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    Cine Alemán Siglo XXI

    Cine Club | ¡Olvídate de mí! (2004)

    ¡Olvídate de mí! (2004), de Michel Gondry

    Recuerdos

    Cine Club | ¡Olvídate de mí! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind), de Michel Gondry, 2004

    Una idea de Pierre Bismuth (¿imagináis que os llega una tarjeta por correo donde se os informa de que alguien ha decidido borraros de su vida?) sirvió a Charlie Kaufman y Michel Gondry para desarrollar la portentosa historia que recorre una obra maestra como ¡Olvídate de mí!, película que cumple el décimo aniversario de su estreno hoy, el 19 de marzo. Kaufman integró esa idea de Bismuth es su cosmos de tristes peter panes y Gondry respondió con la maravillosa inventiva visual de la que venía dando cuenta en sus trabajos en el mundo del videoclip, o la ingeniosa aunque algo resabiada Human Nature (2001). ¡Olvídate de mí! nos cuenta la odisea que pasa un introvertido sujeto tratando de superar una ruptura con una volcánica y caótica damisela. Cuando Joel Barish se entera de que Clementine Kruczynski ha decidido borrar todos sus recuerdos comunes, decide pagarle con la misma moneda y someterse al proceso. Se pone en manos de una destartalada clínica, comandada por el doctor Howard Mierzwiack y unos dudosos operarios –una secretaria adicta a las citas célebres, un freak sin escrúpulos y un porrero muy enamorado–, que conforman otra poderosa y decisiva subtrama dentro de la película. Al cumplir el proceso, Joel revisita los recuerdos más felices y quiere parar el proceso.

    El prefijo “sub” es perfecto a la hora de hablar de una película como ¡Olvídate de mí!, porque una vez comience el tratamiento de Joel nos veremos atrapados en su fascinante subconsciente, mezcla de recuerdos, saltos mortales narrativos y déjà vu constantes. Gondry los recrea con multitud de recursos visuales –sorprendentemente, hay pocos efectos generados por ordenador en la película– que permiten contemplar cómo pasamos de un decorado a otro sin trampa ni cartón, a Winslet desapareciendo súbitamente, Carrey escondido bajo una mesa cual niño asustado de cuatro años o ambos recibiendo un reconfortante baño en el fregadero. La película se mueve hacia delante y hacia atrás en un complicado ejercicio de metalenguaje, fracción temporal y repeticiones con los nuevos peones que Kaufman crea. Encontramos claros ejemplos de esto en la historia del trabajador Patrick, que decide conquistar a Clementine usando su vida en común con Joel, activando así en la pobre mujer una sensación desconcertante de repetición que la enfurece sin saber bien por qué. O cuando descubrimos al final de la película que la secretaría Mary tuvo un romance con Howard y se sometió, ligeramente contra su voluntad, al mismo proceso por el que pasan sus clientes. La airada reacción de Mary, que tendrá drásticas consecuencias en el tremendamente hermoso desenlace de la cinta, afectará irremediablemente al futuro de nuestros protagonistas a distintos niveles.

    ¡Olvídate de mí! (2004), de Michel Gondry

    Con un material tan inflamable en las manos y siendo conocedor de la obra de Kaufman, uno podría temer que lo oscuro se adueñase de ¡Olvídate de mí!, pero no es el caso. No hay rastro del perturbador desenlace de Cómo ser John Malkovich (Being John Malkovich., Spike Jonze 1999) o el catastrofismo que inundaba los minutos finales de Adaptation (Spike Jonze, 2002), excelentes películas ambas. Kaufman y Gondry deciden ser tenebrosos de forma puntual –las repentinas desapariciones de la amada en los recuerdos del protagonista, con el consiguiente desamparo de éste, Joel escribiendo en su diario tras una furiosa bronca con Clementine– pero más sabios que nunca en el tratamiento de las tramas. La corta pero impecable intervención de Deidre O´Connell como la esposa de Howard, canalizando perfectamente el sufrimiento de su personaje, los ojos llorosos y locos de amor de Jim Carrey en la primera parte de la cinta o la conversación de los protagonistas en el límite del importantísimo recuerdo en la casa de la playa, además del portentoso cierre de la peripecia, son muestras de esta creciente madurez.

