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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Bernie

    Bernie

    Entrañable encantador de serpientes

    crítica de Bernie (Richard Linklater, 2011).

    Si hay algo que no se le puede negar al realizador Richard Linklater es su valentía a la hora de afrontar proyectos arriesgados y a contracorriente de cualquier moda, llevados a buen puerto gracias a fuertes actos de implicación durante largos intervalos de tiempo. Así, las joyas más brillantes de su corta pero rotunda filmografía serían la maravillosa e intimista historia de amor entre Céline y Jesse (inolvidables Julie Delpy y Ethan Hawke), retomada cada 9 años en una trilogía inaugurada con Antes del amanecer (1995), y, sobre todo, ese experimento fílmico que fue Boyhood (2014), retrato de una familia que fue rodado en 39 días a lo largo de 12 años. Con este último trabajo, emotivo y sincero, Linklater obtuvo las mejores críticas de su carrera, a las que se añadieron seis nominaciones al Óscar y tres Globos de Oro entre los que se incluían los de mejor película dramática y mejor director. Sugestivas cintas de animación para adultos como Waking Life (2001) y A Scanner Darkly (2006) son otras de las muescas del Linklater más radical que, no obstante, logró su mayor éxito comercial con la comedia familiar Escuela de rock (2003), construida a mayor gloria del cómico Jack Black, que logró recaudar más de 130 millones de dólares a nivel mundial. Ocho años más tarde, director y protagonista se volvieron a unir para rodar Bernie (2011), título de características y aspiraciones bien diferentes que, por desgracia, pasó mucho más inadvertido en su paso por las salas comerciales. Tal fue su discreta recepción que su estreno en España llega, propiciado por el éxito de Boyhood, con cuatro años de retraso, un periodo de tiempo que para Linklater, vistos sus antecedentes, tampoco debería parecer demasiado largo.

    Bernie, a pesar de su apariencia simpática y ligera, esconde tras de sí un trágico hecho real que formó parte de la crónica negra de Texas. Un caso que sorprendió a todos los habitantes de la idílica localidad de Carthage y que creó gran controversia durante su desarrollo judicial, ya que la balanza del clamor popular se inclinaba más a defender (e incluso a justificar) al verdugo más que compadecerse de la víctima. Marjorie Nugent no era una persona especialmente querida en su ciudad. Una anciana huraña y déspota, que miraba a sus vecinos por encima del hombro desde su posición de adinerada viuda del banquero más odiado de la ciudad no era el tipo de persona a la que se le echaría de menos tras su muerte. Por el contrario, Bernie Tiede, el director de la funeraria local, era un tipo que se hacía querer por todos. Amable, bueno, generoso, siempre dispuesto a aportar su granito de arena a cualquier causa que sirviera para ayudar a los demás y con una capacidad innata para encontrar las exactas palabras de consuelo hacia el que sufre. Un ciudadano ejemplar al que nadie creería capaz de cometer un asesinato a sangre fría y de quien la prensa sensacionalista se encargaría de sacar a relucir los abusos sexuales a los que fue sometido durante su niñez y que le habrían ocasionado un trauma imborrable. Richard Linklater, ayudado por el periodista Skip Hollandsworth, quien cubriera el reportaje de la noticia para el Texas Monthly, es el artífice de un guión que roza lo suicida al convertir aquella historia en una comedia negra, manteniendo la imagen que, sobre los implicados, conservan los vecinos, y dibujando al asesino como un ser adorable, víctima de una enajenación transitoria, y a la difunta como una bruja odiosa de la que es prácticamente compadecerse. Del mismo modo, omite los detalles más escabrosos de la vida de su personaje central, pasando de puntillas por su condición homosexual.

    Bernie

    «Linklater lo ha vuelto a conseguir y la suya es una de las propuestas humorísticas más inteligentes y amenas surgidas del cine independiente norteamericano de los últimos años, que consigue extraer sonrisas de la tragedia sin que el espectador sienta el más mínimo remordimiento por ello».


