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    Crítica | Una vida a lo grande

    Recorte personal, ampliación contextual

    Crítica ★★★★ de Una vida a lo grande (Downsizing, Alexander Payne, 2017).

    Cuesta creer que el último y ambicioso trabajo de un cineasta tan reconocido como Alexander Payne, protagonizado por toda una estrella como Matt Damon, elegido como filme de apertura en Venecia y respaldado por una gran productora como Paramount esté pasando tan desapercibido una vez estrenado, tanto entre el público asistente a las salas como entre los especialistas que están distribuyendo ya sus premios de toda la temporada. Esta escasa visibilidad es una triste ironía teniendo en cuenta la premisa de la cinta, acorde probablemente con las modestas pretensiones de su director, si atendemos tanto a un comentario que hizo antes de su puesta de largo, diciendo que esperaba que “a algunos les gustara”, como a su verdadero núcleo dramático, que apenas rompe con una trayectoria dedicada a contarnos historias cotidianas y crisis existenciales del norteamericano medio. En efecto, Una vida a lo grande estaría más cerca de este tipo de relatos familiares que de una verdadera sátira de ciencia ficción, aunque su engañoso marketing pudiera indicar lo contrario. Por ello encontramos en su protagonista rasgos similares a los del Miles de Entre copas (Sideways, 2004), el Matt de Los descendientes (The Descendants, 2011) o el David de Nebraska (2013): todos ellos hombres de mediana edad que emprenden un viaje para paliar su soledad y darle una vuelta a su vida, todos hombres “buenos” y en apariencia satisfechos en su comodidad y bienestar pero a la vez rozando la depresión e incapaces de afrontar, al menos en un principio, aquello que les impide superar su patética situación actual.

    En la película que nos ocupa, Paul (Damon) es un terapeuta ocupacional que tiene como cliente extracurricular a su propia madre y años después a su mujer Audrey (Kristen Wiig), periodo de tiempo en el que su acompañante ha cambiado pero no su casa ni su profesión. Ante la insistencia de aquella, de mudarse a un hogar más aseado y buscar nuevos objetivos, aparece una solución tan estrambótica como eficiente: empequeñecerse a una estatura de unas cinco pulgadas y trasladarse a una de las urbanizaciones especiales que se han diseñado y construido para acoger a esta gente diminuta, una vez que el descubrimiento de un científico noruego (Rolf Lassgård) que permite esta conversión se ha mostrado viable. De hecho el metraje arranca con una presentación del invento, tras la primera prueba exitosa sobre un ratón, y va encadenando secuencias en elipsis para no demorar este prólogo que abarca más de una década. Payne y su montador Kevin Tent encuentran un ritmo algo intricado para plasmar con el detalle necesario y a la vez con la apropiada ligereza esta introducción de personajes y el planteamiento del conflicto, sucediéndose escenas con encadenados visuales y audios solapados que atestiguan tanto la voluntad de síntesis (con probable descarte de varias tomas en montaje) como el tono clásico y sosegado que se quiere imprimir desde un comienzo. En otras palabras, se nos presenta una historia muy original y hasta surrealista en su concepción de la manera más anodina y rutinaria posible. Esto que podría parecer un fallo no lo es cuando recordamos la insignificancia existencial que caracteriza de primeras al personaje de Paul. Además de esta guisa se nos van dando datos sin llamar la atención sobre ellos, que luego se recuperarán mediante la simetría de la estructura narrativa que veremos, tales como la vocación de médico de nuestro héroe o la atención a su madre en situación de dependencia.

    «La estructura del libreto es pues meridiana y muy reveladora, demostrando el control y la sabiduría de Payne y su coguionista Jim Taylor para contarnos una historia con múltiples e inesperados elementos dentro de un marco bien delimitado y definido».