    El eterno resplandor|



    Jim Carrey decía en una entrevista que el guión de Charlie Kaufman –ganador del Oscar– no sólo era perfecto por su enorme calidad, sino porque estaba abierto a interpretaciones. Carrey da en el clavo al tratar de explicar cómo el manuscrito de ¡Olvídate de mí! es de una maestría tan apabullante. La agilidad de su narración, su habilidad de hacer de una trama compleja algo entendible sin incluir demasiadas escenas explicativas y el amplio abanico de improvisación que se ve que ofrece son méritos de un obsesivo estudioso del lenguaje y la palabra (¿qué era Adaptation sino un estudio sobre esto mismo?), que sigue desnudando su alma en cada nuevo proyecto que pone en marcha. Las escenas de pareja en la familiaridad del hogar que pueblan la cinta provienen en muchos casos del background personal de Kaufman y Gondry, e incluso de los propios actores en momentos muy concretos. El cine como trabajo en equipo partiendo de una base sólida como pocas. Aunque por lo hasta ahora dicho podría no parecerlo, ¡Olvídate de mí! es una comedia. Surreal y sombría, sí, pero una comedia. Y además muy divertida. El séquito de peripatéticos secundarios que acompañan a Joel y Clementine o las interacciones de estos (las explosiones airadas de ella o la perpetua incomodidad de él) son las más poderosas armas cómicas que exhibe la cinta. Es también una peripecia romántica, porque ¡Olvídate de mí! canta al amor y a su inmenso poder. Gondry y Kaufman nos vienen a contar, con piruetas verbales y visuales, algo tan simple como complejo: el amor verdadero puede con todo. Susurrar “Montauk” al oído en esta maravillosa película significa lo necesario, el riesgo máximo para amar, un salto sin red, el impulso que nuestro timorato protagonista debe seguir para obtener la felicidad más absoluta. Románticos empedernidos, las mentes pensantes de la cinta someten a sus personajes a toda clase de perrerías y hacen que sólo sobrevivan los que tenían todas las de perder. La música de Jon Brion añade lo necesario a la mezcla emocional para que reaccionemos con el corazón antes que con el cerebro.

    ¡Olvídate de mí! (2004), de Michel Gondry

    En un hipotético diccionario virtual donde cada término pudiera ser ejemplificado con una escena o secuencia cinematográfica, ¡Olvídate de mí! tendría, como mínimo, una entrada asegurada. Bajo el rótulo de la palabra “Intimidad” podría incluirse un momento clave de la cinta, aquel en el que Joel y Clementine desnudan su alma en un profundo diálogo que condensa muchísimos sentimientos. La pareja protagonista yace bajo la manta de su cama y ella confiesa cómo solía maltratar(se) a (con) una muñeca cuyo cuerpo podía ser manipulado a voluntad, siempre para recuperar su aspecto original. Insertos de la cara abombada de la muñeca y una foto de la joven Clementine –que conectará con la prodigiosa secuencia del intento de fuga de Joel al borrado de memoria– puntúan de calidez un momento sublime como pocos, coronado con un beso entre lágrimas que empuja a Joel a querer frenar el proceso de borrado. Lamentablemente ya es muy tarde. Sería injusto no hacer referencia al inconmensurable trabajo de Jim Carrey y Kate Winslet –ésta con doble cometido, ya que su personaje existe fuera y dentro de la mente de Joel–, dando cuerpo y alma a Joel y Clementine. La poderosa química que desprenden y el arrollador recital de registros que demuestran les valieron merecidísimas nominaciones y premios a lo largo del mundo, además de permitirles mostrar una nueva cara a ambos. Su toma y daca constante, la palpable soledad de Carrey y la desbordante energía de Winslet sintonizan perfectamente el universo Kaufman de desgraciados que se enamoran a cada segundo y que sufren la inadaptación a un mundo donde todo va muy rápido. El resto del reparto funciona también con precisión quirúrgica, conformando una comparsa de perdedores e inmaduros de toda condición.

    ¡Olvídate de mí! (2004), de Michel Gondry

    Ha pasado una década desde el estreno de esta impecable película. Diez años de visionados que no hacen mella en la indestructible estructura narrativa. Nuevos niveles de sentido, con pistas que se revelan solas, aparecen cada vez que se revisa. De momento, se la puede considerar la cima de la carrera de Michel Gondry y Charlie Kaufman, cuyos trabajos posteriores no han tenido la rotundidad de éste. La unión de ambos fue perfecta, en cuanto que son el ojo y la verba de un poema siniestro. Precioso, pero retorcido. Los colores saturados de la memoria unidos a la caótica situación que deja el desamor en una persona. El proceso de borrado es una poderosa metáfora que nos pone un espejo de frente. Solo queremos ser amados. Algo que sucede en el precioso desenlace. Charlie Kaufman no es malicioso al cerrar la peripecia, como apuntamos antes. Furiosos sin saber exactamente por qué tras recibir pruebas de que borraron al otro de su memoria, Joel y Clementine deciden no verse más al no poder encajar como adultos aquello que están viviendo (ella llora, él tiembla). Cuando ella deja el apartamento de éste, Joel reúne más valor que nunca y corre tras ella. Discuten brevemente sobre lo absurdo de empezar otra vez si intuyen que no funcionó una primera, pero un simple “Vale” de ambos hace que decidan darse otra oportunidad. Lo último que veremos de ellos es un hermoso bucle en una playa nevada que nos descoloca. ¿Estamos en el pasado o en el futuro de su relación? Ya no importa. | ★★★ |

    Adrián González Viña
    redacción Sevilla

    Estados Unidos, 2004. Título original: Eternal sunshine of the spotless mind. Director: Michel Gondry. Guión: Charlie Kaufman, basado en una historia de Charlie Kaufman, Michel Gondry & Pierre Bismuth. Música: Jon Brion. Fotografía: Ellen Kuras. Reparto: Jim Carrey, Kate Winslet, Tom Wikinson, Kirsten Dunst, Mark Ruffalo, Elijah Wood, David Cross, Jane Adams, Deirde O´Connell, Thomas Jay Ryan. Productoras: Focus Features / This is That / Anonymous Content.

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