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    Crítica | Hello, my name is Doris

    Hello, my name is Doris

    Nunca es tarde para volver a enamorarse

    crítica de Hello, My Name Is Doris (Michael Showalter, Estados Unidos, 2015).

    El cine independiente americano, indie para los amigos, surgió por definición para independizarse de las producciones que hasta entonces venían ofreciéndose y para seguir un camino autónomo, sin pautas ni directrices, narrando con estilo cercano y libre historias más o menos cotidianas. Sin embargo, en los últimos años ha pasado a formar una categoría propia, adquiriendo sus propias señas de identidad que se repiten de una película a otra. Hablamos de la consabida mezcla de drama y comedia; del estilo visual entre casero y profesional; o de determinados personajes como los padres buenrollistas, la novia inesperada o el consejero ocasional. A esta tendencia han contribuido el mercado de Sundance, donde casi por obligación tiene que pasar todas las cintas que pretendan llamarse indie; y la propia cultura de remakes, referencias y modelos en la que vivimos actualmente. El prestigio que rodea a este tipo de cine sigue en gran parte intacto, pero cada vez es más difícil encontrar en un seno algún ejemplo que se salga de la norma, aún respetando esa voluntad original por contarnos algo familiar y sincero. Para ello una buena alternativa puede ser la oferta que plantea el multifacético festival South by Southwest, celebrado en primavera después de Sundance y en principio destinatario de los restos que no han podido estrenarse allí, aunque el mismo también ha acogido premieres de enjundia, como este año la de Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!, Richard Linklater, 2016).

    A esta le ha acompañado Hello, My Name Is Doris, segundo largometraje de Michael Showalter, más conocido por su labor interpretativa y televisiva. Coescribe además el libreto junto a Laura Terruso, directora del corto Doris & The Intern (2011) en que ambos se inspiran ahora. El cambio de título está justificado porque el foco del relato es el que relaciona a la protagonista Doris (Sally Field) con un recién llegado a su empresa, John (Max Greenfield), que ya no es un becario sino el nuevo director artístico. Ella siente un flechazo inmediato pero él, un guaperas muy simpático unos treinta años más joven, que en cambio no sospecha que su interés pueda ir más allá de la amistad. A partir de esta premisa asistimos por tanto a un típico desarrollo romántico de conquista, malentendidos, frustraciones y pasiones, aunque esa tipicidad pronto se desvanece por una serie de cuestiones. La primera afecta al protagonismo a cargo de Sally Field, desafiando las convenciones hollywoodienses que marginan a las actrices que han sobrepasado los cuarenta años, todavía más teniendo en cuenta la diferencia de edad con el compañero de trabajo que la tiene hechizada. También hay que destacar que esta Doris es un personaje peculiar, ya que el metraje arranca con la muerte de su madre a quien ha cuidado durante casi toda su vida, obstaculizando de esta manera sus relaciones sociales y su propio desarrollo emocional, aunque ello no convierta su extravagancia en vergüenza sino en gracia. En cualquier caso, su única cómplice es su amiga Roz y de paso su nieta Vivian, mientras que su hermano Todd y su mujer Cynthia la tratan con bastante desprecio: solo les interesa que salga de la casa de la fallecida para que puedan venderla.

    Hello, my name is Doris

    «Revela el buen ojo de Showalter para dar rasgos definidos a su trabajo, ya que sólo en un puñado de planos se presentan las circunstancias de arranque de la historia[...] A partir de ahí se mantendrá este alarde de economía narrativa, sólo interrumpida en un par de ocasiones para presenciar unos hechos en apariencia ajenos que bien vistos confirman su esencia tan estrafalaria como ingenua y genuina».


    Lo cierto es que estos personajes secundarios rozan la caricatura, algo meridiano en momentos concretos como cuando Roz y Doris acuden a un seminario de autoayuda, o sobre todo cuando Todd le pide a Doris que reconsidere su postura, viniéndole entonces a aquel las lágrimas y las contorsiones sin apenas antecedentes que hicieran pensar que su tozudez podría reblandecerse. De hecho la propia y experimentada Field tontea a menudo con la sobreactuación, aunque sus muecas se justifican en su pasado aislado y traumático, y siempre están al servicio de los encendidos sentimientos que alberga. Un buen ejemplo es la escena en la que Doris decide vengarse de cierta humillación que ha sufrido por parte de John, escribiendo un mensaje comprometedor en su Facebook, mientras suena la canción Smoke Gets In Your Eyes de The Platters. Asistimos entonces a una afortunada combinación entre fondo y forma, apuntando ambos hacia la ligereza nostálgica. Y ello nos adelanta que a diferencia del equilibrio autoimpuesto de otras muchas películas de este nivel, Hello, My Name Is Doris se inclina claramente hacia la comedia, dejando el drama en un segundo plano. Es más, incluso ese inicio marcado por la tragedia y el subsiguiente entierro tiene un tono liviano, patente en la figura de un cura amable y algo jocoso, extendiendo así a los personajes más residuales ese aire burlesco, casi paródico, aunque sin romper nunca el compromiso de franqueza y espontaneidad.

    Por otro lado, este comienzo revela el buen ojo de Showalter para dar rasgos definidos a su trabajo, ya que sólo en un puñado de planos (algunos angulares y fijos para desviarse todavía más de la corriente) se presentan las circunstancias de arranque de la historia, junto a la protagonista y su entorno, así como su conexión con el mundo moderno y juvenil al que deberá ajustarse, manifiesta en la toma de los dos niños de su hermano jugando a la consola en medio del velatorio. A partir de ahí se mantendrá este alarde de economía narrativa, sólo interrumpida en un par de ocasiones para presenciar unos hechos en apariencia ajenos que bien vistos confirman su esencia tan estrafalaria como ingenua y genuina. Es un mérito aglutinar todos estos componentes en un metraje que apenas alcanza la hora y media, aunque ello también conlleve un desenlace algo apresurado, sobre todo porque el punto de guion que lo precede resulta un tanto forzado. Parecería como si Showalter, para no traicionar su espíritu de síntesis, se sintiera en el deber de resolver rápidamente las varias tramas pendientes, aun a costa de cierta brusquedad e irregularidad en su ritmo. En otras palabras, falta quizás cierta ambición en el conjunto para ahondar en unos personajes y unas relaciones tan interesantes y con tanto potencial, aunque a la vez ello permita que su desarrollo sea siempre ameno y divertido. Además, el anterior es un fallo menor que puede disculparse por la poca experiencia tras las cámaras del citado director, y sobre todo por haber conseguido reformular un núcleo común a este tipo de historias con pocos recursos y apenas un par de cambios de tono y dirección respecto a los que estamos acostumbrados. | ★★★ ½ |


    Ignacio Navarro Mejía
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2015. Presentación: Festival South by Southwest 2015. Dirección: Michael Showalter. Guion: Michael Showalter & Laura Terruso. Productoras: Red Crown Productions / Haven Entertainment. Fotografía: Brian Burgoyne. Montaje: Robert Nassau. Música: Brian H. Kim. Diseño de producción: Melanie Jones. Dirección artística: Catherine Devaney. Decorados: Karuna Karmarkar. Vestuario: Rebecca Gregg. Reparto: Sally Field, Max Greenfield, Tyne Daly, Stephen Root, Wendi McLendon-.Covey, Peter Gallagher, Isabella Acres. Duración: 95 minutos.

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