    Los paralelismos se manifiestan ya en la segunda parte que nos traslada a la mentada urbanización, de ilustrativo nombre Leisureland, un complejo de vivienda, ocio y empleo aislado del mundo exterior por unos muros en apariencia infranqueables. Todo en este escenario parece corresponderse con la utopía lujosa que promete el procedimiento de “reducción”, donde lo que un ser humano original puede comprar se multiplica ahora de forma exponencial. Además de este punto de vista económico, la otra gran justificación es ambiental, para la sostenibilidad de un planeta aquejado por la sobrepoblación. Son motivaciones contradictorias, egoísta una y altruista la otra, que reflejan el choque de intereses entre Paul y otros “reducidos” que lo rodean, en especial la expatriada vietnamita Ngoc Lan Tran (memorable Hong Chau), que desde su penuria física y material tiene como mayor preocupación ayudar a los demás necesitados; y el traficante serbio Dusan Mirkovic (divertido Christoph Waltz), que desde su opulencia y desparpajo comercializa con productos a tamaño normal que luego aportan grandes beneficios una vez divididos entre sus nuevos consumidores. Con estos dos nuevos personajes la cinta recupera la vis cómica y refuerza su componente de denuncia de las desigualdades y frustración del sueño americano. En efecto, las injusticias y la pobreza se reproducen en esta localización con alarmante familiaridad, y también se retoman las inquietudes que sentía el protagonista en su hábitat de partida, aunque salió del mismo para superarlas. Ahora tendrá la oportunidad de llevarlas a la práctica a menor escala y a la vez con mayor trascendencia, incluyendo un último acto donde resurge el compromiso medioambiental. Entonces el metraje vuelve a alargarse con una sucesión secuencial similar a la del prólogo, algo más errática en sus transiciones pero necesaria en su prolongación para acentuar esa comparativa con el principio, hasta que asistamos a un desenlace opuesto al anterior cuya fuerza emotiva y dramática trae causa del reflejo entre estas primera y tercera partes del metraje.

    Al final un breve epílogo también se apoyará en el recuerdo de la primera y única escena de Paul con su madre, diseñando así una doble simetría: entre Paul y su pareja en cada momento (Audrey y luego Ngoc), correspondiente al primer y último puntos de inflexión del guion, antes y después del grueso de la acción en Leisureland; y entre Paul y una persona mayor (su madre y luego un anciano mexicano), antes y después respectivamente de esos dos puntos, abriendo y cerrando cada uno la trama principal. La estructura del libreto es pues meridiana y muy reveladora, demostrando el control y la sabiduría de Payne y su coguionista Jim Taylor para contarnos una historia con múltiples e inesperados elementos dentro de un marco bien delimitado y definido. Esta concreción se antoja tanto más meritoria cuando se tiene en cuenta la combinación de géneros, transcurriendo entre el drama de los white people problems y una comedia que roza el slapstick, sin olvidar la ciencia ficción y el romance, así como las diversas derivaciones de su premisa. Así por ejemplo se plantea en alguna escena que la gente diminuta debería tener menos derecho al voto que el resto, ya que aportan menos a la economía, o en otra que los líderes autoritarios pueden usar el procedimiento para reducir literalmente a los disidentes, eliminando su oposición. Son escenas que además no están desconectadas de la narración central sino que contribuyen a explicar el comportamiento de sus protagonistas. Solo en algunos instantes la armonización del conjunto recae sobre comentarios generales en los que sus interlocutores pecan de cierto didacticismo, en lugar de extraerse por deducción del propio desarrollo narrativo. Pero es un defecto menor en una película que, pese a su humilde presentación, despliega una ambición fuera de toda duda que exige darle un valor especial sobre otras películas del montón cuyo riesgo, si lo hay, casi siempre es más estético que conceptual. | ★★★★ |


    Ignacio Navarro Mejía
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Noruega y Estados Unidos, 2017. Presentación: Festival de Venecia 2017. Título original: Downsizing. Dirección: Alexander Payne. Guion: Alexander Payne y Jim Taylor. Productoras: Paramount Pictures / Ad Hominem Enterprises / Annapurna Pictures. Fotografía: Phedon Papamichael. Montaje: Kevin Tent. Música: Rolfe Kent. Diseño de producción: Stefania Cella. Dirección artística: Jørgen Stangebye Larsen, Karl J. Martin y Doug J. Meerdink. Decorados: Patricia Larman, Karen Manthey y Odetta Stoddard. Vestuario: Wendy Chuck. Reparto: Matt Damon, Christoph Waltz, Hong Chau, Kristen Wiig, Rolf Lassgård, Ingjerd Egeberg, Udo Kier, Jason Sudeikis. Duración: 135 minutos.


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