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    Crítica | El desafío (The walk)

    The walk

    Caminar sobre las nubes

    crítica de El desafío (The Walk, Robert Zemeckis, 2015).

    ¿Qué fue lo que empujó a un joven funambulista francés como Philippe Petit a embarcarse en un viaje a Estados Unidos desde París para acometer esa hazaña, tan suicida como genial, de caminar sobre un cable de acero los 43 metros que separaban unas Torres Gemelas recién construidas? Sin ningún tipo de sujeción de seguridad, a 110 pisos del suelo —ni más ni menos que 420 metros de altura—, haciendo frente a la fuerza del viento y esquivando todas las medidas de seguridad —se trataba de una función totalmente ilegal, por lo que la policía tuvo que tomar cartas en el asunto—, el 7 de agosto de 1974, Petit se enfrentó cara a cara con la muerte y pasó a la historia. Aquel soñador de 25 años, arriesgado y anárquico, tras haber realizado pequeñas proezas en lugares emblemáticos como la Catedral de Notre Dame o la Torre Eiffel, había visto en las páginas de un periódico la imagen de aquellos dos colosales edificios de acero y hormigón del World Trade Center, quedando inmediatamente fascinado por su monstruosa belleza. Sin duda, era el lugar perfecto donde poner su cable y demostrar al mundo que el ser humano no conoce fronteras a la hora de tratar de llevar a cabo sus sueños. Y tanto que lo logró, ya que hizo el peligroso paseo hasta en 8 ocasiones a lo largo de los 45 minutos que duró la función. Aquella aventura quedó recogida en el magnífico documental británico Man on Wire (James Marsh, 2008), la apasionante narración del propio protagonista, acompañada de una detallada reconstrucción dramática del suceso y abundante material de archivo, que mereció, entre otros muchos galardones, el Óscar, el BAFTA o los del público y jurado de Sundance.

    Robert Zemeckis siempre ha destacado por ser uno de los cineastas que más y mejor han sabido emplear la magia de los efectos especiales en sus películas, dando siempre prioridad a sus historias y al trabajo de los actores, sin que éstos se viesen eclipsados por unas nuevas tecnologías que eran inteligentemente puestas al servicio de las características de cada relato. Lo demostró en la década de los 80 con la brillante trilogía de Regreso al futuro o con aquella inolvidable combinación de imagen real y animación que fue ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, llegando a tocar el cielo con obras tan aclamadas como Forrest Gump (1994) —por la que ganó los Oscars a mejor película y mejor director— o Náufrago (2000). Tras un puñado de filmes de animación en 3D, despachados con desigual fortuna, y un drama tan sorprendentemente adulto como El vuelo (2012), Zemeckis parece recobrar el brío y el entusiasmo de sus mejores tiempos con esta The Walk (2015) que devuelve a la gran pantalla la historia del equilibrista que caminó sobre el cielo de Nueva York. Pese a basarse en los hechos reales sacados de sus memorias, el director no se limita a realizar el típico biopic académico, dotando a la hazaña de Petit de genuinos momentos de gran espectáculo —una estrategia similar a la empleada por Spielberg para llevar al cine las correrías del delincuente juvenil Frank W. Abagnale en Atrápame si puedes (2002)—, ese que tan bien domina Zemeckis y del que deberían aprender muchos realizadores más jóvenes y que manejan presupuestos multimillonarios en grandes superproducciones sin tener ni idea del sentido del ritmo ni de cómo emocionar. Con un jovial y muy expresivo primer acto que presenta los primeros pinitos de Petit en el arte del funambulismo en la romántica capital francesa, así como las enseñanzas de su mentor Papa Rudy, toda una celebridad en el campo, la película adopta unas maneras próximas a las de un cuento fantástico cargado de energía y sentido del humor, patente desde ese inicio, un tanto irreal, en el que el protagonista comienza a narrarnos su historia en primera persona, encaramado a lo más alto de la Estatua de la Libertad.

