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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica (II) | A pigeon sat on a branch reflecting on existence

    A pigeon sat on a branch reflecting on existence

    El camino no elegido

    crítica a En duva satt på en gren och funderade på tillvaron (Roy Andersson, 2014)

    La lluvia le dijo al viento:
    -Empuja tú que yo azoto
    y tanto hirieron el soto
    que de las flores altivas,
    doblegadas pero vivas,
    yo sentía el sufrimiento.

    Robert Frost.

    Tan gracioso como una fractura de tibia y peroné. A simple vista, y carente de un contexto argumental adecuado, esta frase no tendría ningún sentido lógico, ya que la comicidad y el sufrimiento resultan dos términos antagónicos. Sin embargo, si preparamos al receptor por medio de una ilustración específica y una situación concreta, es posible que llegue a entender, e incluso a coincidir, con tan inaudita afirmación. Pongamos por caso un hombre cualquiera, al que habrá que otorgar una identidad y unos rasgos únicos para que el mensaje gane en empatía; por lo que lo llamaremos el señor Pernil Distendido; este señor se encontraba tomando relajadamente un café con coñac, unas gotas de licor 43, leche condensada, virutas de limón, un adarme de canela en polvo y unos granos de café enteros o, como se conoce comúnmente en Cartagena, un Asiático, en la terraza de una cafetería situada frente a una pista de fútbol donde un grupo de niños jugaba alegremente, aunque no al fútbol, ya que carecían de balón, sino a molestar lanzando bolas de papel higiénico bañadas en agua —o en algún otro elemento con que empapar el papel— a los despistados viandantes que acertaban a pasar por la improvisada campiña. Mientras Pernil terminaba su brebaje, se percató de que una guapa moza se acercaba hacia él a unos 50 metros, mientras se aproximaba, nuestro hipotético protagonista sacó su teléfono móvil para utilizarlo a modo de espejo y retocar su peinado, cuando comprobó que gran parte de los ingredientes que conformaban el café se habían atrincherado en su bigote, aportándole al mismo tiempo un agradable y refrescante aroma y una apariencia ridícula. Apurado, logró desembarazarse de la corteza de limón, los granos de café y, mientras luchaba ferozmente por eliminar sin éxito la canela, que se había extendido dramáticamente por sus mejillas y sus ojos, la simpática mujer pasó por su lado ofreciendo un cálido saludo, al que el señor Distendido se vio forzado a responder con una mano en la boca, la cara untada en un mejunje marrón, y los ojos entrecerrados del escozor. Espantada por semejante estampa, la mujer aceleró el paso dejando al pobre Pernil cabizbajo en su frustración. Cuando finalmente pudo recomponerse del bochorno, alzó su mirada para encontrarse de súbito con una enorme bola de papel higiénico húmeda que resbalaba por su cara causándole una hemorragia nasal, mientras un grupo de “icues” reía a mandíbula desencajada. Fuera de control, Pernil se lanzó como poseído hacia su venganza, consistente en patear ferozmente el balón de fútbol de los niños y hacerlo desparecer en el horizonte. Ya con la pierna enarbolada y la orden procesada por su cerebro, el desdichado personaje recordó que los muchachos no tenían ningún balón, así que el objetivo de su ira parecía ser un bloque de yeso esférico anclado al suelo a modo decorativo. El impacto era inevitable, por lo que, en una decisión desesperada, Pernil decidió dejarse caer para evitar romperse el pie contra el objeto decorativo, con la mala suerte de que aterrizó sobre su pierna mientras ésta impactaba contra el duro pavimento, ocasionando al mismo tiempo que su cabeza se dirigiera a toda velocidad hacia el bloque de yeso que, afortunadamente y salvándole la vida, no resultó ser más que un simple balón de fútbol. Tan gracioso como una fractura de tibia y peroné.

    A pigeon sat on a branch reflecting on existence

    Perdone el lector por tan dilatada introducción, pero si algo tienen en común el relato que acabamos de narrar y la nueva película de Roy Andersson, A pigeon sat on a branch reflecting on existence, es la cómica ironía que protagoniza el devenir de unas penosas situaciones que se prolongan hasta la eternidad más descarnada. El escritor y guionista sueco recurre al más hilarante histrionismo para cerrar su trilogía sobre la humanidad. Un ejercicio asombroso que se sustenta en la utilización de sólo 40 planos. Treinta y nueve escenas rodadas de forma íntegra con cámara fija y que van intercalando sin sutiles transiciones, como componiendo las páginas de una suerte de novela gráfica, las dinámicas viñetas que presentan a unos seres tristes y vulnerables que se esfuerzan por sobrevivir a la monotonía de sus vidas, donde el transcurrir del tiempo parece marcado por la inseguridad de un grifo roto que permite la salida de 60 gotas por minuto. Un discurrir temporal con un efecto de lentitud deliberado que en ningún momento ralentiza el sensacional ritmo de la cinta gracias, en gran medida, al sutil y acertado humor empleado por Andersson. Cada plano —o viñeta— está diseñado con sumo cuidado, respetando la misma composición artística y la distancia entre cámara y objeto. Se emplea una profundidad de campo muy reducida y una gran distancia focal para disminuir al máximo la utilización del zoom que, por poco, no llega al gran angular. El objetivo de esta técnica es aportar una visión periférica de cada plano, en los que siempre encontraremos diferentes focos de atención a los que dirigir nuestra mirada. De nuevo, el concepto de viñeta de cómic en la que vamos descubriendo nuevos matices mientras la examinamos detalladamente. Partimos del protagonista principal, que ocupa el centro del encuadre, mientras exploramos nuevos personajes que aparecen en el delirante universo tridimensional y que dan un sentido absoluto a cada una de las acciones que aparecen en pantalla.

