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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La jungla interior

    La jungla interior

    La metáfora por la metáfora

    crítica a La jungla interior (2013), dirigida por Juan Barrero. | ★★ |

    La jungla interior comienza contradiciendo a su adjetivo. Con planos de una exuberante jungla selvática, un narrador en danés cuenta un descubrimiento de Charles Darwin: cómo una orquídea tropical trataba de atraer a un mosquito sin alas para que la polinizara, perpetrando engaños para hacerle creer que se trataba de una mosquita. La anécdota, además de motivar uno de los elementos de la trama (la expedición en busca de esa orquídea en la que participa el protagonista), construye una metáfora sobre lo que, en esencia, termina contando la película: la historia de una pareja. En la que la mujer, la orquídea, consigue quedarse embarazada pese a la negativa expresada por el hombre, el mosquito atrapado.

    El propio director da cuerpo, nombre y mirada al protagonista, Juan, cuya presencia en la cinta se hace explícita pero apenas física. Jugando con el formato de vídeo casero durante la mayoría del metraje, Juan se oculta tras una cámara es a la vez una mirada subjetiva, la de un hombre que busca darse sentido a través de los demás, aquellos sobre quienes pone el foco. Especialmente Gala, novia del director, de la que filma su embarazo con un intimismo sin concesiones. Los planos se recrean en sus pies hinchados, sus estrías, sus ataques de llanto y una apariencia presentada como monstruosa que habla de los propios miedos del director-protagonista ante el cambio que anuncia esa tripa inflada. El estilo de vídeo casero, más allá de lo anecdótico, dicta la forma de contar “entre visillos”. Barrero no construye diálogos ni desarrolla acción, orientándose más bien hacia la captación de momentos marcadamente personales, tanto por su feroz intimidad como por lo que pone de sí mismo Juan en su manera de enfocarlos. Un largo plano detalle que se recrea durante unos largos e incómodos segundos en las estrías de Gala dice mucho en este sentido: no es solo la intimidad robada de ella, sino el propio reconocimiento de Juan de un rechazo involuntario hacia lo que está viendo.

    La jungla interior

    Los mencionados miedos de Juan ante su inminente paternidad constituyen la sustancia de la película. La complicada maraña de dudas, anhelos e inseguridades que pueblan su mente. Pero el director juega a añadirle capas. La jungla costarricense a la que Juan acude de expedición durante cinco meses funciona como modo de contar sus deseos de libertad. El lugar donde se siente sin ataduras, rodeado de naturaleza pura, felizmente ensimismado. En consecuencia con esa forma de rodar y contar que funde en un solo ente a cámara, director y protagonista, la jungla está rodada sin figuras humanas, alternando entre tomas aéreas y planos detalle, recreando una mirada que mezcla recuerdo e idealización. Como elemento opuesto, Barrero filma una procesión de pueblo en honor a la fertilidad, que condensa toda la carga de presión social para que Juan cumpla el papel que se espera del mosquito, que desdibuja su individualidad, que convierte al hombre libre de la jungla en mero fecundador. Esta pugna de lo natural contra lo artificial queda muy expuesta en una de las imágenes más poderosas de la película, un hombre envuelto en ramas de pino que desfila en la procesión. Un árbol artificial hecho de retazos muertos de árboles reales. Precisamente, Gala termina convertida en mujer-árbol en la secuencia de la fecundación, donde Barrero rompe el tono cercano al documental del filme para introducir un cierto surrealismo metafórico, aunque con una concesión a la escatología que levantará alguna controversia.

    La jungla interior

    Además de esta contraposición entre jungla y procesión, Barrero trata de ampliar los ecos de su historia de amor con otro elemento: la casa de su tía Enriqueta, una vivienda deshabitada y llena de recuerdos en la que arranca el filme. La cámara captura con detenimiento cada uno de los viejos objetos que Gala va curioseando, creando una atmósfera de decadencia decrépita hasta llegar a un sótano oculto que los personajes descubren, y que desencadena un recuerdo del pasado: un noviazgo truncado de la tía Enriqueta con otra mujer durante la Guerra Civil. Así, Barrero introduce el tema de la memoria, cómo amparándose en una tradición se hizo imposible un amor, y cómo esa tradición tiene algo en común con la que le dicta que su objetivo en la vida debe ser la familia, los hijos. A la vez, pone también el foco en el peso de su propia tradición familiar, en una historia de amor sin consumar que parece buscar su continuidad en Juan y Gala.

    De una manera parecida a cómo todos los objetos y recuerdos almacenados forman una casa que significa mucho más que una casa, La jungla interior dispone una serie de piezas, en apariencia arbitrarias, pero que de algún modo deberían darle un sentido al conjunto. Algo que, para quien escribe estas líneas, no sucede exactamente así. Las piezas (la intimidad de la pareja, la jungla, la procesión, la casa familiar…) resultan lo bastante sugestivas como para poder intuir vagamente cierto misterio que opera sobre todas ellas. Sus imágenes, lo evocador de dichas piezas, y esa mirada “unificada” entre director y protagonista crean un compuesto con un apreciable poder visual. Pero la mayor desconexión en La jungla interior no ocurre entre sus elementos, sino entre su forma y su fondo. Este vigor poético no evita que lo “prosaico” (los personajes y la identificación del espectador con sus inquietudes) resulte artificial. Algo de lo que da cuenta, por ejemplo, el recurso a una especie de narrador omnisciente que explicita (rompiendo la vieja máxima del “show, don’t tell”) los sentimientos de Juan. Dicho de otro modo, que frente a la potencia visual falla la autenticidad. La espesura metafórica de la cinta sacrifica, quizá conscientemente, la profundidad en los personajes, demasiado impostados, demasiado al servicio de la poesía, para arrancar la emoción. | ★★★★ |

    Miguel Muñoz
    Redacción Madrid


    España, 2013, La isla mínima. Director: Juan Barrero. Guión: Juan Barrero. Productora: Eddie Saeta. Presentación: Festival de Viena 2013. Fotografía: Juan Barrero, Daniel Belza. Montaje: Cristóbal Fernández. Reparto: Gala Perez, Enriqueta White, Luz Barrero.


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