    The walk

    «Magníficos 45 minutos finales, donde se centra en el impacto emocional (y muy visual) del momento álgido, resucitando para la ocasión, en todo su esplendor, las desaparecidas Torres Gemelas».


    Una vez visto el trabajo de Joseph Gordon-Levitt en la piel de Petit (con encantador acento francés incluido) resulta difícil imaginar una elección mejor para el papel. El actor se las arregla para transmitir la gran creatividad y esa energía desbordante de un personaje que, también, tiene momentos en donde muestra su cara más obsesiva y hedonista, sin dejar de resultar simpático. A su lado, el resto de actores tienen poco margen para brillar pero, aun así, funcionan con eficacia como perfectos compañeros de aventura, sobre todo el siempre cumplidor Ben Kingsley en un papel de maestro que le sienta como un guante. El resto de la pandilla de Petit también está dibujada a grandes rasgos, ejerciendo sus integrantes poco menos que de simpáticos secundarios cómicos o, en el caso de Charlotte Le Bon, de leve contrapunto romántico, alrededor de un Gordon-Levitt que se adueña sin problemas de la función. Estas subtramas, desarrolladas en un segundo acto en el que el plan se pone en pie, con el artista alistando a estos cómplices que le ayudarían a ejecutar el “crimen artístico del siglo” y los preparativos previos al mismo, representan el punto menos inspirado del guion, pese a estar resueltas de manera ágil y entretenida.

    El verdadero plato fuerte de The Walk lo encontramos, por lo tanto, en sus magníficos 45 minutos finales, cuando se centra en el impacto emocional (y muy visual) del momento álgido, resucitando para la ocasión, en todo su esplendor, las desaparecidas Torres Gemelas. En este sentido, los efectos especiales son tan asombrosos que resultan, casi, imperceptibles, consiguiéndose a la perfección la buscada sensación de vértigo e infinito vacío bajo los pies de este mago de las alturas. La brillante secuencia de la actuación (17 minutos de duración tan tensos como el mismo cable que soporta el peso de Petit, en los que el 3D está, por una vez, plenamente justificado) está inundada de auténtico sentido del espectáculo, constituyendo uno de los momentos cinematográficos más vibrantes y estéticamente poderosos de los últimos tiempos, de esos que quedan grabados a fuego en la retina. La explosiva mezcla de sentimientos encontrados (libertad, soledad, indefensión, peligro, euforia) que experimenta el artista una vez que ha dado el primer paso sobre el cable está también muy bien descrita, gracias, en parte, a la delicada labor de expresión corporal de Gordon-Levitt (esa poética imagen suya saludando a las Torres y a los neoyorquinos mientras suena de fondo la pieza Para Elisa de Beethoven). A estas alturas de su carrera, con cuatro décadas de trabajo a sus espaldas, queda claro que Zemeckis ha trascendido de ser un notable director comercial a un cineasta con gran sensibilidad, capaz de emocionar hasta el infinito con una historia de locos soñadores en la que la ciudad de los rascacielos ejerce más un papel co-protagonista que de colosal escenario, sobre todo esas añoradas Torres Gemelas a las que se rinde homenaje en el hermoso plano que cierra la película. | ★★★★ ½ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2015. Título original: The Walk. Director: Robert Zemeckis. Guión: Christopher Browne, Robert Zemeckis (Libro: Philippe Petit). Productores: Jack Rapke, Tom Rothman, Steve Starkey, Robert Zemeckis. Productoras: ImageMovers / Sony Pictures Entertainment / TriStar Productions. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Alan Silvestri. Montaje: Jeremiah O´Driscoll. Dirección artística: Félix Larivière-Charron. Reparto: Joseph Gordon-Levitt, Charlotte Le Bon, Ben Kingsley, James Badge Dale, Cesar Domboy, Clement Sibony. Benedict Samuel, Vittorio Rossi, Ben Schwartz, Steve Valentine, Mark Camacho.

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