    Aunque pueda parecer que estamos ante una obra menor de su director y tal vez, desde el punto de vista de su falta de pretensiones, esto sea así, lo cierto es que Bernie es una excelente y muy audaz comedia negra que camufla una historia no demasiado sorprendente ni rompedora bajo una original puesta en escena que combina el formato de falso documental con entrevistas reales a vecinos de Carthage que vivieron en primera persona aquellos acontecimientos, y la parte de ficción, sin que en ningún momento se distinga la suave línea que separa a los actores de los que no lo son. A través de los testimonios, muchos de ellos hilarantes y cargados de mordacidad, se nos van dibujando las personalidades de los protagonistas y las circunstancias que pudieron desencadenar tan fatales hechos. Jack Black, uno de esos cómicos norteamericanos que tienden a ser ninguneados a la ligera fuera de sus fronteras, realiza toda una creación cargada de genialidad metiéndose en la piel del personaje de Bernie. Su sutil amaneramiento, la forma en que imposta la voz y sus maravillosas dotes para el canto son tan solo algunas de las características más destacadas de un trabajo redondo en el que logra algo tan difícil como que el público, al igual que los vecinos, se solidarice con la causa de este pobre asesino. Como contrapunto perfecto, Shirley MacLaine, la que fuera encantadora musa de Billy Wilder en obras maestras de la comedia como El apartamento (1960) o Irma la dulce (1963), vuelve a sacar a relucir esa faceta antipática y borde que tan bien se le diera en La fuerza del cariño (1983) —Óscar a la mejor actriz incluido— para encarnar a la malhumorada, egoísta y repelente señora Nugent. La química entre ambos, así como el desarrollo de la relación que se establece entre sus personajes, que evoluciona desde la amistad “desinteresada” hasta un terrorífico sentimiento de posesión, es brillante. Matthew McConaughey, por su parte, vuelve a demostrar su capacidad camaleónica en un divertido rol del fiscal encargado de ponerle las cosas difíciles a Bernie.

    La película, marcadamente costumbrista, hace una hábil radiografía de la América profunda, al igual que plantea interesantes cuestiones sobre hasta qué punto la justicia legal puede llegar a estar reñida con los juicios mediáticos. Linklater factura una cinta que, a medio camino entre esos dramas criminales, siempre salpicados de un punzante sentido del humor, de los hermanos Coen —Fargo (1996) a la cabeza— y aquella pequeña y reivindicable perla dentro de la filmografía de Robert Altman que fue Cookie´s Fortune (1999), toca temas que pueden parecer morbosos, desde una óptica natural y desdramatizada. Un perfecto ejemplo de ello sería la modélica escena en la que Bernie enseña, meticulosamente, las apasionantes artes del embalsamamiento a un cadáver ante un nutrido grupo de estudiantes, todo un lúcido reflejo del concepto tan práctico que el protagonista tiene de la muerte. Suele decirse que nunca es tarde si la dicha es buena, algo que debería aplicarse al tardío estreno de esta agradable sorpresa. Linklater lo ha vuelto a conseguir y la suya es una de las propuestas humorísticas más inteligentes y amenas surgidas del cine independiente norteamericano de los últimos años, que consigue extraer sonrisas de la tragedia sin que el espectador sienta el más mínimo remordimiento por ello. | ★★★★ |


    José Antonio Martín León
    © Revista EAM / Las Palmas de Gran Canaria


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2011. Título original: Bernie. Director: Richard Linklater. Guión: Richard Linklater, Skip Hollandsworth. Productores: Liz Glotzer, Richard Linklater, Matt Williams, Celine Rattray, Judd Payne, Dete Meserve, David McFadzean. Productoras: Castle Rock Entertainment / Collins House Productions / Deep Freeze Production. Fotografía: Dick Pope. Música: Graham Reynolds. Montaje: Sandra Adair. Diseño de producción: Bruce Curtis. Dirección artística: Rodney Becker. Reparto: Jack Black, Shirley MacLaine, Matthew McConaughey, Rick Dial, Gary Teague.

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