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    Crítica | Nieve negra

    Bajo el aura bielinskyana

    crítica ★★★ de Nieve negra (Martin Hodara, Argentina, 2017).

    “No parecía haber una intención deliberada, pero los hechos trágicos vuelven significativo cualquier detalle…”.
    El camino de Ida, Ricardo Piglia.

    Nieve negra constituye un pequeño hito en la filmografía argentina, no por ser la primera producción que reúne los apellidos de las dos figuras actorales contemporáneas más consistentes del país (eso ya había ocurrido en la nominada al Óscar y ganadora del Festival de San Sebastián, Relatos salvajes), sino por ser la primera que los tiene frente a frente en una misma historia. Por una parte, Ricardo Darín, el todoterreno criollo, el hombre que actuó de todo y que llevó a la Argentina al nuevo milenio con Nueve reinas (2000), aquella película que, más que anticipar el colapso del 2001 mediante la resignación que su personaje manifestaba al abrir el paquete de un dulce traído de Grecia, fabricado por manos de afuera y no locales (“Crunchy: elaborado en Grecia… Este país se va a la mierda”), ponía en entredicho los provechos de la inflada “viveza argenta”, que a la par de otras desidias, desfalcos y abusos, había pavimentado el camino a la crisis económica, social y política más aguda de todos los tiempos. Por el otro, Leonardo Sbaraglia, que algunos años antes protagonizaría tres películas complementarias del rebusque y la corrupción definitorias de la segunda mitad de los 90’: Caballos salvajes (1995), Cenizas del Paraíso (1997) y Plata quemada (2000), basada en el libro homónimo de Ricardo Piglia y con guion de otro escritor, Marcelo Figueras. Una dupla que se demoró más de lo hubiésemos querido y que ahora los encuentra en el rol de hermanos. Tras el fallecimiento de su padre, Marcos (Sbaraglia) regresa a la Argentina con Laura (la española Laia Costa), su pareja embarazada, para enterrar las cenizas y convencer a su hermano Salvador (Darín) acerca de la conveniencia de vender una vasto terreno familiar ubicado en la Patagonia. Una minera canadiense está dispuesta a pagar nueve millones de dólares por él y ese dinero podrían repartírselo entre los dos y su hermana Sabrina (Dolores Fonzi), que está internada en un psiquiátrico. El inconveniente es que Salvador, un hombre resentido y aislado allí desde hace treinta años, no está dispuesto a abandonar las hectáreas donde además está enterrado un cuarto hermano, Juan. Con Sabrina sin poder terciar a causa de su insania, la pulseada debe resolverse entre ellos.

    Lo que podría haber disparado hacia un thriller ecológico-corporativo, con una empresa foránea queriendo hacerse con una jugosa fracción de uno de los pocos reservorios naturales que quedan, dos hermanos enfrentados y un dudoso intermediario (Federico Luppi), se decanta hacia un drama por la apropiación del sentido y de la verdad familiar. El espectador, ajeno como Laura a todo el trasfondo que ennegrece el trato entre los hermanos, irá topándose con diferentes versiones sobre la precipitada muerte de Juan, acerca de lo acaecido, lo que se dijo y lo que realmente pasó. El medio serán los artículos periodísticos de la época, algunos mensajes perdidos, las insinuaciones de un áspero Darín y, en mayor medida, los recuerdos de Sbaraglia. Cuando estos últimos sobrevienen, se consiguen las transiciones más fluidas del filme, con unos flashbacks que, en formato de plano secuencia, se adhieren a la narrativa del presente para enseñarnos lo que ocurrió en el pasado, por contraposición a otras partes más toscas con las que se reconstruyen los secretos. Mientras tanto la extranjería del personaje de Laia Costa, entendida de manera amplia, no solo se advierte en su desacople con los asuntos familiares de su marido o en su conmoción ante al insondable territorio patagónico que los recibe, fotografiado en sus carreteras zigzagueantes a través de bosques nevados (que no son, por cierto, los del sur de la Argentina sino los de los Pirineos) por un plano aéreo como el que Stanley Kubrick usara para escoltar el condenatorio ascenso en auto de los Torrance al Hotel Overlook en El resplandor (The Shining, 1980). Laura percibe que con Marcos son poco más que invitados no deseados en la cabaña de Salvador, que es una intrusa en esa historia filial irresuelta y que con el bebé que lleva dentro son una presa minúscula en las fauces de ese paisaje impertérrito; amenazas lindantes, todas ellas, que en la trama no se terminan de aprovechar, así como tampoco a los secundarios. Es su extranjería, empero, lo que la convertirá en el único personaje libre, en aquél que pueda decidir sin las ataduras de la culpa y el que acabe por fracturar el impasse que paraliza la cabaña.

    «La influencia “bielinskyana” es palmaria en Nieve negra: primero en la ambientación patagónica que coincide con la de la otra gran cinta de la sociedad Bielinsky-Darín, El aura (2005); segundo y más significativamente, en la colocación en el guion de un viraje final como el que hace diecisiete años dejara sin palabras a quienes salían de ver en las salas Nueve reinas».


    Hace bastante que Darín disfruta de escoger lo papeles que le placen o le calzan, y su colaboración con Martín Hodara en su opera prima es otro de los gustos que se da. A ambos los une una amistad que se remonta más allá de cuando uno era el protagonista de Nueve reinas y el otro asistente del director Fabián Bielinsky. Por cierto, la influencia “bielinskyana”, la de uno de los realizadores más promisorios al que, desgraciadamente, le tocó partir anticipadamente, es palmaria en Nieve negra: primero en la ambientación patagónica que coincide con la de la otra gran cinta de la sociedad Bielinsky-Darín, El aura (2005); segundo y más significativamente, en la colocación en el guion de un viraje final como el que hace diecisiete años dejara sin palabras a quienes salían de ver en las salas Nueve reinas. No obstante la interpretación que estaríamos habilitados a hacer de estas dos películas que no son políticas pero que sí son una muestra de su tiempo tendría que estar actualizada por todo lo ha venido pasado en el país. Así, cuando en los albores de la crisis los socios estafadores “acostaban” al personaje de Darín, al tipo que pensaba que nada podía pasarle, que se las sabía todas, en las afueras de los cines y desde Ushuaia a la Quiaca se estaba “acostando” al pueblo argentino (en la más política concepción del término), lo dejaban en la lona, quebrado. Hoy, en función de individualismos y lucros mayores, la lectura podría ser parcialmente distinta: que otra vez están los que ganan y son los mismos que ya se habían salido con la suya, pero que también vuelve a perder el que había perdido antes, el hombre amargado y honrado que, como Salvador, se encontró a sí mismo pagando por los males que otros generaron, y al que de todas formas arruinaron nuevamente. La nieve ha vuelto a ser regada de sangre. | ★★★ |


    Nicolás Woszezenczuk
    © Revista EAM / Buenos Aires


    Ficha técnica
    | 1h 30 min | Argentina, España 2017. Director: Martin Hodara. Guionistas: Martin Hodara, Leonel D’Agostino. Reparto: Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín, Laia Costa, Federico Luppi, Dolores Fonzi, Andrés Herrera, Biel Montoro, Mikel Iglesias, Liah O’prey, Ivan Luengo. Fotografía: Arnau Valls Colomer. Música: Zacarías M. de la Riva. Productoras: Pampa Films, A Contracorriente Films, Bowfinger International Pictures, Gloriamundi Producciones, INCAA, Telefe, Tieless Media.


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