que la cámara se recrea con generosidad en las sinuosas curvas de la estupenda Matilda Anna Ingrid Lutz, es sobre el actor Kevin Janssens, que da vida a Richard, sobre quien caen los mayores momentos de lucimiento físico. Acostumbrados como estamos a que el cine comercial (sobre todo el estadounidense) sea tan machista como para que sean siempre las actrices quienes aparecen completamente desnudas, mientras que sus compañeros masculinos se limitan a mostrar el trasero, en el mejor de los casos, aquí tenemos la oportunidad de darle la vuelta a los tópicos y tenemos a un villano que se pasa la mayor parte del metraje, incluido el largo clímax final en la casa, sin ropa. Se trata de un detalle aparentemente superfluo pero que supone toda una declaración de intenciones dentro de un género que, la mayoría de las veces, a tratado a la mujer como un pedazo de carne mancillado. A raíz del desafortunado “incidente” surge, cuán Ave Fénix, una Jen mucho más fría y dura. Una verdadera máquina de matar que, por caprichos de un guion que se toma demasiadas concesiones a la fantasía, haría palidecer al mismísimo John Rambo a la hora de curar las heridas más graves de su cuerpo. Revenge es una película que no conviene tomarse muy en serio. Una golosina visual, fotografiada en vivos colores por un Robrecht Heyvaert que saca el mayor partido de los azules cielos y los polvorientos desiertos en los que se desarrolla la cacería humana. Estéticamente, la cinta funciona algo así como un expresivo cómic ultraviolento, dotado de un brillante montaje y que aporta algunas imágenes de gran belleza (esas imágenes oníricas durante el delirio de la protagonista) que conviven con otras de inusitado contenido gore. En este sentido, el filme de Fargeat podría emparentarse fácilmente con ese estilo de torture porn que tan bien ha explotado el cine francés mediante cineastas como Alexandre Aja, Julien Maury y Alexandre Bustillo o Xavier Gens, pese a que hace gala de un esquinado humor negro y muy visual que haría las delicias de Peter Jackson o Sam Raimi en sus momentos más alocados (y alejados del mainstream). En definitiva, Revenge es una obra tan perturbadora como divertida, que transita por lugares comunes con la intención de reinventarlos e insuflar nuevos aires (los propios del siglo XXI, en los que la mujer se ha cansado de tolerar cualquier tipo de opresión machista y ha actuado contra ella), a un género en el que todo parecía estar dicho. | ✷✷✷✷ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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