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    Crítica | Mistress America

    Mistress America

    Madurez selectiva

    crítica a Mistress America (Noah Baumbach, 2015).

    — «Puede que sea demasiado cínica», dijo Catherine.
    — «Si eso te preocupa, lo más probable es que no lo seas».

    Actualmente se aprecia una paradójica tendencia contracultural consistente en auto-asignarse valores propios de una personalidad adusta, con la única esperanza de conseguir que el resto de personas tenga una opinión de nosotros con la que nos sintamos identificados pero que, precisamente por culpa de nuestras ataduras a las corrientes culturales estandarizadas, somos incapaces de adquirir de manera natural y espontánea. Algo muy parecido a lo que Richard Ford expresó en El periodista deportivo (The Sportswriter, 1986) para definir la hipocresía procedimental del estadounidense de clase media-alta. Noah Baumbach se olvida por un momento de la sociedad americana contemporánea y de sus generalizados valores y principios, esos que con tamaña certeza y asombrosa facilidad supieron destacar algunos de los grandes escritores del siglo XX, como el propio Ford, subrayando casi con absoluta equidad sus virtudes y sus cuantiosos defectos; Mistress America, eso sí, se centra de lleno en el colectivo favorito del genial director: los neoyorquinos soñadores que viven en su particular centro del universo, autoproclamándose los fundadores de cada nuevo brote de vanguardismo como si, efectivamente, Manhattan fuera el centro neurálgico de la evolución cultural mundial. Como siempre, el realizador se mueve en el escenario neoyorkino más erudito, el de la clase intelectual y pobre que lucha por el éxito y por alcanzar la fama de la que disfrutan sus admirados —aunque nunca más capacitados— modelos artísticos. No importa lo bohemios que sean, ni el rechazo que exterioricen hacia las fuentes de expresión pertenecientes al mainstream, su último objetivo siempre consistirá en la popularización y el reconocimiento de su obra, y, por ende, el de sí mismos como autores respetados.

    Es en ese ambiente de exquisito fariseísmo donde encontramos a la recién llegada Tracy, quien se prepara para iniciar su andadura académica en la universidad de Columbia. Una joven y prometedora escritora que, pese a no disponer de la carismática popularidad del artista contemporáneo, sí cuenta con el talento. Conocedora de ello, enfocará todos sus esfuerzos en entrar en una exclusiva sociedad literaria de la que salen los ensayos críticos más influyentes del panorama universitario; una madriguera de personajes siniestros y petulantes, sin ninguna piedad por los sentimientos de los ingenuos aspirantes que sueñan con engrosar el número de afiliados de Moebius. Su proceso de adaptación a la gran manzana no será fácil, mucho menos cuando su único amigo aparezca de la noche a la mañana con una novia que, evidentemente, la desplaza en su lista de prioridades. Así se traduce la aburrida y solitaria vida del inadaptado, con la certeza de ser la única persona en esa ciudad llena de oportunidades cuyos planes se reducen al gris y melancólico desamparo de su dormitorio. Y entonces aparece Brooke, y el reloj se detiene, y el tiempo vuelve a la vida [1], y Nueva York deslumbra con la fuerza de todos los carteles luminosos de Times Square, y la cámara se llena de vida mientras enfoca el rostro sonriente de un torbellino de energía positiva, y la música suena con más optimismo, y el aire sopla más fresco, y la ciudad ya no nos parece tan grande, ni nuestra existencia tan pequeña, y la vida de repente empieza a cobrar sentido porque una mujer de treinta años está dispuesta a hacer realidad sus sueños, contagiándonos su entusiasmo de tal manera que la seguimos fielmente seguros de que junto a ella todo es posible. La primera aparición de la musa de Baumbach, Greta Gerwig, es pura magia. La actriz que nos cautivó hace tres años con su papel en blanco y negro en Frances Ha, lo vuelve a hacer, ahora a todo color, para reivindicarse como la mejor actriz independiente de su generación.

    Mistress America

    «La primera aparición de la musa de Baumbach, Greta Gerwig, es pura magia. La actriz que nos cautivó hace tres años con su papel en blanco y negro en Frances Ha, lo vuelve a hacer, ahora a todo color, para reivindicarse como la mejor actriz independiente de su generación».