    El universo anderssoniano, expresionista y tragicómico a partes iguales, se caracteriza por el derrotismo de su mensaje y la humanidad y ternura de los personajes que componen el imaginario de una mente inquieta y creativa, que tiende a conformar, con tremenda naturalidad, escenarios altamente estilizados mediante un minucioso y detallista trabajo artesanal que se filtra a través de una paleta de tonalidades verdosas, aportando una relajante sensación de cotidianeidad y surrealismo. Criaturas solitarias de ademanes hereditariamente kafkianos que, resignados, deambulan por un mundo que dejó de tener sentido hace mucho tiempo, al menos, hace más de 300 años, cuando Carlos XII reinaba en Suecia con gran coraje enfrentándose al gran imperio Ruso. Un monarca que ha sido caricaturizado por Andersson para hacerlo encajar a la perfección entre el resto de insatisfechos que se desahogan año tras año en las mismas tabernas asépticas donde lo único que transcurre es el tiempo. Pero, ¿qué ha sucedido? Una armada capitaneada por el llamado Carolus Rex ha irrumpido en un bar en pleno siglo XX y se ha llevado a la guerra a los pobres fracasados que aliviaban sus penas en la soledad de su ginebra. La sublime coreografía y las incesantes dosis de humor anacrónico nos arrancan la carcajada pese a que el panorama es desolador, sobre todo cuando esa escena se convierte en el regreso de la guerra, vencidos y anunciando la viudedad de todas las mujeres del pueblo. Pero ahí está la verdadera maestría del realizador sueco, la facilidad con la que transmite una demoledora crítica social, cargada del más punzante sarcasmo, mediante un vehículo atractivo y simpático.

    A pigeon sat on a branch reflecting on existence

    El filme comienza con tres historias aisladas, sin relación con el resto de la película, que nos acercan, como reza el propio rótulo “tres encuentros con la muerte”, al inevitable destino del ser humano. El único propósito de esta desternillante y macabra entrada es el de mostrarnos la aleatoriedad de la muerte dentro de la simplicidad de nuestras vidas. A continuación aparecerán los dos encargados de guiarnos a través de la estupidez humana, de la más absoluta necedad en nuestro comportamiento y de la egolatría que nos caracteriza. Don Quijote y Sancho regresan para retomar la noble, pero obsoleta, tarea de hacer reír a la gente. “Queremos ayudar a que la gente lo pase bien” repiten los vendedores de artículos de broma una y otra vez y, al igual que el de la triste figura, ambos personajes quieren ayudar al prójimo, pero deberían empezar por ayudarse a sí mismos a vencer la descorazonadora amargura que arrastran a diario. La vida para Anderson es una triste y penosa continuación de acciones absurdas, tan absurdas que, si las miras detenidamente y sin prisa, llegan a ser de lo más divertido. El sentido de la existencia es, para este genial director, llegar a entender lo irracional de nuestro comportamiento para poder asumir nuestras imperfecciones y ser felices por medio del único ejercicio que le da sentido a todo: el amor. Porque esas dos parejas que se aman, la primera en la ventana de un edificio, y la segunda tendida en la arena de una playa, son los únicos cuatro personajes genuinamente felices de Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia. Una visión maravillosa de la posible salvación ante la espantosa estampa de la soledad, un oasis en medio de un desierto aciago que se descubre como un magnífico espacio para la reflexión, la lucidez y el cariño.

    Todos los demás habitantes de esta ciudad imaginaria no existen. Son personas que producen una inenarrable sensación deprimente, mucho más deprimente que los tres cadáveres con los que se iniciaba el metraje porque, en realidad, los seres solitarios están tan muertos como ellos, de ahí viene la palidez de sus rostros del color de la tiza. Una enorme paradoja que explica el final de la vida cuando aceptamos la derrota anímica y nos damos por vencidos a la mediocridad y la monotonía. Andersson sabe que la única forma de mostrar este mensaje pesimista y apocalíptico, sin que resulte un martirio para el espectador, es por medio de la simplicidad y la efectividad del más agradable humor, reflejando el desamparo del viejo solitario que vuelve por añoranza a la misma taberna día tras día; o la camarera del bar que deja que los marineros paguen con amor sus bebidas, consiguiendo (por interés mutuo) que una larga fila de apuestos soldados hagan cola para besarla apasionadamente a ritmo del Himno de batalla de la república… Tan gracioso como la soledad de una mujer. | |

    Alberto Sáez Villarino
    Enviado especial al Jameson Dublin International Festival 2015


    Ficha técnica
    Suecia. 2014. Título original: En duva satt på en gren och funderade på tillvaron. Director: Roy Andersson. Guion: Roy Andersson. Duración: 101 minutos. Montaje: Alexandra Strauss. Música: Hani Jazzar y Gorm Sundberg. Fotografía: István Borbás, Gergely Pálos. Productora: Roy Andersson Filmproduktion AB / Nordisk Film- & TV-Fond. Intérpretes: Holger Andersson, Nils Westblom, Charlotta Larsson, Viktor Gyllenberg, Lotti Törnros, Jonas Gerholm, Ola Stensson, Oscar Salomonsson, Roger Olsen Likvern. Presentación en el Festival de cine internacional de Dublín.


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