    En esta ocasión, la dramaturgia del director no se apoya únicamente en la gran potencia interpretativa de Gerwig, sino que consigue sacar un resultado prodigioso de la evidente química que surge entre las dos actrices principales, quienes formarán un equipo perfecto, tanto en labores actorales como dentro de la propia ficción, para conseguir impresionar a propios y extraños en la consecución de su particular empresa. Al parecer el padre de Brooke va a casarse con la madre de Tracy, haciendo que las dos recientes e inseparables amigas queden unidas por un vínculo familiar muy poderoso del que ambas, sobre todo la joven e impresionable Tracy, se sienten muy halagadas. Desde el comienzo de esta relación semi-romántica se aprecia que ambos personajes representan dos estilos de vida completamente antagónicos, por lo que tienden a complementarse mutuamente. Sin embargo, el universo creado por Baumbach es muy frágil y volátil, sus personajes se verán amenazados en todo momento por su propia volubilidad psicológica y la inconsistencia del entorno, que desafía su estabilidad emocional y creativa, y hace que se sumerjan en el caos más histriónico y casi onírico de las extravagantes situaciones a las que se ven expuestos, desatando en todos ellos una angustia incontrolable y un estado neurótico de consecuencias hilarantes. Pese a ello, ni toda la ironía con la que son atacados estos neoyorquinos arquetípicos es suficiente para romper el encanto que desprenden los personajes, figuras que generan una inexorable atracción gracias a su poderoso campo gravitatorio compuesto del egocentrismo más entrañable, y esto lo consigue Baumbach por medio del gran respeto con el que trata a cada uno de ellos. Su trabajo como narrador consiste en ponerlos frente al espejo para que sean capaces de tomarse un minuto y contemplar sus inseguridades, sus imperfecciones y sus temores pero, a diferencia de otros autores cómicos, ese espejo no está distorsionado para cumplir un único propósito: la humillación; el realizador no humilla a sus creaciones, es consciente de lo difícil que resulta la expresión artística en nuestra sociedad tendente a la crítica destructiva, por ello buscará el escarmiento aleccionador del arrogante y el incauto, a partes iguales, mediante una dosis de realismo descarnado que será presentado atendiendo a la valiente humildad, la clave de este realizador para conseguir dar una visión certera del artista.

    Mistress America

    «En la superficie encontramos una maravillosa historia de amor, llena de un sutil y ácido humor incesante y envuelta en una fotografía que no deja de sorprendernos con el “plano perfecto”, a cargo del recurrente colaborador de Baumbach, Sam Levy».


    Durante el proceso de ensimismamiento en el que se encuentra Tracy al ver cómo su nueva heroína, Brooke, consigue todo lo que se propone en la vida, el novio de esta última la deja tirada por teléfono, la echa de su apartamento y se aleja de un negocio común a medio empezar. En ese momento todo se desmorona para la extrovertida mujer, quien tendrá que reponerse del duro varapalo y enfrentarse bizarra de nuevo a su destino, mientras su joven admiradora empieza a tomar consciencia de que no existe esa figura idealizada que tenía en su mente, por lo que su adulación incondicional poco a poco se desvanece y esto le permite mirar más objetivamente al mundo, aportándole una gran dosis de inspiración artística con la que seguir escribiendo. Entre tanto, los espíritus guiarán a Brooke y, por un simple efecto dominó, a Tracy, a su extremadamente sensible amigo y a su celosa novia, a enfrentarse cara a cara con su “némesis”, una vieja compañera de clase que le robó su novio, su idea y sus gatos. Pero para llegar hasta ella tendrán que superar una serie de obstáculos, cada uno más delirante, como una reunión de tupperware para embarazadas ultra-inteligentes. El realizador arremete contra el neoyorquino atado a toda clase de bienes materiales y sentimentales que no se puede permitir —un coche, un apartamento céntrico, una amiga, un novio, el amor incondicional de un marido… la eterna juventud.—. Todo se precipita en una decepcionante consecución del sueño, el final feliz que nos demuestra que no existen los cuentos de hadas. El gran desencanto utópico se genera precisamente al lograr la meta establecida, sólo para darnos cuenta de que esa meta prefijada estaba equivocada desde el comienzo. Sin embargo, en la persecución de ese sueño llegará el verdadero premio: la construcción de la propia identidad, forjada a base de un trabajo constante por mantenernos a flote. En la superficie encontramos una maravillosa historia de amor, llena de un sutil y ácido humor incesante y envuelta en una fotografía que no deja de sorprendernos con el “plano perfecto”, a cargo del recurrente colaborador de Baumbach, Sam Levy. Un amor fraternal entre dos mujeres, mostrado con una intensidad que hace que no echemos en falta, en ningún momento, a uno de los elementos hasta ahora indispensables en toda comedia romántica: el hombre, cuya representación minoritaria, y en segundo plano, será un simpático complemento al gran complejo puzle feminista, creado a través de ese relato intradiegético que da título a la película y nos devuelve la fe en la comedia sofisticada: Mistress America. Woody Allen encontró, por fin, un sucesor a su altura. | ★★★★★ |


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / Dublín.


    [1] “Los relojes matan el tiempo. El tiempo está muerto siempre que sea marcado por unas pequeñas ruedas; sólo cuando el reloj se detiene el tiempo vuelve a la vida.” William Faulkner, El ruido y la furia (The Sound and the Fury, 1929)

    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2015. Título original: Mistress America. Director: Noah Baumbach. Guion: Noah Baumbach, Greta Gerwig. Fotografía: Sam Levy. Música: Dean Wareham, Britta Phillips. Duración: 84 minutos. Productora: Fox Searchlight / RT Features. Montaje: Jennifer Lame. Diseño de producción: Sam Lisenco. Diseño de vestuario: Sarah Mae Burton. Intérpretes: Greta Gerwig, Lola Kirke, Matthew Shear, Jasmine Cephas-Jones, Heather Lind, Michael Chernus, Cindy Cheung, Kathryn Erbe, Dean Wareham. Presentación oficial: Festival Internacional de Sundance 2015.

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